8 de marzo. Día Internacional de la mujer


Cada año la ONU dedica un día a poner en valor el significado de ser mujer en el mundo actual. Si bien hoy la mujer gana espacios en la sociedad, en la política, en la economía y en la cultura, aun queda mucho que recorrer en su lucha por sus derechos civiles y por lograr la plena igualdad como ciudadanas que son.

El origen del feminismo como movimiento social arranca a mediados del siglo XIX en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.  En todos estos lugares la mujer comenzaba a incorporarse al mercado de trabajo. Estaban en plena revolución industrial y la fábrica era un centro de trabajo asignado al rol masculino. Las mujeres no eran bien recibidas en las fábricas. Aquellas otras mujeres que progresaban en la vida y alcanzaban los círculos cerrados del poder político eran silenciadas por sus maridos o por sus padres. No estaba bien que una dama hablara de política o de aquellos asuntos que la costumbre de la época asignaba al rol masculino.

En muchos países, como España, la mujer carecía de derechos civiles. No podían trabajar, no podían comprar nada o viajar, no podían votar en las elecciones, no podían elegir a su marido, no podían hacer nada sin consentimiento del cabeza de familia o varón principal que ejercía sobre ella la tutela efectiva de sus derechos y patrimonio.  A efectos maritales, la mujer era un bien propiedad del marido, un objeto decorativo que el marido podía disfrutar o rechazar a su criterio.

Muchas mujeres comenzaron a organizar  grupos de presión minoritarios con el fin de visibilizar su principal reivindicación: el reconocimiento de sus derechos civiles como ciudadanas libres y de pleno derecho, en igualdad a los derechos reconocidos a los hombres.

El primer feminismo fue de carácter conservador, la tradición y las costumbres mandaban, Podían protestar y reivindicar lo que quisieran; pero sin que ello quebrase el orden social establecido. Cuando una mujer se salía del guión eran tachadas de “putas, marimachos, mujer de moral relajada, mujer poseída, histéricas” y un sinfín mas de epítetos descalificativos. La mujer tenía asignado un rol social y de él nunca debía salirse. Muchas dejaron de protestar por miedo a ser rechazadas por sus maridos o familias. Las mujeres dependían económicamente de por vida de sus padres o maridos.

El rol social era el que marcaba la moral  victoriana: Cuidado de los hijos, cuidado del hogar, cuidado del marido y las tareas propias “de su sexo”.  Existían en estos roles sociales “profesiones propias de su sexo” (femenino) y “profesiones de hombres” (masculino). Las de mujeres eran puramente asistenciales y vinculadas al rol establecido para ellas. 

A principios del siglo XX en la era eduardiana, las mujeres recuperaron el impulso inicial del activismo a favor de sus derechos civiles por la vía de la reivindicación de su derecho al sufragio en las elecciones. Las “sufragistas” británicas fueron las pioneras. Si bien no consiguieron su objetivo, al menos visibilizaron la  existencia de un colectivo social muy activo. Además del sufragio reivindicaban un cambio de roles o la desaparición de los mismos.  Comenzaban a desarrollar las primeras iniciativas que posteriormente dieron lugar a las políticas de igualdad entre hombres y mujeres.

En España las “pioneras” feministas tomaron como bandera el acceso a la educación secundaria y superior que les estaba vedada por  la costumbre establecida.  La mujer una vez acabado los estudios primarios debía encontrar “un buen partido” y casarse  para tener hijos.   Estas pioneras consideraban que las mujeres tenían también derecho a formarse y tener títulos académicos en igualdad con los hombres. Esos títulos les abrían las puertas al acceso a un puesto de trabajo que a su vez les permitía ser independientes económicamente y emancipadas legalmente. 

La llegada de las mujeres a carreras consideradas masculinas como: derecho, medicina y las ingenierías, provocó toda una revolución en el ámbito universitario, los estudiantes y profesores  varones no sabían cómo tratar a las compañeras y alumnas. Estas o bien recibían un trato especial por su condición de ser mujer (por tanto débil, inmadura, inculta y analfabeta según el imaginario popular de la época) con cierto paternalismo y condescendencia; o bien recibían un trato despectivo e incluso vejatorio por la simple razón de su presencia en las aulas.

En España hubo dos tipos de feminismo, el conservador y el progresista. En esto como en otras cuestiones de la vida española, el cainismo entre españoles estaba a la orden del día.  El conservador era el practicado por mujeres pertenecientes a las clases medias y altas de la sociedad.

