De los mentideros de la Corte a la posverdad
A lo largo de la historia, la humanidad ha necesitado información para múltiples actividades de la vida cotidiana, del ámbito laboral o de la forma de entender su entorno social, económico, religioso y político. En determinadas épocas de la historia el control sobre la información ha estado vedada a las masas y en otras abierta a las masas. En muchos casos los ciudadanos han recibido información en bruto, procesada o manipulada según quien fuera el emisor de esta.
Hasta el siglo XVIII en España la información estaba vedada
a las masas, solo una porción de la sociedad tenia acceso libre o restringido a
la información que era relevante para ellos. Desde la edad media el poder civil
y el eclesiástico controlaba la información relevante. Solo era accesible a la
nobleza y a personas cultas que sabían leer y escribir.
En el siglo XVI surgieron voces que animaban a abrir
bibliotecas y archivos a las masas iletradas. La enseñanza se abrió paso
gracias al desarrollo de las universidades, la experimentación científica desde
las universidades exigía una mayor libertad en el acceso a la información para
docentes y alumnos. Controlada aun por las ordenes conventuales religiosas, la
información fue abriéndose paso gracias al ingenio de la máquina de imprimir
sobre papel. El abaratamiento del documento impreso, o libro impreso moderno,
posibilitó el nacimiento de la industria y comercio del libro; así como el
surgimiento de las primeras bibliotecas de uso público no controladas por el
poder religioso. Su amplia difusión y bajo coste permitió una mayor
interconexión de saberes y conocimientos.
El conocimiento trajo consigo la crítica teórica y el
cuestionamiento del poder tanto civil como religioso. Esta apertura hacia
territorio vedado por el poder a las masas provocó el nacimiento de la
clandestinidad, en respuesta a la censura eclesiástica y las leyes civiles
contrarias a aquellos conocimientos que el poder instituido consideraba
necesario ocultar o no revelar a las masas. La información se convirtió en un
nuevo poder: quien controlase su creación, su distribución y difusión
controlaría la situación y a los espíritus mas heterodoxos y rebeldes de la
sociedad.
La censura provocaba que muchos científicos tuvieran
que andar con mucho cuidado, dado que las penas por revelar o que no debía ser
revelado eran muy contundentes, incluso podrían acabar en sentencias de pena
capital. De ahí que esa clandestinidad inherente a la censura desarrollase
nuevos lenguajes crípticos y que se adentrase en territorio prohibido generando
así una resistencia que desembocaría en el siglo XVIII en el espíritu de la
Ilustración y en los movimientos sociales y revolucionarios coetáneos.
En el ánimo del poder civil se había creado durante
la edad moderna la idea de no revelar los asuntos de estado y no hacer públicas
las decisiones adoptadas en Palacio a las masas. En el contexto de la sociedad
estamental el pueblo llano carecía de derechos civiles y tenía vedada su
participación política. El estado llano debía obedecer ciegamente a su señor
natural, ya fuera noble, eclesiástico o el monarca. El estado llano no debía
cuestionar a su señor natural. El vínculo feudovasallático que lo unía a su
señor no debía romperse por ningún motivo.
En Palacio, durante la dinastía de Habsburgo-Borgoña
(o “Austrias españoles”, 1516-1701), el monarca absoluto imponía el orden
en la compleja estructura de los llamados “Reales Consejos”, se dejaba asesorar
por la extensa corte palatina y dictaba sus mandatos a su “Valido”, que actuaba como su
principal mayordomo y persona de confianza.
Todo lo que oían lo daban por cierto y no
cuestionaban nada de lo que oían. Apenas había prensa (la “Gaceta de
Madrid” no
se comenzó a publicar hasta mediados del siglo XVII) y esta no llegaba a las
masas, su tirada era escasa, tan solo para cubrir la demanda de los pocos
lectores existentes, quienes a su vez también eran generalmente sus propios
redactores y editores.
