Valle de los Caídos… Damnatio Memoriae
En la antigüedad cuando una persona, un estado o una
organización eran condenados se le
sometía al rito de la “Damnatio Memoriae”,
o lo que es lo mismo a eliminar cualquier cosa que recordase al condenado. Hacer como si el condenado jamás hubiera
existido.
A lo largo de la historia se ha
seguido aplicando con las naturales divergencias con respecto a los modelos
clásicos. En cada época la damnatio se
ha aplicado de manera distinta, pero siempre se ha aplicado.
En España a raíz de la conocida
como Ley de Memoria Histórica se ha
sugerido que posiblemente estemos ante una nueva “Damnatio Memoriae”, que abarcaría los símbolos del periodo de la dictadura franquista (1936/39 -1975/77).
La simbología franquista está aun
presente en muchos lugares de este país, dado que los responsables de la
propaganda franquista los usó de manera profusa y omnipresente en cada ciudad y
pueblo de España.
Sin lugar a dudas el símbolo por
excelencia del franquismo es el infame “Valle
de los Caídos” (inaugurado oficialmente en 1959) donde por el momento reposan
los restos del dictador por obra y gracia del último gobierno de la dictadura
(1973-1976, Presidido por Carlos Arias Navarro) junto a miles de personas
enterradas allí, la mayoría, sin su
consentimiento.
Muchas de estas personas murieron
durante los trabajos forzosos de construcción del monumento. Muchas de las personas fueron inhumadas de
cualquier manera en grandes osarios y en
lugares de enterramiento sin identificar.
El ordenamiento jurídico de este
faraónico monumento es todo un galimatías que solo unos pocos especialistas
sabrán cómo resolver y no morir en el intento.
El decreto que autoriza la
construcción fue: Decreto de 1 de abril de 1940, cuyo título reza lo siguiente:
“disponiendo se alcen basílica, monasterio
y cuartel de juventudes, en la finca situada en las vertientes de la sierra de
Guadarrama (el Escorial) conocida por Cuelgamuros, para perpetuar la memoria de
los caídos de nuestra gloriosa Cruzada”
La finca en cuestión se denominaba anteriormente como finca “Pinar de Cuelga-Moros” (1.377 Has. De superficie)
que perteneció en su día al primer y único Marqués Pontificio de Muñiz, D. Gabriel de Padierna y Villapadierna Erice,
hasta 1932 lo usó como coto de caza particular.
Durante la II república la finca fue expropiada por el estado,
permaneciendo en 1940 en propiedad aun del estado. El Marqués y su descendencia
fueron víctimas de la Guerra Civil, siendo ejecutados en 1936 (Victima nacional). Sin uso, se decidió por su cercanía a El
Escorial y existir un buen acceso, usarlo como espacio para la construcción de este
memorial.
En el tenor del texto del decreto
fundacional explica exactamente para que se hiciera:
“La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos
sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el
futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos
monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos
salientes de nuestra historia y los episodios glorioso de sus hijos.
Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos que desafíen al tiempo y al olvido y constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor.
A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos que, por los siglos, se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación, en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposan los héroes y mártires del Cruzada”.
La “Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos” fue construida entre 1942 y 1959 por los
arquitectos Pedro de Muguruza y Diego Méndez, ambos se presentaron al concurso
público creado al efecto. Su propuesta fue la elegida por el gobierno.
La abadía en lo que a la
administración del monumento se refiere
depende de la Fundación de la Santa Cruz
del Valle de los Caídos (Creada por Decreto - Ley en 1957), dependiente de
Patrimonio Nacional (organismo dependiente del Ministerio de la Presidencia) en
base a lo estipulado en la Disposición final 3º de la Ley 23/1982 de 16 de
junio.
Desde 1982 está pendiente,
conforme determina dicha norma legal, establecer una nueva regulación del
monumento acorde con el ordenamiento jurídico vigente en la actualidad. Se
prevé que dicho monumento quedará inscrito como bien de Patrimonio del
Estado. La no regulación desde entonces
ha dejado en una especie de “limbo”
jurídico al monumento.
En lo tocante al culto, desde
1957 la Fundación firmó un convenio con el Arzobispado de Madrid para regular
lo tocante al culto ordinario y/o extraordinario en la basílica, al tiempo que
se regulaba igualmente otros servicios destinados a atender a visitantes y
peregrinos. La Iglesia católica consideró en su origen la abadía del Valle de
los Caídos, como una basílica martirial,
destinada a honrar a los mártires de
la guerra civil (concebida como cruzada
por el denominado bando nacional).
La abadía fue puesta bajo la dirección
espiritual de la Orden Benedictina, algunos monjes de la orden se trasladaron
desde el Monasterio de Silos (Burgos), al nuevo monasterio anejo a la basílica.
Desde 1958 prestan sus servicios religiosos a visitantes y peregrinos. Mantienen abierta una Hospedería abierta y
algunos pequeños negocios turísticos (cafetería, tienda de recuerdos, visitas
guiadas…) para autofinanciarse.
Tras la muerte de Francisco
Franco Bahamonde en 1975 se planteó desde algunos grupos políticos la necesidad
de replantear el monumento. En la naciente democracia se pretendía que aquel
lugar no se convirtiera en lugar de peregrinación de nostálgicos del
franquismo. Se imponía buscar soluciones y las hubo de todos los colores.