Habiendo sido educadas en la rigidez de la moral victoriana y en los roles sociales de la aristocracia, las mujeres feministas conservadoras admitían que su deber moral debía continuar siendo vivir según el rol establecido para ellas; pero consideraban que algunas cosas básicas debían cambiar como por ejemplo: elegir marido, abrir una cuenta corriente, estudiar si querían, hacer cosas sin necesidad de estar todo el tiempo pidiendo permiso a sus padres, hijos, hermanos o maridos. Cosas básicas que bastaban con la simple voluntad de sus tutores legales. En su argumentario no entraba la posibilidad de romper bruscamente con el rol establecido ni oponerse a los deseos varoniles. Una dama de buena sociedad no debía salirse del guión establecido.

El feminismo conservador  fue practicado por las mujeres de forma activa hasta la llegada de la II República.  A partir de entonces el feminismo conservador tuvo un perfil bajo hasta la llegada de la Dictadura. En la actualidad sigue existiendo aunque con otro tipo de consideraciones y reivindicaciones, quizás más “liberales”.

El feminismo progresista  era el practicado por las mujeres pertenecientes en su mayoría  a la clase trabajadora, aunque también hubo un feminismo progresista de clase media a principios de siglo.

El feminismo progresista El primer feminismo progresista apostaba por la igualdad de oportunidades y de derechos civiles entre hombres y mujeres. Su bandera inicial era la igualdad en el trabajo, tanto en sus condiciones laborales, como en sus salarios.  Pero también abordaban otros asuntos como la igualdad entre hombres y mujeres en el hogar. Es decir, si ambos trabajan fuera del hogar, ambos deberían compartir las tareas del hogar.  Estas ideas llevadas al extremo daban lugar al feminismo progresista radical.

En los primeros tiempos de feminismo progresista (últimos años del reinado de Alfonso XIII y II República) el divorcio fue su bandera. Este era en realidad un gran problema en España. Los matrimonios impuestos estaban generando problemas de todo tipo, desde adulterios y separaciones ocultadas, hasta maltrato a la mujer.  Muchas veces cuando estos “escándalos” salían a la luz pública la mujer afectada era expulsada de su círculo familiar y de amistades. Era rechazada socialmente. 

Con la reivindicación del divorcio se buscaba romper con estas anomalías legalmente. Aunque el divorcio fue aprobado durante la república, tuvo aun muchos problemas para aplicarlos, dado que la gran mayoría de jueces eran conservadores y eran reacios  a dictar sentencia sobre esta cuestión.  Los prejuicios religiosos, pese a ser la república un estado laico,  aun estaban presentes en la judicatura española.

La llegada de la dictadura anuló los divorcios y los matrimonios civiles, retornando al sistema anterior, aunque permitiendo a las mujeres elegir al marido. La separación (que no divorcio) fue considerada como un mal menor aceptable socialmente para evitar los problemas que ocasionaban los matrimonios no consentidos.

La llegada de la democracia recuperó el divorcio y con el tiempo esta reivindicación hecha por las pioneras de principios de siglo y durante la II República, quedó arraigada en la memoria colectiva de los españoles.

Hoy la mujer goza de derechos civiles y de visibilidad social garantizado y protegidos por las leyes; sin embargo, algunos roles  machistas, por suerte en vías de extinción, aun perviven en España. Las cifras anuales de violencia machista son cada vez más alarmantes. La desigualdad de salarios y condiciones laborales entre hombres y mujeres aun no se ha logrado, el reparto de tareas en el hogar y cuidado de los hijos  está en vías de conseguirse en las nuevas generaciones de españoles/as; pero aún queda mucho que hacer al respecto.

En la actualidad estamos viendo como la identidad de género está siendo objeto de debate social. Las visiones más conservadoras coinciden en afirmar el carácter binario del género humano: Masculino (tienen pene) y femenino (tienen vulva), a cada sexo le corresponde un rol asignado y unos atributos establecidos inamovibles.  Las visiones más progresistas coinciden en aceptar como un hecho biológico que existen más de dos géneros en la especie humana.

En este sentido yo quisiera visibilizar a las niñas y mujeres que habiendo nacido con genitales masculinos, son niñas y mujeres en sentido pleno, porque así se identifican y así se muestran públicamente con orgullo.  En el caso de las niñas sufren a menudo el acoso escolar, familiar y social por su identidad de género. Sus padres también lo sufren por el rechazo de una parte de la sociedad.  Creo que con estas cuestiones no se debe jugar, que existen derechos reconocidos a las mujeres y a las niñas que han de ser garantizados y protegidos por la legislación y las instituciones públicas, al igual que por la sociedad.

Una mujer por ser mujer no debe ser discriminada, ni ocultada. Las mujeres son seres humanos y por tanto sujetos de derecho. En democracia la mujer forma parte de la sociedad y puede ejercer sus derechos como ciudadana libre que es.


A todas las mujeres 

 Feliz día de la Mujer.  

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