Cuando un erudito tenía acceso a ella, generalmente
en pequeños grupos leía en voz alta y con cierto dramatismo teatral (al estilo
de los antiguos juglares y trovadores medievales) contaba los cotilleos de
Palacio, añadiendo generalmente elementos de su propia cosecha. Estos
contadores de cotilleos eran auténticos creadores de opinión pública. La
rumorología, o el arte popular de difundir rumores y cotilleos, se convirtió en
toda una ciencia experimental desde el siglo XVI. Era en realidad la única
forma de informarse que tenían los súbditos de Su Majestad durante la edad
moderna.
Los eruditos que transmitían las noticias de palacio
tomaban como fuentes tanto lo que directamente habían oído de los cortesanos
palatinos (si tenía acceso a ellos); como de las filtraciones interesadas, que
desde algunos estamentos no cortesanos (servidores de palacio, personal de
caballerizas, abastecedores…), se transmitían a estos eruditos para su
difusión.
El desarrollo de la llamada reforma protestante a
partir de los escritos del monje agustino Martin Lutero y de la condena a la
pena de excomunión que sufrió en 1520 por parte de la Iglesia Católica
precisamente por esos escritos considerados heréticos, tuvo también su eco en
suelo hispánico.
La Iglesia Católica era el principal poder, después
del de la Corona, en los territorios de la monarquía hispánica. En la época se
practicaba la costumbre de asociar la religión del monarca a todo el pueblo que
vivía bajo su soberanía en todos sus territorios (“eius regem, eius
religió”).
Los monarcas hispánicos eran católicos y en consecuencia, todos los habitantes
de los territorios vinculados a la corona eran de manera obligatoria católicos.
La iglesia católica practicaba la censura de manera
extensa, de tal forma que todos los escritos, publicados o no, debían contar
con la aprobación eclesiástica para su difusión o comercialización. Al mismo tiempo la iglesia informaba a las
masas de que libros no debían leer por considerarlos contrarios a la fe
cristiana o contrarios al orden establecido por las autoridades civiles o
religiosas.
La libre interpretación de la Biblia y los escritos
de los reformadores “protestantes” provocaron que muchos de estos escritos llegasen de
manera clandestina a España, generalmente a través de las rutas marítimas a los
puertos españoles. allí desembarcaban y se difundían por los canales populares
antes indicados.
Estos textos, obviamente considerados heréticos o
heterodoxos por la iglesia católica, servían a los predicadores clandestinos
para difundir no solo los principios y doctrinas de estas nuevas iglesias
reformadas; sino también llevaban incluidas referencias a la cultura
centroeuropea basada en esas ideas, principalmente los escritos procedían de
Inglaterra, Países Bajos, Confederación Helvética (Suiza) y de los estados
protestantes del Sacro Imperio Romano Germánico (Alemania), donde el
protestantismo había arraigado y desplazado a la iglesia católica como religión
de estado.
Evidentemente la filtración de noticias y conocimientos
fue cada vez mayor a medida que las rutas comerciales europeas comenzaron a
desarrollarse, también a través del comercio transatlántico y la rutas hacia el
Indico y Pacífico. Al ampliarse la red
de comunicación la información llegó a más gente. El mundo europeo medieval se quedó pequeño
ante la inmensidad que los viajes oceánicos mostraron a los eruditos de la
vieja Europa.
Ello provocó que la iglesia católica dejara de ser un
poder absoluto. Los monarcas no católicos y también muchos católicos dejaron de
reconocer la primacía de la iglesia católica sobre los monarcas e incluso se
cuestionaba el poder terrenal del papado. La censura eclesiástica y las penas
de excomunión dejaron de verse como algo terrorífico (“la Ira o el
Juicio de Dios”) y algo que procedía de Dios. Los heterodoxos comenzaron a explorar
el pensamiento laico a través del agnosticismo religioso.
En los territorios de la monarquía hispánica, el
poder la iglesia y sus tribunales era absoluto en coexistencia y alianza con el
poder del monarca absoluto. El avance de las ciencias y humanidades se vio
frenado por la férrea censura y secuestro de la información por parte del poder
civil y eclesiástico instituido. Las
penas aconsejaban no tener tentaciones heterodoxas. No obstante, existieron
heterodoxos clandestinos que difundían con lenguaje críptico, o a través del
arte, el humanismo europeo (los escritos de Erasmo de Rotterdam, por ejemplo)
en obras supuestamente válidas para los censores de la inquisición española. La
picaresca española conoció durante la edad moderna su máxima expresión.
