Paseos por la historia contada

Sin duda uno de los estudios que más me han fascinado de la carrera de historia es la conocida como “Era Victoriana” cuya cronología varía según los investigadores. Globalmente podríamos establecer los años 1830 y 1930 para ubicarla en la historia. Es de historia y de arqueología precisamente de lo que escribiré en esta entrada.

Visto desde la óptica occidental (Europea y americana) la era victoriana fue un acontecimiento que dio paso a la era del Imperialismo.  Las teorías evolucionistas de Darwin, el difusionismo de Thomsen o el calvinismo norteamericano definieron el pensamiento de la era victoriana.

Europa comenzaba a industrializarse y a desarrollar su vida en la ciudad. Este fenómeno favoreció un pensamiento más abierto, flexible y tolerante. El trabajo necesitaba un orden, al igual que la vida misma, y el comercio necesitaba estabilidad.  Cada persona debía saber que lugar ocupaba en la sociedad, en el trabajo, en la familia. Los roles se estandarizaban y el reloj marcaba el movimiento.

En las capas aristocráticas de la sociedad se estaba dando un proceso de desarrollo cultural único. Como personas educadas, letradas y de importancia debían cultivarse para poder desarrollar sistemas de gobierno y de control de las masas eficaces, eficientes, de calidad y rentables.  En su mentalidad Dios los eligió para actuar de dicha forma. Era su obligación sagrada y su misión en la vida. Debían considerar como “inferiores” a aquellos que no pertenecían a su “clase” en la sociedad.  Su vida y la de las clases inferiores habían de ser necesariamente distintas. La segregación “clasista” se impuso en la sociedad victoriana. Como personas elegidas por dios su ética y moral había de estar a la altura del mandato divino. 

Desde el punto de vista ideológico consideraban que puesto que la civilización europea provenía de la griega y esta de las culturas madre de Mesopotamia y Egipto;  la suya era una civilización superior.  En aquella época la “Escuela escandinava - británica” inaugurada por Christian Jürgensen Thomsen  (1788 – 1865)  había establecido el paradigma del “difusionismo arqueológico” centrado en averiguar los orígenes de la civilización europea occidental.

Consideraban  que la superioridad de la civilización europea  venía precedida de la combinación de la tradición judeo-cristiana y de la civilización greco-latina clásica.  Estas tradiciones provenían de oriente próximo, principalmente de Mesopotamia y Egipto como principales focos de irradiación cultural.  Aquellas otras culturas  que no siguieran este hilo conductor eran consideradas “primitivas” o “salvajes” en tono despectivo. Consideraban inferiores a los pueblos árabes y a los pueblos africanos.  Consideraban que su cultura no era “civilizada” ni “urbana” por lo que no eran iguales a los europeos.  También despreciaban a rusos, eslavos y turcos.  La geopolítica del momento estaba generalmente detrás de estas consideraciones.

América era “terra incognita”, dado que no podían aplicar en América los estándares europeos. No sabían como clasificar taxonómicamente a los indígenas norteamericanos o a las culturas diezmadas pre-colombinas sudamericanas o a las ancestrales culturas africanas.  Ninguna de ellas tuvo contacto con la tradición judeo-cristiana y por tanto no se las nombraba en la Biblia.

Ninguna de ellas tenía relación con Europa, con “Occidente”, por lo que su existencia en América era un dilema que se resistía a los investigadores de esta época. La historia en América comenzaba para estos historiadores en 1492 con la llegada de Colón y la posterior colonización europea; al igual ocurría con Oceanía, un inmenso territorio marítimo anclado en la prehistoria de la que apenas conocían su historia anterior a la llegada de los europeos.

La curiosidad científica de estos investigadores llevó  a muchos a comenzar a explorar territorios “salvajes” con el fin de acaparar “Tesoros y antigüedades” que pudieran dar alguna pista del entronque de estas culturas extra-europeas con el gran árbol de la civilización que ellos mismos habían establecido como referencia científica. Tras ellos, llegaron los colonos, aprovecharon estos descubrimientos científicos para ampliar territorialmente sus estados y mejorar su capacidad económico-comercial-industrial en la geopolítica europea. 

