1 de mayo, Dia Internacional de los Trabajadores.
Como cada año desde 1889 (II Congreso Internacional de Trabajadores) se
celebra en todo el mundo una jornada en honor y reconocimiento a la denominada “clase obrera”. Es la jornada festiva más
importante del movimiento obrero internacional. Sindicatos, asociaciones y
partidos políticos aprovechan la jornada para reivindicar mejoras laborales y
de condiciones de vida sociales.
Hoy en pleno siglo XXI la mayor
parte de las reivindicaciones que dieron origen al movimiento obrero han sido
satisfechas: jornada laboral, sueldos mínimos, descanso semanal, protección
contra accidentes laborales, ayudas sociales, pensiones, etc. Pero aun así
siempre hay que reivindicar algo que no funciona como es debido en el ámbito
laboral; pero también buscar mejoras en el ámbito del bienestar social.
Durante el siglo XX la jornada
estuvo protagonizada por los actos que organizaciones socialistas, comunistas o
anarquistas; así como por laboristas y socialdemócratas, desarrollaban conforme a los usos y
costumbres de cada país. Generalmente eran jornadas de manifestaciones, mítines
y mesas redondas en las cuales
visibilizaban sus reivindicaciones más urgentes.
Hoy la jornada se ha desdibujado
un poco debido a la falta de confianza de muchos trabajadores en sus
organizaciones políticas y sindicales. La ideología por si sola ya no es razón
para echarse a la calle. Hoy los sindicatos ya no representan a la clase
obrera, sus líderes acomodados en la poltrona, con buenos sueldos y a menudo colaboracionistas
con el poder político, han perdido su
capacidad de ilusionar y de movilizar a sus bases. Los partidos políticos representativos de la
clase obrera están en plena crisis existencial y comienzan el camino – por desgracia
- hacia su propia decadencia.
Sin embargo la movilización es
real y ello es debido a las nuevas formas de comunicación basadas en las redes
sociales globales. Curiosamente la globalización y las tecnologías actuales - tan
criticadas por los supuestos representantes de la clase obrera – son las que
mueven a las masas y las hace, aun si cabe, más reivindicativas e incluso más
efectivas que las viejas maneras de movilización. En una época en la que los intermediarios
están desapareciendo, las organizaciones representativas ya no tienen mucho sentido.
Los sindicatos como
intermediarios entre la patronal y los obreros
están perdiendo su función. En consecuencia son hoy especies en peligro
de extinción. Los obreros prefieren tratar directamente con la patronal y la
patronal de hoy (que ya no es la
patronal de antaño). El dialogo
patronal-obrero es fluido y a menudo son capaces incluso de ponerse de acuerdo
entre ellos. El pragmatismo domina estas relaciones laborales y ayuda a
solucionar los conflictos. La ideología separa y enfrenta, crea muros; el
dialogo sin componendas, ni prejuicios tiende puentes y une a la gente.
En el siglo XIX las reivindicaciones obreras se centraban en
cuestionar el propio sistema productivo del sistema liberal-burgués imperante por entonces.
Los intelectuales de diferente
ideología consideraban que la clave estaba en quien poseía los medios de
producción: maquinas, fábricas, almacenes, fincas… Estos llegaron a la
conclusión que la concentración de la propiedad de estos medios de producción en
pocas manos era la causa principal de los problemas laborales de los
trabajadores y de los conflictos sociales en las ciudades industrializadas. Los beneficios obtenidos con la venta de los
productos o las rentas percibidas por su arrendamiento iban a parar únicamente
al bolsillo del propietario. Quedaba
pues al arbitrio del propietario el montante de la remuneración al trabajador
por el trabajo realizado.
La inexistencia de una
legislación garantista y protectora del trabajador impedía que el Estado
pudiera mediar entre los propietarios y los trabajadores. Al ser
consideradas las relaciones laborales como un asunto privado entre el
propietario y sus trabajadores, el Estado se inhibía de estas cuestiones. Por otra parte los propietarios generalmente
no pagaban impuestos por diferentes privilegios “de clase”, por lo que el estado apenas tenía recursos para crear
una infraestructura proclive a garantizar derechos laborales y sociales.
