la "cuestion catalana" un problema sin resolver de hace trescientos años
Parece como una maldición de la política
española. Cada cierto tiempo Cataluña aparece y desaparece como tema estrella
en los principales canales de noticias. Para muchos legos en historia (que son
legión en la actualidad) el “tema de Cataluña”
es algo de ahora, muy novedoso, propio de nuestra época. Sin embargo la “cuestión catalana” data del
siglo XVII. Más de trescientos años nos
separan del origen casi olvidado del
asunto en cuestión. En este tiempo hasta cuatro veces se ha proclamado la república catalana y sus correspondientes veces en las que ha sido abortada.
Durante el siglo XVII algunos
territorios que formaban parte del caudal del patrimonio de los monarcas de la
casa real de Castilla y León, iniciaron procesos de independencia y formación
de nuevos estados soberanos. Portugal y Países Bajos (Holanda) decidieron
iniciar caminos independientes a los diseñados por los administradores de los
monarcas castellanoleoneses.
Portugal en 1640 y Países Bajos
en 1648 vieron reconocidas sus independencias del patrimonio de los monarcas
del Reino de Castilla y León. Construyeron
sus respectivos estados y han seguido siendo estados soberanos hasta el día de
hoy. Ya en esa época hubo nobles catalanes que pensaron que Cataluña podía ser
independiente (1641 se autoproclama la I
republica catalana sobre el papel) de los monarcas del Reino de Aragón al que
por entonces pertenecía territorialmente.
Pero no fue hasta 1716 cuando el
movimiento político pro independencia surgió con fuerza en el marco de la
guerra de la sucesión a la corona hispánica. Cataluña formaba parte del
territorio leal al archiduque Carlos de Habsburgo, pretendiente a las Coronas
de Castilla y León, Navarra y Aragón. El archiduque concedió una amplia autonomía
gubernativa, jurídica y administrativa al Principado de Cataluña. Fue entonces
cuando restauraron (O recrearon) la histórica “Generalitat de Catalunya”, la “Señera”
como bandera tomada del escudo heráldico de los antiguos condes de Barcelona y la
lengua catalana como lengua vehicular.
En 1713 se puso fin a la guerra
de manera oficial y en el tratado de Utrecht se acuerda conceder la corona
hispánica al pretendiente Felipe d’ Anjou (Casa de Borbón), nieto del poderoso
Luis XIV de Francia.
El rey Felipe V decretó en 1707 que todos los territorios
peninsulares debían integrarse o anexarse al Reino de Castilla y León para
formar una nueva entidad política: el Reino de España e Indias. Esta nueva
entidad jurídica y política, adquirió tras el tratado de Utrecht, la naturaleza
de un estado soberano único reconocido internacionalmente. La monarquía
hispánica hasta el momento, no regentaba un estado unificado; sino un conjunto
de propiedades privadas de los soberanos (reinos, principados, señoríos feudales…)
que se administraban conforme al fuero propio de cada uno de los territorios
que integraban el patrimonio de las coronas de Castilla y León, Navarra y
Aragón.
Apareció con estos “decretos de nueva
planta” el Estado español propiamente dicho como entidad política separada del
patrimonio personal de los monarcas hispánicos. Cuando en 1714 las tropas de
Borbón conquistaron Barcelona, se procedió a anexar el antiguo Principado de
Cataluña en el nuevo Reino de España e Indias.
Desapareció el principado y con la nueva configuración provincial
(Intendencias) la región quedó dividida
en cuatro provincias o intendencias. La generalitat, la bandera y el idioma fueron
eliminadas. Esto causó desazón y rabia entre los nobles catalanes que deseaban
mayor autonomía o autogobierno.
El espíritu “catalanista”
sometido al centralismo borbónico de la época siguió existiendo acomodado en la
conocida como “camarilla de Aragón” en la corte palatina de Madrid. Esta
camarilla funcionaba a modo de Lobby cortesano para hacer valer los intereses
conjuntos de los nobles de Aragón, Cataluña,
Valencia y Baleares que se vieron afectados por los decretos de nueva planta.
Eran para entendernos, la oposición
al gobierno (dominado por la “camarilla de Castilla” leal al monarca Felipe V y
su valido). La “camarilla de Aragón”
siempre mostró su lealtad al príncipe heredero, en tanto en cuanto era el
titular del principado de Gerona (Cataluña), título que recordaba su pasado de
autogobierno efectivo con el breve reinado del archiduque Carlos de Habsburgo
en aquel territorio. Mantenía viva la llama del catalanismo.
Esta llama estimuló a los
intelectuales, humanistas, francmasones y librepensadores catalanistas a
estudiar la historia diferenciada de Cataluña como región. Esperaban encontrar en la historia episodios
que les permitieran probar que hubo una Cataluña independiente en el pasado (como
por ejemplo la supuesta independencia de la “marca hispánica” o de los “condados
catalanes independientes” tras la implosión del imperio carolingio y antes de
su incorporación al reino de Aragón). Estos estudios, que se prolongaron durante
todo el siglo XIX, permitieron recuperar
parte de la historia regional y también parcelas olvidadas de la cultura, el
arte, las tradiciones, el folclore y la gastronomía propia de Cataluña.