En el siglo XVIII con la llegada de la Ilustración
durante el reinado de Carlos III trajo consigo cambios estructurales en la
forma de tratar la información y su difusión. La permeabilidad existente a
través de los “mentideros de Palacio” y de la información
transmitida de manera clandestina en tabernas y teatros, obligó a la corona a
establecer nuevos métodos para su control. Los ilustrados españoles eran por lo
general heterodoxos y muchos de ellos habían alcanzado una buena posición
social a través del ennoblecimiento, ya fuera por batalla o por cama, muchos de
ellos llevaron a la corte ideas revolucionarias en el manejo de los asuntos
públicos o en la forma de relacionarse con el pueblo llano.
Carlos III tuvo una formación humanista tanto en la
corte española como napolitana. En esta segunda corte, tuvo la dicha de
codearse con grandes heterodoxos europeos, con grandes pensadores ilustrados.
Lo que propugnaban las monarquías ilustradas europeas era relacionarse con la
plebe en un formato asimétrico. El lema “tout pour le peuple, rien par
le peuble”
(“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”) atribuido a Luis XV
de Francia, marcaba una distancia social entre el poder instituido por derecho
divino (monarquía absoluta), y el pueblo llano (súbditos).
El rey se configuraba como un “padre para el
pueblo” y
en consecuencia adoptaba sus obligaciones como tal en cuanto a sostenimiento,
protección y formación de sus súbditos, los cuales permanecían bajo el estatus
de menores de edad no emancipados. A esta forma de gobierno que se dio en
varias cortes europeas, se le ha denominado “despotismo ilustrado”, una variante de la
tradicional monarquía absoluta.
El monarca consideraba necesario formar a sus
consejeros, nobles y eruditos en las artes plásticas, en las nuevas
tecnologías, en astronomía, en geografía, y en cualquier ciencia o estudios
humanísticos o teológicos que contribuyesen al bien común del monarca y de sus
súbditos.
No obstante, en España el papel de la iglesia
católica y de la censura eclesiástica, provocaba desacuerdo en la cumbre entre
el monarca y el cardenal Primado. Las
restricciones de la iglesia impedían el progreso de la nación tal y como
deseaban los monarcas. De ahí que el poder civil se dotó de instituciones
públicas separadas de la de la Iglesia Católica. En las públicas no había mas restricciones
que las necesarias impuestas por el monarca. Lo cual permitió el desarrollo de
las ciencias y las humanidades.
Ayudó a mejorar las infraestructuras locales en las
ciudades, y a articular mejor el territorio interior peninsular, a fin de
aprovechar sus potenciales. La información se convirtió en una herramienta de
trabajo al servicio del poder público. Los archivos reales que se formaron
durante los reinados de Felipe II y Felipe III fueron instrumentos de control
del poder público local por parte de la monarquía. El nivel de exigencia a las
autoridades civiles locales fue en aumento por parte de la corona.
De cara a la población aparecieron las primeras
cabeceras de periódicos semanarios e incluso diarios. Los Reales Consejos
usaban a menudo la Gaceta de Madrid (periódico privado) como órgano de difusión
de normativas y leyes aprobadas en la corte palatina. La enseñanza comenzó su andadura, aun
controlada por la iglesia católica, como forma de instruir al pueblo, sobre
todo en las novedades del siglo enfocadas tanto al comercio marítimo; como a la
naciente industria fomentada desde la corona.
La enseñanza mas extendida hacia la oligarquía urbana
mercantil, encargada de gestionar la economía real del país, provocó una
ruptura tanto en métodos de enseñanza, como en las materias curriculares, que
hasta el momento se venían enseñando por parte de la iglesia católica. La nueva enseñanza fomentada por la corona
debía formar y al mismo tiempo capacitar a técnicos y cuadros medios que
pusieran en marcha la economía del Reino bajo la dirección de la nobleza y la
corona. La iglesia católica consideró una intromisión de la corona en su
actividad, por lo que los obispos clamaron contra la “enseñanza moderna”.