Este afán de conocimiento de culturas orientales (Orientalismo) y de las exóticas culturas recién descubiertas (África, Asia, Sudamérica, Oceanía) llevó a muchos pensadores de la era victoriana a establecer el principio por el cual la raza blanca europea es superior a cualquier otra raza. En base a este principio se estableció el derecho del “Hombre blanco” a “civilizar” al “Salvaje”  aunque para ello debían anular la historia anterior a su llegada. El “Negacionismo” de una cultura anterior a la europea acabó imponiéndose en los grandes imperios del momento; el británico y el francés.   En la literatura y en el arte de la época se deja también transmitir este pensamiento “occidental”  como superior al “oriental, primitivo y salvaje”. 

Esta corriente difusionista tuvo un gran desarrollo incluso más allá de la era victoriana, prolongándose hasta los años 30 del siglo XX.  En cierta forma la concepción cultural acerca de una supuesta superioridad de la civilización europea sobre otras culturas consideradas inferiores, estuvo en la base de dos ideologías de signo opuesto: el nazismo alemán y el comunismo ruso.  En el primer caso, la superioridad del hombre blanco se complementaba a ala perfección  con el nacionalismo racial  de Adolf Hitler y sus seguidores.

A. Hitler se hacía eco curiosamente de las novedosas teorías de 1925 expresadas por un historiador marxista: Vere Gordon Childe (1892 -1957). Sus teorías cambiaron el paradigma de la arqueología como ciencia. De ser una ciencia auxiliar de la historia, paso a integrarse en los precedentes de lo que más adelante serían las ciencias sociales. 

El investigador se planteaba que si como afirmaban los pensadores victorianos, una sociedad más evolucionada era la que generaba el cambio social en una sociedad menos evolucionada; entonces había que buscar el origen de esa primigenia sociedad evolucionada. Siguiendo estudios filológicos determinó que el origen de la cultura mesopotámica (Considerada la más antigua) provenía originariamente de la región del rio Indo. Por tanto la cultura europea es originaria del subcontinente indio. De ahí que acuñara el término “Indo-europeo” para explicar el origen de la civilización europea.
  
Este interés por la cultura india primigenia, poco estudiada en la época dado que no era interesante para los historiadores británicos dueños de India en estos momentos,  despertó en Hitler y sus colaboradores un deseo por descubrir los orígenes del pueblo germánico.  Los estudios establecidos durante su mandato  determinaron que el pueblo germano provenía de la raza aria.

H. Himmler (1900-1945) era el líder de los estudios históricos del III Reich. Su visión de la historia buceaba en mitos  y leyendas ancestrales tanto de Alemania como de Escandinavia.  En su mente hacía diferencia entre el mundo romano y el mundo germánico, planteando que el origen de la civilización germánica era distinto al romano.  Partió de la idea por la cual los alemanes  provenían originariamente de Austria.

Estos llegaron allí desde las estepas rusas  con las invasiones “Bárbaras”  (S.III o IV a.C.) cuyos orígenes  enlazaban con las civilizaciones del Cáucaso y la remota región de Mongolia, siguiendo convenientemente la exótica “ruta de la seda”. Incluso pensó en un posible origen tibetano.  El problema que tenía era que toda esta zona asiática entraba dentro de la esfera francesa e inglesa con lo cual sus investigadores solo podían acceder al conocimiento a través de los trabajos de investigadores ingleses principalmente.