Elementos que estimulaban el
deseo de revitalizar la “carta de quejas”
sobre la política borbónica en relación a Cataluña en la corte de Madrid. Se buscaba al menos que los intereses
comerciales de Cataluña no se vieran afectados por la “descatalanización” de
los gobiernos de Su Majestad. La “lista de agravios” comenzaba a compilarse. Los
episodios de la historia catalana eran buenos argumentos y el espíritu de
resistencia anidaba ya en la conciencia de muchos catalanistas. Se iniciaba el
proceso de renacimiento de la conciencia “patriótica” catalana. Comenzaba a
forjarse la “cuestión catalana” en el terreno de la política española.
La guerra de la independencia española
(1808-1814), orquestada en parte por la nobleza catalana en la camarilla de Aragón
(Motín de Aranjuez), alentó a los catalanes a aprovechar el vacío de poder
central generado (invasión francesa, gobierno afrancesado). Los catalanistas querían unirse a Francia
(recreando así, la marca hispánica
carolingia) y lograron que Napoleón I de Francia decretase su incorporación por
decreto del 26 de enero de 1812. Aunque
la región pasó a formar parte de la estructura imperial francesa, muchos leales
a Fernando VII que tan solo querían un autogobierno dentro de España, combatieron a los catalanistas afrancesados, formándose
en Cataluña una especie de guerra civil catalana paralela (liberales vs
afrancesados).
Con el final de la guerra,
Francia devolvió a España Cataluña, con lo cual las aspiraciones catalanistas
quedaron nuevamente en saco roto, añadiendo frustración a la lista de agravios.
El carácter autoritario y antiliberal de la “década ominosa” de Fernando VII provocó que el catalanismo pasara a la clandestinidad,
siendo muchos de sus ideólogos perseguidos.
Fernando VII volvió al centralismo borbónico con una mayor cerrazón a
considerar hechos diferenciadores o identidades regionales que pudieran poner
en peligro la integridad del estado español unificado.
Con Isabel II y la vuelta de los
liberales, el catalanismo se coló de nuevo en las cocinas de palacio a través del moderantismo vinculado a la corte
palatina y al entorno de la familia real.
Esperaban influir en la política a favor de sus intereses en Cataluña.
A partir de 1837 cuando se abrió
el Congreso de los Diputados como parlamento ordinario y permanente, cuando se
diseñaron las estructuras políticas del estado español y aparecieron los
primeros partidos políticos como tales, los catalanistas fueron gestando una
ideología catalanista propia basada en el republicanismo liberal federalista.
Esperaban caminar hacia una república catalana incorporada a una futura e
hipotética republica federal ibérica (incluyendo a Portugal en la misma).
De entrada siguieron los pasos
del carlismo foralista en la línea de recuperar Cataluña como región histórica
y diferenciada del resto de regiones y comunidades (poblaciones) españolas por
la vía de la recuperación de sus fueros históricos. También como recuerdo del
extinto Principado de Cataluña durante la guerra de sucesión española. Recuperaron
de nuevo la historia y la cultura catalana como armazón dialectico del nuevo
catalanismo político.
En estas se llega a 1873 (I
República española) y el catalanismo se anima a la segunda intentona
independentista, de nuevo se proclama la
II República de Cataluña (Republica
catalana federada) sin valor jurídico ni reconocimiento alguno, pero de
gran trascendencia simbólica para el movimiento catalanista. El federalismo
crea un régimen único y novedoso. El primer presidente de la I república
española era catalán (Francesc Pi i Margall), todo un símbolo de victoria en la
conquista del poder por parte del movimiento catalanista. La I republica española
fue caótica y en 1874 un golpe de estado militar restauraba la monarquía borbónica
en la persona de Alfonso XII. Aquellos que expulsaron a Isabel II se
regocijaban con la vuelta de su hijo Alfonso XII.
El régimen político de 1876
diseñado por el malagueño Antonio Cánovas del Castillo, recuperaba un modo de
hacer político que había funcionado a principios del siglo XIX. Dos partidos
hegemónicos y dinásticos se disputaban el poder de manera civilizada y ordenada:
partido Conservador y partido Liberal (véase: camarilla de Castilla vs
camarilla de Aragón). Los catalanes cerraron filas con el partido liberal de
Don Práxedes Mateo-Mariano Sagasta y Escolano.
La política catalana formaba parte
de la política española de manera intrínseca. Lo que se negociaba en Madrid,
tenía repercusión en Barcelona y viceversa. El Catalanismo de nuevo se enfocó hacia el logro del autogobierno dentro
de España, en clave liberal federalista, pero no en las filas de los rupturistas
(que constituía una facción sindical disidente del catalanismo político). Se aceptaba
la monarquía española y la constitución de 1876 como un recurso accidental en
la consecución de sus fines ya claramente “nacionalistas”.