Para la iglesia el objetivo de toda enseñanza ha de
ser encaminar al discípulo hacia el conocimiento de Dios en toda su envergadura
y conocer la obra de Dios en toda su extensión. El desarrollo de la enseñanza
eclesiástica estaba destinada a formar teólogos y predicadores contra el avance
del protestantismo y de muchas ideas consideradas heterodoxas o heréticas. La nueva forma de enseñar no cumplía con
dichos objetivos, sino que buscaba adentrarse en territorio prohibido por la
iglesia; lo cual significaba que el poder civil pretendía sustraer para si el
poder terrenal de los obispos y menospreciar su autoridad religiosa considerada
tradicionalmente como superior al poder del monarca.
La ilustración puso las bases del conocimiento
científico y humanístico de la edad contemporánea. También las bases del estado
y de la política como ejercicio del poder de forma repartida en varias
instituciones y no concentrada en una sola persona. El poder surgido de la
ilustración debía ser representativo de la voluntad soberana del pueblo. El
pueblo recuperaba la soberanía y expresaba su voluntad a través de procuradores
o representantes que debían ser elegidos por el pueblo.
La simple idea de representación popular, de
empoderamiento del pueblo y de la recuperación de la soberanía por parte del
pueblo, eran ya consideradas ideas muy revolucionarias y eran temas habituales
de debate y opinión pública en la prensa y entornos intelectuales, así como en
la propia corte palatina.
La censura civil apostó por censurar estas ideas
revolucionarias que ponían en cuestión el poder del monarca como soberano único
por designio divino. La ilustración
sirvió como punto de arranque para el uso de la información como arma
estratégica esgrimida por todos los intelectuales librepensadores, heterodoxos
y revolucionarios posteriores. La prensa se convirtió en órganos de difusión de
ideas y pensamientos.
También en órganos para la movilización y el activismo
de masas. Los redactores y colaboradores usaron la información en provecho
propio (con afán de lucro a través de la comercialización de periódicos y
libros) y también como apoyo interesado en campañas de facciones políticas
determinadas. La riqueza literaria y conceptual del siglo XVIII de sus autores,
sobre todo en el siglo XIX, fue sin duda espectacular. Puso las bases de los
principios esenciales para el desarrollo de la propaganda política posterior.
La información y su uso, se estaba convirtiendo en un nuevo poder social,
económico y político.
En el siglo XIX y XX la aparición de los primeros
partidos políticos, agrupaciones ideológicas, asociacionismo social, sindicatos
o agrupaciones sindicales, provocó que el control de la información dejara de estar
en manos de los poderes civiles y eclesiásticos, para pasar al mosaico de
micropoderes sociales surgidos del antiguo estamento del estado llano a través
de las sucesivas revoluciones. La propaganda atisbada a finales del siglo XVIII
se hizo mas evidente en el siglo XIX. Los partidos políticos necesitaban
propagar ideas y programas, necesitaban hacer campañas atractivas para captar
nuevos seguidores a su causa; al tiempo que necesitaban formas de derrotar en
el campo de las ideas y de la oratoria a los contrincantes.
Fue entonces cuando surgieron las informaciones
subjetivas que no informaban, sino que creaban una ilusión en base a datos
reales debidamente manipulados para que aparentasen objetividad; cuando en
realidad el contenido era falso. Estos bulos o falsas noticias (las “fakes” no son un invento del
siglo XXI, ya existían en el siglo XIX) se distribuían en lugares en los cuales
estaba garantizada su amplia difusión. La idea era impactar en el receptor y
movilizarlo en defensa de la causa planteada.
Puesto que en el siglo XIX el analfabetismo y la
incultura política era aún endémica, las falsas noticias se tomaban por ciertas
y en consecuencia los equívocos, los malentendidos, las discusiones y
enfrentamientos se basaban en informaciones manipuladas. Los creadores de
opinión publica de esta época usaban todos los artificios literarios y un uso
polisémico del lenguaje para hacer pasar por cierto cualquier noticia falsa en
origen. Esta perversión de la información o corrupción de esta tuvo un gran éxito,
de tal forma que se siguió trabajando en ella durante el siglo XX hasta lograr
el máximo de perfección y sofisticación con las facilidades difusoras que la
red Internet (a partir de 1990) proporciona a los órganos propagandísticos de
los principales agentes públicos, en especial los partidos políticos.
