Francisco I, “cuervos y lobos” en el Vaticano… crónica de un cisma anunciado.

“Sólo el espíritu de este Jesucristo puede dotar a la iglesia católica y al cristianismo en general de una nueva credibilidad y permitirle ser comprendido.” (Hans Küng, La Iglesia Católica, Mondadori, 2003).

En el actual pontificado, está continuamente saliendo a la luz la realidad de una iglesia necesitada de ayuda urgente. Colonizada por “cuervos y lobos” durante el último tercio del siglo XX,  la iglesia está mostrando hoy su lado más oscuro: la corrupción en toda su magnitud.

Francisco I está intentando poner orden y concierto en el seno de una iglesia que camina, si nadie lo impide, hacia un nuevo gran cisma. Dos corrientes teológicas enfrentadas: los llamados “Tradicionalistas” y los llamados “Progresistas”, los primeros liderados por organizaciones eclesiales tan poderosas como la prelatura personal del “Opus Dei”; los segundos por la influyente Compañía de Jesús.

Para los primeros, las conclusiones del Concilio Vaticano II (1962-1965) y toda la obra pontificia posterior hasta San Juan Pablo II (1978-2005) fueron un “error” imperdonable. Desde San  Juan Pablo II la obra pontificia ha seguido el dictado del “Opus Dei” y de otras organizaciones afines; además de un sinfín de pequeñas organizaciones eclesiales, sociales y juveniles. 

Para los segundos, las conclusiones del Concilio Vaticano II y toda la obra pontificia hasta San Juan Pablo II constituyeron una base o plataforma para el desarrollo de un proceso de aperturismo y modernización de la Iglesia Católica ante los retos del mundo actual. Las sociedades han evolucionado y en consecuencia la iglesia debe adaptarse a los nuevos tiempos (Sin perder por ello su esencia). Además de la Compañía de Jesús, la orden Franciscana y otras afines, se ha mostrado mediáticamente esta corriente en la llamada “Teología de la Liberación” o como Hans Küng la definía: “Liberación de la Teología”.

A nivel de calle, o de “Iglesia de base”, la corriente de las organizaciones “Tradicionalistas” ha venido mostrando su lado más amable y cercano usando para ello todos los medios de comunicación a su alcance; sin embargo, la dirección de estas mismas organizaciones se han comportado de forma nada ejemplar y desde luego bastante alejadas del espíritu evangélico.

Para esta corriente del catolicismo, la autoridad de los obispos y particularmente la del Papa es indiscutible e inamovible. La autoridad proviene de Dios y fue transmitida por Jesucristo a los Apóstoles y estos a sus sucesores hasta los actuales obispos.  Así ha sido desde el principio y por tanto dos mil años después, no ha de cambiarse. No caben en la mentalidad tradicional cambios, reformas, transformaciones, modificaciones, añadidos de carácter “progresista o moderno” que acaben con el modelo preconciliar. Sobran las discusiones, se prohíben los debates y se reprime la discrepancia o la crítica.

Antaño a cualquier reformista se le etiquetaba como “Hereje” marcando en su imagen y prestigio una mancha indeleble de por vida. Hoy se le aparta de la misma manera contundente, mediante eslóganes publicitarios prefabricados y enlatados: “Es una cuestión de modas, es puro relativismo, están equivocados, le falta formación… “, les hacen el vacio  a las personas con las que discrepan, porque en el fondo se sienten “santos y elegidos”.

Hans Küng, uno de los grandes teólogos de la liberación, consideraba que la naturaleza del poder en la Iglesia Católica en realidad no provenía de Dios; ni había sido transmitida desde la primera comunidad apostolar a los obispos.

La historia muestra como durante mucho tiempo la iglesia vivió dividida en la diáspora sin una dirección superior a las diferentes comunidades eclesiales. Estas inicialmente se asemejaron a las comunidades judías de la diáspora, creando la figura de un maestro o “presbítero” que hacía las veces de rabino y jefe de comunidad. Era un miembro más de la comunidad y era elegido directamente por los fieles. Podía casarse y ejercer un oficio o profesión además de las propias de su mandato.