Estos estudios de la “SS-Ahnenerbe” la sociedad creada por Himmler en 1935 como sociedad instrumental del Partido Nazi para justificar su política racial contra los judíos, gitanos, eslavos y otros colectivos considerados inferiores y de razas mestizas tuvieron un gran protagonismo durante el III Reich y en la terrible “Solución final” (también conocida como “Holocausto judío” y “Shoah” por los detractores y familias de las victimas)

Pero en la URSS de J. Stalín también esta idea de superioridad de la raza blanca tuvo su protagonismo. Principalmente se utilizó para justificar las purgas y pogroms contra pueblos que no eran eslavos, como por ejemplo los de la región caucásica, los judíos o los tártaros.  Los estudios rusos se enfocaron hacia un origen norteño, en Escandinavia, el pueblo ancestral de los “Rus” de origen sueco. Pero al contrario que Hitler, los historiadores marxistas siguieron un método científico tal y como lo planteaba V. Gordon Childe.

De esta forma en el siglo XX, la historia se contemplaba desde dos ópticas, la de los escritores liberales y la de los escritores marxistas. Esta división arbitraria entre historiadores era perfectamente compatible con un mundo dividido en dos: “Occidente” liderado por Estados Unidos y Reino Unido; y “Oriente” controlado por la URSS. Todos los demás países estaban sometidos a la ideología dominante en cada bloque, al menos hasta la Conferencia de Bandung  (1955) donde surgieron los llamados “países no alineados” que buscaban mantener las distancias con los dos bloques enfrentados en la “Guerra Fría” (1945-1992).

Los historiadores de este tercer bloque  buscaron en los orígenes previos a la colonización europea el origen nacional que justificaba su posición con respecto a europeos y soviéticos.  Este fue el origen de los nacionalismos de finales del siglo XX. Muchas regiones de África y Asia querían recuperar la historia pérdida u olvidada de sus ancestros, recuperar la memoria histórica se impuso como medio para retomar la iniciativa de una futura restauración de la nación.

Con estas ideas cambiaron el paradigma al variar la concepción de lo que se entendía por “civilización, progreso y desarrollo”.  M. K. Gandhi (1869 -1948)  líder de la Conferencia, formado en la cultura victoriana inglesa,  opinaba que el origen de la civilización india era milenario, muy anterior a otras civilizaciones. Consideraba positivamente los aportes de la cultura occidental al bienestar humano y a la organización política; pero lo que realmente hacía a un hindú indio era la suma de las culturas locales de la India, en especial la riqueza espiritual y religiosa existente en la india.

Este mestizaje entre culturas europeas y locales inspiró otros nacionalismos a partir de la década de 1950 como el panarabismo o el sionismo. En este mestizaje, ninguna cultura es superior o inferior; sino que la civilización existente es el fruto resultante de ese mestizaje cultural. El respeto a la cultura local  se impuso como medio para llegar a un entendimiento entre Oriente y Occidente. Frente al choque de civilizaciones promovido por los “occidentalistas”; los “no alineados” proponían un  encuentro entre civilizaciones en base a principios y valores comúnmente aceptados por las partes.

Las independencias de países africanos y asiáticos en las décadas de 1960 y 1970 alteraron el mapa político; pero también pusieron punto y final al modelo difusionista occidental de la era victoriana.

 La globalización trata en la actualidad de no clasificar a la gente, ni a las culturas. Nadie es más por tener más; ni nadie es menos por tener menos. Lo importante es vivir conforme a un modelo participativo y solidario basado en el respeto mutuo y la convivencia fraterna. Gandhi introdujo el modelo básico para el  desarrollo del movimiento pacifista y ecologista. Otros vinieron tras de él para crear nuevos movimientos sociales. Movimientos que han transformado sin duda las sociedades occidentales y orientales en los últimos años.

Como diría T.E. Lawrence (“Lawrence de Arabia”)  “nada está escrito” tras convivir años con las tribus árabes.  La historia no debe partir de un modelo estándar prescrito; debe construirse a partir de sus resultados, de las vivencias de sus protagonistas, de las sociedades y culturas humanas tal y como han evolucionado a lo largo del tiempo. El tiempo sigue y la historia también. Hoy seguimos fabricando la historia con nuestra propia vida.  No hay que buscar justificaciones ideológicas en la historia; ni utilizar la historia para afianzar decisiones políticas. 