En el siglo XX la mayoría de los regímenes
dictatoriales u autoritarios hicieron de la propaganda política su arma
ideológica principal. Conocidos son los “10 mandamientos” de la propaganda política,
formulados por el ministro de propaganda del III Reich, Joseph Goebbels. Sus
escritos se consideran la “Biblia” del propagandista profesional.
J. Goebbles basó su teoría propagandística en la
soviética revolucionaria de 1917 formulada entre otros por Lenín. Vio que en la naciente URSS el éxito radicaba
en el sometimiento de la población hacia unas ideas dogmáticas que bajo ningún
concepto debían violentarse. Cualquier signo de heterodoxia o herejía
ideológica, debía ser depurado de inmediato. Otras dictaduras hicieron lo mismo para
mantenerse en el poder y exterminar a la posible oposición que pudiera existir.
Solo existía una verdad, la fabricada por los órganos
de propaganda del régimen dictatorial. Esa verdad adquiría rango de dogma
ideológico y marcaba la ortodoxia del régimen. La política se asimilaba a la
religión a efectos propagandísticos y al poder absoluto, casi mesiánico, que se
le atribuía al líder carismático.
Cuando las dictaduras fueron desapareciendo por el
avance de la democracia en todos sus formatos, la verdad propagandística
ficticia, dejo paso a la “objetividad” en el diseño de la
propaganda política. La democracia permitía a los ciudadanos informarse por
diversas fuentes, lo que contribuyó el surgimiento de todo un ecosistema
informativo interrelacionado.
Los creadores de opinión pública tuvieron - sobre
todo a partir de la década de 1950 y 60, al incorporarse la radio y televisión
al ecosistema de medios de comunicación social - que afinar sus informaciones y
contrastarlas, para evitar ser tachado de desinformador o de creador de
noticias falsas. La verdad objetiva se impuso a la ficticia. La información
objetiva (= científica, verificada y contrastada) era un signo de verdad real
al servicio de la democracia.
En los últimos años del siglo XX (Sobre todo tras la
guerra del Golfo en 1991 y la caída de la URSS en 1993) los creadores de
opinión se han multiplicado, elevando su “opinión” a rango de verdad
política, creando nuevos dogmas ideológicos que han nutrido desde entonces a
los antiguos y nuevos actores próximos a los dogmas autoritarios de las
antiguas dictaduras. El avance
tecnológico ha hecho que la desinformación y la creación de fakes news alcance
el estatus de virus infectando a muchos regímenes políticos y dañando los
consensos democráticos. Su objetivo es
establecer nuevos dogmas ideológicos a partir de simples opiniones.
Frente al
análisis y al razonamiento, los creadores de fakes lo que pretenden es que una
imagen valga mas que mil palabras. Que una idea arraigue en el receptor de la
noticia y le impulse a actuar. El impacto mediático y la audiencia surgida con
su transmisión son los principales objetivos de los creadores de fakes. Da
igual que sea una noticia cierta o falsa, lo importante es provocar al receptor
en su orientación al fin requerido.
Les da igual si la verificación demuestra que es una
noticia falsa. Los creadores e impulsores de las Fakes lo que desea es que se
hable de la noticia propagada, no de si es o no falsa. Cuanto mas se hable de
la noticia, más audiencia tendrán y en consecuencia más adeptos exponenciales a
la causa conseguirán. En muchos casos esconden estrategias políticas al
servicio del partido político que ha pagado y fomentado la campaña. El lucro o
el beneficio electoral está en muchos casos detrás de estas estrategias. Los
diseñadores de estas campañas apelan a las emociones, a los sentimientos y a
las creencias más arraigadas de los ciudadanos.
Quieren mostrar como su “enemigo” (real o ficticio) va
en contra tanto de los sentimientos como de las creencias mas arraigadas del
ciudadano. Con esta idea hacen una enmienda a la totalidad de su enemigo
potencial con el fin de exterminarlo por la vía del descredito, de la negación
de legitimidad, de muchos otros atributos malignos que se les puedan imponer.