El cristianismo original no era institucional, sino comunitario. Los apóstoles formaban parte del Pueblo de Dios y se ocupaban de continuar la labor iniciada por San Juan Bautista y Jesús de Nazaret en el proceso de reforma del judaísmo emprendido por éstos. La  paradoja que Jesús de Nazaret no era cristiano y en cambio, era judío, es la gran verdad que a menudo se oculta. San Pablo y otros reformadores posteriores a Jesús, rompieron vínculos con el judaísmo hasta que en el año 70 el Consejo Judío  (Sanedrín) reunido en Jammia, excomulgó formalmente a los cristianos.  A partir de entonces comenzaron a seguir caminos distintos. Posteriormente los cristianos se dividieron en multitud de iglesias locales o regionales.

Los progresistas católicos actuales abogan hoy por recuperar la ilusión y la espiritualidad de aquellos primigenios movimientos judeocristianos que bebían directamente de la tradición jesuítica y apostolar.  Aquel espíritu comunal en cuanto a los bienes materiales; aquella unión espiritual respetuosa y abierta a la sociedad. Generosa en cuanto al servicio y a la construcción de un mundo mejor. Aquel espíritu reformista que no buscaba dañar, sino al contrario, sanar y mejorar la vida de los más necesitados.  Para los progresistas, la Iglesia Católica debería ser una plataforma comunitaria desde la cual irradiar el evangelio de Jesús hacia los sectores de la sociedad más vulnerables.

Muchos católicos actuales, sinceramente no tienen formación teológica suficiente para advertir los matices del Concilio Vaticano II, y la forma como Francisco I hace hoy las cosas. En realidad la cuestión está en ¿Qué significa hoy ser cristiano? ¿Actúan los Obispos conforme a las doctrinas cristianas?
En mi modesta opinión una cosa es la espiritualidad (la fe en Dios), otra la religión (Cristianismo) y otra muy distinta la comunidad (Iglesia Católica). Todos los creyentes creemos en Dios, todos los cristianos seguimos o intentamos seguir a Cristo conforme al Evangelio y  una parte de los mismos formamos parte de la Iglesia Católica.

Si lo vemos de esta forma, cuando se habla de la Fe hay que situarse en el ámbito de la teología; cuando se habla de Religión, en el ámbito de la filosofía y la moral; y finalmente cuando se habla de Iglesia Católica hay que situarse en el ámbito de la ética y la lógica.

No debemos confundir la organización, con la religión o con la espiritualidad porque podemos caer en un grave error de comprensión del hecho religioso en toda su dimensión. Las críticas que hoy se hacen en la iglesia no van dirigidas formalmente a la espiritualidad o a la religión; sino a la organización eclesial.

No hay dudas sobre las creencias, tampoco sobre lo que es el cristianismo; pero si hay muchas dudas sobre como los cristianos nos organizamos.  El modelo piramidal de la Iglesia Católica implica: El carácter autoritario de la dirección de la Iglesia Católica; el gobierno teocrático de los cardenales y obispos; las prácticas oligárquicas y oligopolísticas de las organizaciones principales de la Iglesia; el vasallaje de los laicos frente a los obispos; el servilismo y sumisión de la mujer en la iglesia;  la negación del evolucionismo y la marginación de muchos sectores de la sociedad católica.

Para muchos católicos progresistas  el modelo de la Iglesia es anacrónico en los tiempos actuales. La sociedad demanda: apertura y democracia en el seno de la Iglesia Católica; mayor implicación de los laicos y de las mujeres en la dirección o gobierno de la iglesia; celibato opcional; sacar de la marginalidad a sectores sociales como los homosexuales y los divorciados, al ser estos también parte del Pueblo de Dios.  Finalmente que la iglesia recupere su particular y original vocación de servicio a los más necesitados, marginados y excluidos.

A nivel mediático la sociedad cristiana y en general aprueba con nota la actividad de organizaciones como Manos Unidas, Cáritas y la labor de muchos misioneros en países subdesarrollados. En general la sociedad desaprueba algunos discursos y homilías “incendiarias” por parte de algunos obispos o cardenales de la corriente conservadora o tradicionalista. La gente da más valor al trabajo de campo, que a los discursos grandilocuentes.  Da más valor a los mensajes positivos que a los negativos; a los mensajes que dan esperanzas que a los que socaban la autoestima. Da más valor a los mensajes de apertura pastoral que a la cerrazón dogmática.