Habrá que esperar de nuevo a 1931
para una nueva proclamación de la III República catalana (El “estado catalán” de F. Macià). Durante la
republica surgió la novedad de las autonomías, que era como una especie de paso
previo a una futura independencia (sine
die). Cataluña estrenó su primer “Estatuto
de Nuria” que le concedía un rosario de competencias que en la práctica
significaba acceder a todos los resortes de autogobierno que anhelaban los
líderes catalanistas; pero no la independencia.
El autonomismo cobro fuerza en
la mayor parte de los catalanistas liberales, moderados, federalistas, pero que
aceptaban ir por una vía lenta hacia el objetivo final que no era otro que era la
independencia o la federación de Cataluña en España. Una idílica e imaginativa
república catalana dentro de una romántica República Ibérica. La Generalitat de Catalunya fue repuesta y la
señera volvió a ondear en los edificios públicos de Cataluña. El catalán pasó a
ser lengua cooficial con el español.
Frente al catalanismo autonómico
(la Lliga catalanista como principal
referente), surgió con fuerza un catalanismo independentista que tenía como
principal referente político en Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), partido
que acogía en su seno a los republicanos federalistas, a los socialistas catalanistas
y a las fuerzas sociales de base que deseaban construir una republica catalana
independiente. Los de ERC apostaban en aquella época por el rupturismo unilateral
con el estado español.
En 1939 los catalanistas
(autonómicos e independentistas) tuvieron que exiliarse al instaurarse la
dictadura franquista en España.
Nuevamente perdieron sus esperanzas de construcción de un proyecto
nacional de república catalana. Los que
se quedaron trabajaron por su renacimiento una vez que concluyera la dictadura.
Entre tanto volvieron a encontrarse con la necesidad de infiltrarse en la vida política
española a favor de sus intereses. Los negocios Madrid-Barcelona y viceversa se mantuvieron en el régimen de
Franco en términos que no se notara un ápice de sus intenciones autonomistas o
independentistas adormiladas y a la espera de acontecimientos.
Llega 1975, el dictador se ha
muerto y el nuevo rey Juan Carlos I facilita el nacimiento del “Estado de las
autonomías”, de nuevo los catalanistas autonomistas (CIU) e independentistas
(ERC) se pusieron en marcha para sacar adelante el primer estatuto de autonomía
que en esencia fue un calco del de la II República pero aumentado en
competencias exclusivas hasta llegar al límite máximo permitido por la
constitución de 1978. En esta ocasión no surge una IV República catalana,
porque el marco jurídico de la monarquía parlamentaria facilita el
entendimiento entre políticos catalanes y españoles. El sistema democrático
reconoce derechos y libertades que otros regímenes anteriores no lo hacían.
La entrada en La UE también facilitaba reducir
la lista de agravios de Cataluña. La Europa de las regiones le reconocía como
entidad política regional en el marco territorial de la UE. Para muchos
catalanistas el Estado de las Autonomías cubría las demandas históricas de
Cataluña a España. Para otros sólo
quedaba una cosa que tratar: la independencia. Una línea roja a la que España
no estaba dispuesta a cruzar porque rebasaba el orden constitucional.
Desde los años 80 hasta ahora ha
existido un debate sobre el modelo territorial español. Desde los centralistas
conservadores y liberal-conservadores que son los herederos de la histórica
camarilla de Castilla; hasta los federalistas
social-liberales y republicanos
que son los herederos de la camarilla de Aragón.
Como vemos el debate sobre la “cuestión catalana” se centra en dos visiones
distintas de España: ¿estado centralista o estado descentralizado? Unos aspiran a
mantener el estatus quo usando las fuerzas del orden y los recovecos del estado
de derecho con contundencia para mantener a Cataluña dentro de España; otros en
cambio consideran que habría que caminar hacia un acordado y consensuado estado federal (bien en una monarquía
federada tipo Bélgica o Reino Unido; bien en una república federal) como única
solución real al problema.
El péndulo de la historia nos ha recordado que la "cuestion catalana" sigue siendo un asunto de Estado, como el de Gibraltar, pendiente de resolución desde el siglo XVIII. El problema que siempre tenemos en españa son las absurdas "luchas de banderías" entre la derecha e izquierda española y su reflejo en la derecha e izquierda catalana. Ni a los líderes catalanes les interesa la independencia (donde tienen mucho que perder y poco que ganar); Ni a los líderes españoles les interesa generar un conflicto armado (donde tambien tienen mucho que perder y nada que ganar).
La cuestion que observo es que hay mucho interes en proteger la imagen pública de los partidos politicos y muy poco interes en actuar con sentido de Estado. El fin es solucionar de manera pacífica y consensuada la "cuestión catalana" tanto desde España como desde Cataluña. Pero para eso hay que hablar de todo y con todos. Los extremos se tocan y son inútiles, la mejor forma de solucionarlo es desde la moderacion y el consenso.
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