En consecuencia, los trabajadores optaron por crear
asociaciones de ayuda mutua que dieron lugar en el tiempo a los sindicatos. El
sindicato era la única esperanza que le quedaba al trabajador para mejorar su
situación laboral y vital. El sindicato
fue un refugio para la clase trabajadora.
En este contexto surgió el
concepto marxista de “lucha de clases”
(entre la “clase trabajadora” y la “clase propietaria”). En el mundo binario
del siglo XX, esta lucha de clases se vio catapultada a la política siendo las
fuerzas conservadoras (o de derechas) las representantes de la “clase propietaria” y las fuerzas
progresistas (o de izquierdas) las representantes de la “clase trabajadora”.
Las reivindicaciones fueron
consiguiendo durante el siglo XX conquistas sociales y crear un marco laboral diferente
al existente durante el siglo XIX. El Estado como garante de derechos en un
estado democrático, puso freno a las ambiciones y tropelías de muchos miembros de
la “clase propietaria” con una
legislación claramente intervencionista en relaciones laborales. El estado
intermediaba entre los propietarios de los medios de producción y los representantes
de la “clase trabajadora”.
La desaparición de la URSS
(Símbolo de la victoria de la clase obrera sobre la clase “opresora” de los propietarios) en 1993 marcó un cambio de rumbo en las
relaciones laborales y sociales en toda Europa. El propio concepto binario de “lucha de clases” acabó por desaparecer al tiempo que las
ideologías del movimiento obrero internacional comenzaban a perder seguidores.
La fe en el sindicato, en el partido comenzó a declinar. Los obreros habían cambiado sus
reivindicaciones, por que el mundo del trabajo había cambiado.
La globalización y el desarrollo
tecnológico posterior a la década de 1990
han convertido al trabajador en un creador de contenidos, permitiéndole
desarrollarse intelectualmente y progresar en su propio camino profesional con
plena libertad. El trabajo en red permite hoy al trabajador hacer su labor
desde cualquier lugar. Esto le ha permitido compatibilizar su actividad
profesional con su actividad familiar o personal, sin estar por lo general
sujeto a presencia física, horario y calendario.
La remuneración hoy se percibe
desde un pensamiento progresista como una forma justa de compensar su trabajo,
su dedicación y su esfuerzo en la
consecución de objetivos marcados o en el desarrollo de conocimientos que
pueden dar lugar a innovaciones beneficiosas para la entidad para la que
trabaja; pero también como un reconocimiento a su talento personal. Hoy se
valora mucho el talento.
Estamos hoy en plena
transformación del mundo del trabajo. El desarrollo de la robótica anuncia
cambios importantes en el desarrollo de una nueva economía y una nueva
sociedad. En diez años es probable que
muchas empresas no tengan empleados humanos. Este fenómeno traerá sin duda
consecuencias en el mundo laboral. La
cuestión que hoy se debate es como mantener a una sociedad sin que sus miembros
tengan que trabajar para vivir dignamente. El trabajo lo harán las maquinas, la
fuerza humana ya no será necesaria para producir.
Cierto es que estas
especulaciones sobre cómo ha de ser el futuro cercano ya se dieron en el pasado. A principios de
siglo XX los sindicatos temieron que la maquina sustituyese al trabajador. Para
el empresario la inversión merece la pena: “Mayor
beneficio a menor coste de producción”. Peor para el trabajador de esa
época perder el trabajo, equivalía a vivir bajo el umbral de la pobreza al
carecer de todo tipo de apoyo estatal. Entre
las acciones más contundentes de los trabajadores de entonces estuvo la
destrucción de maquinas.
