Virtud y Conocimiento
“Parece que toda arte y toda investigación, e igualmente toda
actividad y elección, tienden a un determinado bien; de ahí que algunos hayan
manifestado con razón que el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran”.
(Aristóteles, Ética a Nicomaco)
Para Aristóteles
la sociedad es un cuerpo vivo que nace de una tradición heredada, se desarrolla intelectual y moralmente a
voluntad de la ciudadanía que la compone, se organiza y se dota de normas
básicas de convivencia según la costumbre;
evoluciona a lo largo del tiempo, de
igual forma que la propia vida humana. Por ello considera que la búsqueda del
bien es un fin en sí mismo y que esa búsqueda del bien implica el ejercicio de
una serie de actividades por parte del interesado para lograr dicho fin.
Muchos asocian
al concepto de “bien” situaciones como el bienestar, la justicia, la
felicidad, la salud, la tranquilidad, la paz, la armonía, el culmen de la espiritualidad,
la vida sana o la calidad de vida. Son
muchas las actividades que se desarrollan para el logro de estos fines.
La cuestión
está en determinar si esas actividades, en sí mismas consideradas, son las más
adecuadas para lograr los fines propuestos. Para filósofos como Nicola di Maquiavelo,
cualquier actividad es válida y está plenamente justificada si se alcanza el
éxito en los fines propuestos. Para el religioso y erudito Baltasar Gracián “todo lo dora un buen fin, aunque lo
desmientan los desaciertos de los medios”.
Unos plantean
que si se logra alcanzar un fin, independientemente de valorar los medios
utilizados, se consigue alcanzar el bien y por tanto alcanza el éxito en su
propósito. El infeliz es ahora feliz, el pobre es ahora rico, el enfermo está
curado, el violento alcanza la paz, las injusticias se resuelven con justicia,
el bienestar se logra con una buena gestión o un buen gobierno.
Aristóteles
daba a la educación un valor fundamental para el desarrollo de las actividades
conducentes a lograr el éxito en los fines propuestos. Consideraba que los medios
de los que se vale el ser humano para el desarrollo de dichas actividades, debe
estar fundamentado en la virtud
humana (intelectual y moral); así como en el conocimiento teórico y empírico del entorno que nos rodea.
En cuanto a la
virtud intelectual, Aristóteles considera el aprendizaje como un medio necesario para retener información a
largo plazo. Esta información conserva de forma permanente lo que es
verdaderamente relevante para la vida (en occidente solemos asimilar el aprendizaje
con los conceptos de tradición,
jurisprudencia, bagaje, cultura, patrimonio, riqueza…). La virtud
moral tiene que ver según Aristóteles con la costumbre o ejercicio práctico cotidiano basado en la memorización y repetición de lo aprendido. Esta virtud puede cambiar y evolucionar
en el tiempo.
De igual forma que cuando un científico comienza una investigación (fin) con unos pocos datos, pasado el tiempo esos datos se han ampliado, modificado, transformado (medios); en definitiva, han conformado un conocimiento expresado en la tesis presentadas por el científico (resultado). Corresponderá a la sociedad aplicar dicho conocimiento. El fin del científico es acceder al conocimiento y para lograrlo utiliza la ciencia como medio.
El
conocimiento como resultado de la acción humana, además de ser un fin en sí
mismo (la investigación científica se ha realizado como medio para lograr el
acceso al conocimiento); puede ser considerado a su vez como el punto de
partida hacia el logro de un nuevo fin. La aplicación práctica del conocimiento
adquirido, puede dar lugar a un nuevo fin, objetivo o meta, el cual requiere de nuevo la actividad humana
para lograr ese nuevo fin. De esta forma el aprendizaje, la memoria y el ejercicio
son acciones humanas continuas en la vida humana y social.
E. Hobsbawn
consideraba que la tradición (virtud
intelectual en Aristóteles) puede ser de origen natural basada en el
aprendizaje; o crearse de forma artificial respondiendo a intereses
determinados. El conocimiento científico se origina generalmente de forma
natural, el estudio de la información da lugar al saber y la suma de saberes genera
el conocimiento. Sin embargo una
ideología de un determinado partido político es un ejemplo de tradición “inventada” por aquellos que fundaron el partido.
Surge por interés, no por generación
natural.
En tal sentido Max Weber opinaba que la tradición natural respondía a un conocimiento del “Ser” y la tradición inventada respondía al conocimiento del “deber Ser”. Aristóteles consideraba que la virtud intelectual (el conocimiento del “Ser”) era algo natural a la virtud humana; mientras que la virtud moral (el conocimiento del “deber Ser”) respondía a la costumbre de una determinada sociedad.
Para Max Weber
una cosa es la información objetiva (“Ser”)
y otra muy distinta son los juicios
de valor (“deber Ser”) que cada uno establece en torno a esa información.
Recientemente este debate se encuentra en boga en las redes sociales: las
noticias verdaderas versus fake news (noticias inventadas). Las tertulias
televisivas nos indican que lo “políticamente
correcto” es apostar por el “deber
ser”; aunque para ello, se deban
inventar noticias o darle un sesgo ideológico concreto e interesado, simplemente porque genera más audiencia al
medio de comunicación (“el fin justifica
los medios”).