La historia tiene muchas facetas y no es tan lineal como muchos quisieran establecer para tener control milimétrico sobre ella. Hemos visto como los historiadores de la era victoriana solo contemplaban la sucesión cronológica de los acontecimientos más relevantes o aquellos otros que les mostraban los artefactos arqueológicos más importantes. Sin embargo en sus investigaciones dejaban de lado lo que era natural, evidente o cotidiano.

Las historias de guerras, revoluciones, de grandes líderes mundiales eran más interesantes que la historia cotidiana del pueblo llano. En aquella sociedad clasificada cada persona era una ficha que se introducía en una cajonera junto a otras fichas de referencia. No tenían  ánima, ni vida por si mismas.

El pueblo llano era el gran desconocido para estos historiadores en su mayoría procedente de las clases altas y aristocráticas.  La historia les concedía un papel secundario o incluso accesorio, generalmente para justificar alguna conquista de la aristocracia, los cortesanos o la realeza. Si el pueblo llano procedía de las colonias, el trato era aun más despectivo, justificando con ello el derecho del colono sobre la población indígena.

A menudo me pregunto si aquella vieja concepción de la historia sigue vigente a día de hoy.  Aun quedan historiadores victorianos en pleno siglo XXI. Es cierto que impulsado por la historiografía marxista, especialmente cuando irrumpieron las ciencias sociales con Max Weber,  hoy hay excelentes estudios acerca de la vida cotidiana del antiguo “pueblo llano”  visto desde múltiples facetas. Pero también es cierto que el péndulo de la historia ha hecho que ahora la gran desconocida sea la clase alta y la más conocida la clase baja o la clase media. 

Pienso que ni lo uno, ni lo otro, la historia es propiedad de la humanidad en su conjunto, sin tener en cuenta el origen social de sus protagonistas, dado que unos y otros han fabricado la historia. Si hoy sabemos de su existencia es precisamente porque alguien ha dado noticia sobre ellos en algún momento y esa noticia se ha transmitido hasta el día de hoy por diversos medios.  Ese es a mi juicio el papel del historiador reciente: acercar el conocimiento de los hechos protagonizados por el ser humano en el pasado, al ser humano de hoy. Conociendo el pasado podemos saber de donde venimos,  quienes somos y a donde podemos llegar. Sus aplicaciones son múltiples, solo hay que explorarlas.

Pienso que hoy hay un gran interés en la historia, lo vemos a diario en la televisión, en el cine o la literatura. La historia sigue siendo rentable y sigue siendo de interés para el gran público. A veces la divulgación científica es un reclamo  visible de la investigación científica; en otros casos,  es contraproducente cuando se confunde historia real y ficción literaria. En esto como en otras cosas hay seguidores y detractores para todos los gustos. Hay también los típicos teóricos de la conspiración que al igual que los victorianos hilvanan una historia pseudo-científica en base a informaciones reales históricas convenientemente seleccionadas para crear el argumento que se busca.

Los extraterrestres como en todo también tienen por supuesto algo que ver, ya sean de civilizaciones “superiores” de planetas muy, muy lejanos; ya sean de otros visitantes entrañables como nuestro querido  E.T  o curiosamente iguales en torpeza a los humanos como ocurría en el film de animación  “Planet 51”.  Los extraterrestres ya, incluso,  forman parte de nuestra historia según afirman los teóricos partidarios de los “antiguos astronautas”, los cuales al parecer nos visitaron en el pasado y dejaron su huella.

Siempre nos quedará viajar al “Planeta de los Simios” con Charlton Heston y entonces  diremos aquello de “estuvimos todo el tiempo aquí”.  

Al final el ser humano regresa a la selva de la ignorancia primigenia en busca de la sabiduría ancestral.




Comentarios

Entradas populares