Nada de lo que diga el enemigo es verdad, nada es real y todo lo que hace el
enemigo es para conspirar contra la ortodoxia ideológica que se pretende
imponer en estas campañas de desinformación.
Como toda ortodoxia intransigente, persigue y trata
de aniquilar cualquier herejía o heterodoxia que se plantee. Para los partidos
extremistas o autoritarios, que son calcos de los que fomentaron las dictaduras
en el siglo pasado, la democracia debe ser aniquilada, porque permite pensar a
los ciudadanos y elegir sus creencias, pensamientos e ideologías. Por ello vemos como toda su actividad se
centra en socavar la autoridad democrática instituida y en deslegitimar sus
actos usando para ello las nuevas armas digitales de la posverdad y la
desinformación.
El gran problema es que no hay una clara definición y
del alcance del concepto “Libertad de expresión y de opinión” consagrado en la
mayoría de los códigos legales democráticos.
Una opinión en esencia es algo que surge del pensamiento de una persona
o colectividad. Por tanto, su forma de expresar esa opinión es decisión y
responsabilidad de quienes crean la opinión.
Una opinión concreta o una forma de expresión concreta no puede, en un
régimen democrático, conformarse o erigirse en la opinión de toda la
ciudadanía. Para que una idea que pretende ser la general se implante, necesita
del consenso general de la ciudadanía (o de su mayoría representada en una
cámara parlamentaria) y no solo de una persona o colectivo concreto.
Vemos como por ejemplo en España desde los órganos de
propaganda de varios partidos políticos se trata de socavar la autoridad del
gobierno de España o el sistema democrático de 1978, en base a cuestiones
basadas en simples opiniones mediatizadas por personajes estrella en las
tertulias políticas televisivas y en la actividad generada a través de las
redes sociales mas conocidas.
En estas tertulias aparecen gentes que adquieren su
prestigio en función del share que obtienen de sus intervenciones en el debate
de tertulianos. Sus opiniones, en muchos casos interesadas o al servicio de una
causa política o pagadas por un partido político concreto, se convierten en
prácticos dogmas de fe que se viralizan de manera instantánea por las redes sociales.
Otros hacen el papel de apostar por la causa ganadora
mostrándose como adalid de la verdad objetiva, aunque el contenido de su
comentario u opinión sea falso. La posverdad y la desinformación han hecho de
las tecnologías de la información su mejor arma. Hoy una opinión vertida en un simple
comentario de WhatsApp puede llevar a generar una huelga o manifestación en el
mundo presencial, socavar la autoridad de un gobierno elegido democráticamente,
deslegitimar a un partido político por su posicionamiento político o demonizar
al rival de turno como víctima propiciatoria en el altar mediático de la nueva
religión política e ideológica que se desee implantar.
Recientemente con el COVID-19 la desinformación en
torno a los tratamientos a aplicar y en torno al cuestionamiento de la gestión
de la crisis está alcanzando limites penales, hasta el punto de que los
gobiernos de medio mundo están ya deteniendo a los creadores de las fakes e
investigando quien está detrás de estas campañas, cerrando perfiles de redes
sociales falsos y actuando contra las campañas intimidatorias y de orientación
ideológica que vulneran derechos fundamentales del ciudadano.
Una cosa es
tener una opinión o adoptar un posicionamiento político concreto y otra es
delinquir, prevaricar o saltarse las normas básicas que regulan la libertad de
expresión y opinión en regímenes democráticos.
Una cosa es la información política y otra la desinformación política.
La libertad de expresión del creador de la fake o de su patronazgo político,
está limitada por el derecho del ciudadano a recibir una información veraz.
Los demócratas queremos juego limpio en la política,
queremos información veraz, queremos que aquellos partidos políticos o grupos
mediáticos que fomenten las fakes news sean disueltos o prohibidos, porque
atentan contra la democracia y los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Las reglas del juego democráticas han de ser consensuadas y no ser contaminadas
por cuestiones de opinión de un medio de comunicación, partido político o
colectivo concreto.
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