Eso nos lleva
de nuevo al concepto de “Bien”. La
cultura de lo “políticamente correcto”
nos confunde y a menudo tergiversa la realidad objetiva de los hechos. Para un
ciudadano actual alcanzar el bien de
manera virtuosa y científica (conocimiento del “ser”) lo tiene muy complicado por el ambiente hostil en el que se
encuentra (amparado por el “deber ser”).
Muchos
recurren a la “tradición natural” (“Ser”) en busca de sabiduría (saber que
medio utilizar para alcanzar el bien), pero a menudo suelen confundirla con la
tradición inventada e incluso con la “costumbre”
(“deber Ser”). Es entonces cuando
surge el conflicto, la contradicción, el radicalismo, el extremismo y el
fanatismo.
El aferrado a
la tradición conocida la considera una “tabla de salvación” ante una situación
que no puede controlar, dominar, solucionar o no sabe cómo hacerlo. Es
suficiente para esta colectividad o individuo (Aristóteles lo denominó “autosuficiencia”). No desea otra cosa sino mantener a toda costa
la tradición aprendida o lo que considera tradición.
No le interesa ningún otro conocimiento que le pudiera confundir. El refrán: “más vale lo malo conocido, que lo bueno por
conocer” refleja su actitud ante la realidad de su entorno.
Otros en
cambio prefieren apostar por el conocimiento del “Ser” a través de la sabiduría de la tradición generada de forma
natural, aquella que no compromete otras tradiciones naturales. Aquella que
permite la evolución de las costumbres y que aprende de los cambios, que se
arriesga, que se nutre de la experiencia de otros, que dialoga y debate. Estos
consideran como B. Gracián que los fines buenos
son siempre atractivos; pero que lo son aun más, si esos fines van acompañados
de medios virtuosos y científicos.
Encontramos en
Aristóteles a un filósofo que se nutre del pensamiento de su entorno y califica
la virtud y el conocimiento como una forma “Ética”
de vivir la vida, individualmente y en sociedad. Hacer “bien”
las cosas implica necesariamente “hacerlas
bien”. Depende de la actitud ante la vida de cada uno el que se hagan, o no,
bien las cosas. No depende de la costumbre o de tradiciones inventadas, depende del conocimiento objetivo
de las cosas.
La prueba está en la aplicación y resultado del
conocimiento. Si el resultado es “positivo”, es decir, se ha logrado el
fin propuesto, entonces podemos decir
que las cosas se han hecho bien; si por el contrario el resultado ha sido “ambiguo o negativo”, entonces no se ha
logrado el fin y por tanto las cosas no se han hecho bien.
El concepto de
“bien y mal” viene en la mentalidad aristotélica determinado por la actitud
humana en base a su virtud y conocimiento de su realidad circundante. Todos
nuestros actos éticos tienen
consecuencias (buenas y/o malas) para nosotros y para nuestro
entorno. Por tanto en la actitud humana debemos ser
consecuentes con nuestra forma de pensar y actuar.
A esta
consecución de nuestros pensamientos y actos en occidente a menudo solemos
asociarlo con el concepto de “conciencia”. Conciencia que no es
necesariamente de tipo religioso (a menudo confundida con el concepto de “moralidad”); sino que puede surgir del ámbito
profano en forma de “conciencia social,
conciencia medioambiental, conciencia de vida sana…” es decir, surge de forma natural en la actividad humana
cotidiana (en los “medios” que usamos
para la consecución de un fin).
Recapitulando,
lo que debemos enseñar a las nuevas generaciones es la realidad objetiva de una
sociedad en base a criterios científicos con el fin de ayudar al alumno a ser
virtuoso y conocedor de su entorno, eliminando en su educación los “juicios de valor” que cada maestro pueda
hacer sobre una cuestión determinada.
El fin de la
educación es convertir al alumno en una buena persona, en un buen ciudadano, en
un buen trabajador de tal forma que sepa en cada circunstancia hacer el bien conforme
determine su conciencia, principios y valores. En los últimos tiempos se hace
hincapié en la necesidad de despertar el espíritu crítico y el trabajo
cooperativo ante los retos del futuro inmediato a los que tendrán que hacer
frente las nuevas generaciones.
Podemos
encontrar este modo de enseñanza en la tradición milenaria de muchos países. Al
final lo relevante es preguntarse si una sociedad sabe cómo educar a sus
descendientes.
Si mostramos
una actitud inmovilista, conservando la tradición heredada sin tener en cuenta
los cambios en las costumbres, o tratamos la educación como un sector
económico-empresarial; entonces, el sistema educativo propuesto seguramente
naufragará en el momento en el que las nuevas generaciones no sepan cómo afrontar
los retos que se le presenten. La educación debería ser un derecho y no una
mercancía; debería ser un proceso evolutivo en el tiempo, adaptándose en el
tiempo a los cambios sociales, económicos, políticos o culturales. Esta es la mejor forma de conseguir el
bienestar, la felicidad y el progreso de las naciones. La buena
educación, además generará buenos trabajadores, buenos empresarios, buenos
funcionarios, buenos gobernantes y lo que es más importante: buenas personas y
buenos ciudadanos.
Comentarios
Publicar un comentario