Hoy las maquinas están integradas
en el tejido social y prácticamente dependemos de ellas para realizar un sinfín
de actividades cotidianas. Nadie piensa
por ejemplo en romper un ordenador, o desenchufar el ordenador de la red, o
tirar el móvil o la tablet a la basura. Estas son nuestras maquinas de hoy,
nuestros medios de producción actuales.
No sabríamos vivir sin ellos.
Pero deténganse un momento y
reflexionen. ¿Sustituye un ordenador a un trabajador? En teoría sí; a un sinfín de trabajadores que
de no existir el ordenador harían las mismas tareas pero con mayor dificultad,
en mayor tiempo y precisaría de una enorme infraestructura para llevar a cabo
cualquier tarea por insignificante que fuera.
El coste de producción se dispararía.
Las remuneraciones a los trabajadores serían menores dado que el reparto de la
carga de trabajo es mayor y el margen de beneficio sería inasumible para el
propietario o propietarios de los medios de producción. La empresa cerraría de
inmediato si trabajase sin máquinas, sin ordenador en este ejemplo. Eso implicaría el despido masivo de trabajadores
y un coste añadido a las arcas estatales.
El problema a mi parecer está en cómo
se distribuye el beneficio obtenido. El
mundo de la empresa está cambiando. Hoy predomina en España la microempresa (de
0 a 10 trabajadores/as en plantilla,) y el sector de los autónomos (el
empresario es también el único trabajador). Generalmente el coste de producción
de estas empresas y empresarios individuales es relativamente bajo. Bien
gestionadas pueden obtener grandes márgenes de beneficios.
La estadística nos dice que el 99,88
% de las empresas españolas están calificadas como “PYME” (Estadísticas
Ministerio Industria año 2015, http://www.ipyme.org/publicaciones/estadisticas-pyme-2015.pdf,
p.180. PYME = Empresas de 0 a 249 trabajadores).
De este porcentaje PYME: el 55 % son autónomos (0 trabajadores) y el 40,88 % de
estas empresas (microempresas) tienen a
su cargo entre 1 y 9 trabajadores. Sólo el 4 % de las empresas calificadas como
“PYME”, son empresas que tienen entre 10 y 249 trabajadores. Las grandes
empresas (+250 trabajadores) suponen
únicamente el 0,12 % de las empresas de este país.
Las obligaciones de la PYME para
con el Estado son por lo general altas, pensadas más para las grandes empresas;
que para las pequeñas. La diferencia
entre lo que las microempresas y autónomos aportan al estado (Seguridad social,
impuestos) y lo que reciben a cambio (servicios o productos públicos) es abismal. Esta es una cuestión capital a reivindicar para la supervivencia de una microempresa
o para el mantenimiento del negocio de un autónomo en España.
Las microempresas generalmente
adoptan modelos societarios en las que la propiedad se reparte entre los socios
fundadores y entre las empresas
asociadas o colaboradoras. El trabajo en red es una constante en este tipo de
empresa. Se prefiere la colaboración entre
empresas al enfrentamiento entre ellas. Todas ganan y ninguna pierde.
Los microempresarios y autónomas
son también por lo general trabajadores a jornada completa. Participan como
fuerza de trabajo en la producción, codo a codo con los asalariados a su cargo
en torno a un mismo proyecto. La fluidez de ideas, conocimientos, talentos, es
posible en este tipo de empresas. El
pragmatismo establece la realidad de estas relaciones laborales.
Si hay un conflicto, se habla y
se acuerda lo que convenga. La idea es si hay un conflicto este ha de
resolverse de la mejor manera posible para todos. Las relaciones
patronal-trabajador son directas (son solo 10 trabajadores, se pueden entender
entre ellos sin problemas), fluidas y amistosas por lo general.
Aunque cada uno conoce su puesto
en la empresa, el antiguo modelo autoritario, departamental, jerárquico y de
ordeno/mando ha desaparecido prácticamente. En este entorno que he puesto como ejemplo
real, la presencia de sindicatos es generalmente innecesaria. Si hay acuerdo, ¿Para
qué se necesita un comité de empresa o un enlace sindical en una microempresa? ;
Si no hay acuerdo, para eso están los tribunales o los mediadores
profesionales.