Todas estas impresiones se vieron en el conclave de elección de Benedicto XVI y en el de Francisco I. Así mismo se ha visto recientemente en el Sínodo dedicado a la Familia y en las últimas informaciones aparecidas en los medios acerca de la corrupción en el Vaticano. Está cada vez más claro que  la iglesia camina hacia el cisma, si nadie lo remedia. Las luchas de poder, la corrupción, el lujo y la ostentación cardenalicia, la arrogancia de algunos cardenales, la prepotencia de algunos obispos, la pederastia en el seno de la iglesia, el descontrol de las finanzas de la iglesia y de los medios de comunicación eclesiales, etc… socaban la credibilidad de la Iglesia Católica como instrumento válido para dar cumplimiento a  la voluntad de Dios.  

Los tradicionalistas en general buscan poner orden; pero manteniendo lo establecido en lo que se pueda negociar (siguiendo el viejo eslogan neoliberal “Cambiar algo para que en esencia nada cambie”).

A los denominados “cuervos y lobos” no les interesa cambiar absolutamente nada, tienen así su chiringuito asegurado con el  apoyo tácito de las mafias y otras organizaciones de delincuentes como recientemente ha quedado mas que demostrado.  Estos tienen un enorme poder en la Santa Sede e irradian a las organizaciones afines sus intenciones, cambian el discurso, hacen argumentarios, editan manuales de estilo para convencer a la base social de estas organizaciones que sus acciones son cristianas, conforme a la Tradición (sacralizada) y al Evangelio (depurado a conveniencia). Son salvando las distancias y conceptos, los “yihadistas católicos”.

Los progresistas en general quieren que se reúna un nuevo concilio ecuménico que ponga fin al reinado de terror de estos “cuervos y Lobos”; que acabe con la corrupción sistémica actual, que cambie el sistema organizativo de la Iglesia y que se pase ya a un clima espiritual propicio a una nueva evangelización pasando por la recuperación de la espiritualidad judeocristiana original de Jesús y sus apóstoles. La vuelta a los orígenes es la clave de esta corriente. Francisco I es su gran esperanza.

Francisco I está dando hoy pasos de gigante arriesgando hasta su propia vida. Pero está demostrando la realidad del Evangelio con hechos.  Se está ganando muchos enemigos dentro y fuera de la iglesia, precisamente de aquellos que no desean que nada cambie. A todos ellos les está haciendo frente con mucha valentía, mucho esfuerzo, pero también con mucho amor.

Pero está también recuperando fieles, aquellos desencantados con la deriva de la iglesia, aquellos que se sienten excluidos (“descartados” diría Francisco) de la iglesia, aquellos que recibieron una débil formación religiosa y que abandonaron tempranamente la religión. Incluso es simpático a ojos de ateos y agnósticos por su ética humanista propia de la espiritualidad ignaciana.

Su mirada está puesta en América, África y Asia, las “periferias”, el “patio trasero de Europa”.  En estos lugares la fuerza evangélica del testimonio de los miembros de la iglesia es más grande que la europea. Europa apenas tiene relevancia en la Iglesia Católica, ni siquiera en países tradicionalmente bastiones del catolicismo como España o Irlanda, donde el número de fieles ha descendido hasta niveles alarmantes.  España está considerada hoy como “país de misión”.


En América sin embargo la iglesia está viva, con espíritu juvenil, alejado de la corrupción sistémica y mucho más cercano a la realidad de la calle. Una zona donde los obispos van como quien dice en vaqueros y se arremangan para construir un pozo, un hospital o un asilo, viven en casas modestas, carecen de lujos y no se le caen los anillos por ello.  Obispos que conviven fraternalmente con las comunidades allí establecidas. El espíritu de los primeros tiempos allí está presente. Esta es la verdadera reserva y cantera de la Iglesia del mañana. 

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