En varias ocasiones se le ha
querido “meter mano” al asunto, pero
siempre había reticencias en muchos frentes. El Prior de la Abadía se negaba a
la exhumación de ningún resto al considerarlo una profanación por parte de las
autoridades estatales. El Arzobispado de
Madrid durante la “Era Rouco”
(1994-2014) también se negaba por considerar que dichas exhumaciones, a su
juicio interesadas, equivalían a remover el pasado y al mismo tiempo podía
generar nuevos conflictos.
En cuanto al gobierno, los
gobiernos conservador-liberales han apostado por mantener el Status Quo y no someter a debate la cuestión. Los gobiernos
socialistas, promotores de la Ley de Memoria Histórica, han apostado por dar un
paso más en la normalización jurídica, política y social de este monumento con
mayor o menor éxito.
La situación es bastante
complicada si lo que se pretende es la exhumación de cadáveres (incluido el de
Franco) y la eliminación de todos los símbolos vinculados al régimen franquista
y a la figura de Franco.
La familia del dictador ha emitido
su parecer, vía notaría, de no autorizar la exhumación de Francisco Franco
Bahamonde y de no recepción de sus restos en el caso que el estado lo haga sin
su consentimiento (Amenazan con llevar al estado a juicio por profanación de
tumba). Alegan problemas de seguridad de la futura tumba. La Fundación
Francisco Franco alega que un Jefe de Estado no puede ser enterrado en una tumba
sencilla, requiere una mayor solemnidad.
La iglesia madrileña con su
arzobispo al frente se mantiene en zona neutra a la espera de lo que decidan la
familia y el estado. El prior de la abadía mantiene su negativa a la exhumación
y en todo caso se pone bajo órdenes
superiores del provincial de la orden.
Jurídicamente la razón legal la
tiene, hoy por hoy, el estado en tanto propietario del monumento. Pero la tumba
de Franco está dentro de la Basílica, que es competencia de la Orden
Benedictina, sobre la que ni el gobierno, ni la iglesia madrileña tiene
competencias para poder intervenir en el interior de la basílica (acuerdos
Estado-Santa Sede / convenio Fundación-Arzobispado) salvo casos de urgencia.
Pero a su vez el provincial de la
orden Benedictina al estar su sede ubicada en Francia, no tiene competencias
para intervenir en el asunto, porque generaría un conflicto entre países (injerencias)
y a su vez de ambos países con la iglesia universal (Santa Sede y su relación
con los estados).
Sólo entonces quedaría apelar al
Papa Francisco I para que mediara en el asunto y de alguna forma tratase de desbloquear la
obligatoriedad eclesiástica en el cumplimiento de la ley española y en
consecuencia se supone debería dar facilidades eclesiásticas para que Franco
pudiera ser exhumado, aun sin el consentimiento de sus familiares.
Pero esta cuestión tampoco tiene
visos que pudiera producirse a corto plazo, a fin de cuentas para la Iglesia
Católica, Franco como persona individual, era un fiel católico bautizado y por
tanto con los mismos derechos que cualquier otro católico en lo que a la inviolabilidad
de su tumba o no profanación de la misma se refiere.
Hay que tener en cuenta que las órdenes
religiosas funcionan en el seno de la iglesia Católica como organizaciones
eclesiásticas independientes conforme a sus propios estatutos. Solo el Papa
está por encima de la orden y aun así su poder está limitado por normas
eclesiásticas. El Arzobispo puede apelar al prior atendiendo a la colaboración
entre entidades de la Iglesia Católica; pero no puede ordenarle que autorice la
exhumación puesto que no es su superior jerárquico.
Si a ello añadimos ya en el plano
civil, la tradicional disputa ideológica y política por la memoria histórica de
los españoles en todo lo referente a la república, guerra civil y
dictadura la solución a este espinoso
conflicto de intereses está lejos de solución a corto plazo, como pretende, a
priori, el gobierno.
Se impone una tramitación quizás más
pausada como ha quedado de manifiesto recientemente. Pero creo que
se va en la buena dirección. La iglesia madrileña está dispuesta a
mediar y la mayoría de los partidos consideran que hay que meter mano en el
asunto para solucionarlo de una vez y para siempre. Cada uno desde su posición
en el tablero de juego, pero todos en la misma dirección.
En España aún quedan inexplicablemente nostálgicos del pasado, tanto de “derechas” como de “izquierdas” por igual. Parece que la maldición de la guerra civil española y del mito de las dos Españas, persiste en las conciencias de los españoles como una pesadilla recurrente e interminable.
Aplicar la “Damnatio Memoriae” a las zonas grises de la república, a la
crueldad de la guerra y a la infame dictadura sería un buen ejercicio de
democracia en todo el sentido de la palabra. Para avanzar como país
desarrollado y como la cuarta potencia europea que somos, en un marco
democrático y de respeto a los derechos humanos, necesitamos cerrar cuanto antes las heridas del pasado y no
seguir alimentando más los argumentarios hirientes de aquellos que desearían
vivir en el pasado, simplemente porque no les gusta el presente democrático.
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