España tiene una asignatura pendiente
en cuanto a la reforma laboral. Si la mayor parte de las empresas son PYME,
entonces ¿Por qué se aplican los criterios demandados por las grandes empresas y
grandes sindicatos como punto de partida a la hora de formular la reforma?
La respuesta está en la realidad:
los sindicatos que, han de convenir con el estado la regulación de los sectores
productivos; los que han de fijar el salario mínimo interprofesional y han de
dar su parecer al gobierno para elaborar la reforma, sólo tienen presencia permanente
(Comités de empresa y sindicato) en las grandes empresas (constituyen el 0,12% de
las empresas existentes en España) y en algunas medianas empresas (0,58%) de forma accesoria (enlaces sindicales).
Los sindicatos apenas tienen
implantación en la PYME y aun menos en las microempresas. Los autónomos ahora
están representados simbólicamente - por
aquello de ser políticamente correcto - en la “Asociación de Trabajadores Autónomos” (ATA) que no es la única
asociación representativa existente, ni agrupa a todos los autónomos de España,
ni refleja todas las demandas que quisiéramos los autónomos que no estamos ni
siquiera asociados, ni sindicados, que somos muchos.
Es decir, los teóricos
representantes de los trabajadores españoles, únicamente están representando realmente a los
trabajadores de la gran empresa, cuyas
reivindicaciones son diametralmente distantes de la de los trabajadores de la
PYME y aun más alejadas de las demandas de los trabajadores autónomos.
La estadística también nos indica
que la tasa de afiliación a un sindicato en España es en la actualidad tan solo
del 15 %, la más baja de Europa (Instituto
de Estudios Económicos).
Por tanto habría que preguntarse con
cierta indignación; pero con mucho respeto y afán reivindicativo: ¿Qué legitima
a los sindicatos para tratar directamente con el gobierno sobre cuestiones
laborales que afectan a todos los
trabajadores (estén o no afiliados a un sindicato), si solo representan al 15%
de los trabajadores españoles?
Una reforma laboral debe ser
consecuente con la realidad existente. Si la mayoría de las empresas son PYME,
hay que adaptar casi obligatoriamente el modelo a la PYME; o bien se
debe crear un modelo diferente para la gran empresa y otro bien distinto para
la PYME y otro para los Autónomos.
El problema fundamental estriba
en el oportunismo político, electoral o ideológico de los gobernantes y de los
legisladores. Este oportunismo, en muchos casos teñido de populismo (tanto de
derechas, como de izquierdas), provoca que la balanza se decante hacia el lado que
en cada caso sea conveniente. El problema es que las soluciones y los acuerdos
alcanzados afectan invariablemente y directamente al bolsillo del trabajador y no
siempre los resultados son positivos. ¡No
hay derecho que nos traten a los trabajadores - porque los autónomos también
trabajamos - de esta manera!
Si los sindicatos españoles
fueran sindicatos de verdad y no lo que son,
hoy reivindicaríamos cosas más importantes, más necesarias y más acordes
con la realidad laboral actual. Seguir
enarbolando viejas banderas y viejas consignas de otros tiempos no ayuda a
mejorar las relaciones entre los empresarios y los trabajadores. Se han quedado
obsoletos y sin ideas. Tampoco ayudan a que en España haya un régimen laboral
moderno, eficiente y de calidad.
Gobernantes, empresarios,
sindicatos y trabajadores deben trabajar
juntos por el bien común, que no es otro que lograr el estado de bienestar que
necesitamos para que España progrese en su desarrollo económico, social y político.
Hemos superado la enfermedad de
la crisis, pero aun estamos en planta.
Aun debemos continuar mejorando las cosas. Para ello apelo al dialogo
como forma de resolución de conflictos. Cambiemos
la mentalidad, la perspectiva y el paradigma en cuestiones laborales y sociales.
¡Feliz día Internacional del trabajador y la trabajadora!
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