Helmut J. Kohl, la democracia cristiana y el proyecto europeo.



El pasado 16 de junio fallecía uno de los artificies del proyecto de integración europea Helmut Joseph Kohl (1930-2017). Con él se fue uno de los grandes estadistas de Europa.  Su concepto comunitario europeo iba más allá del pulso tradicional entre estados nacionales en su lucha por la hegemonía continental. La integración significaba ir más allá de las cuestiones económicas y financieras, había que descender al nivel social y cultural. Europa era algo más que un gran mercado.  El afirmaba que había que superar el concepto de crear una “Europa alemana”; para pasar a crear una “Alemania europea”.

Tras superar los horrores de la II Guerra Mundial (1939-1945) y mantener viva la memoria de las victimas de la “Shoah” judía; Alemania comenzó a reconstruir sus instituciones políticas, su deteriorada economía y la sociedad dividida.  En ese ambiente creció y desarrolló su vida personal y política, Helmut J. Kohl

De este espíritu constructivo y de renovación, surgieron dos grandes bloques ideológicos dentro del nuevo régimen democrático: los cristianos demócratas y los socialdemócratas. Ambos bloques situados en el espacio político de centro. Se trataba de poner los cimientos de la nueva Alemania por pactos y consensos.

La guerra fría (1945-1993) ralentizó esta construcción por presiones tanto de Estados Unidos (European Recovery Plan), como de la URSS (RDA); pero posibilitó paradójicamente la creación del proyecto de integración europeo a escala continental al unir fuerzas con Francia, el Benelux (unión aduanera entre Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo) e Italia, surgiendo así el embrión  (Consejo de Europa y CECA) de la futura Unión Europea.

En este maco constructivo, la democracia cristiana – la CDU era el partido de Kohl -   se planteaba como un intento “friendly” de construir la democracia y la nueva “Alemania europea” desde la movilización social y del encuentro fraterno entre personas, instituciones y estados con ideales diferentes. La democracia cristiana se concebía desde sus orígenes como un movimiento social cuya misión era tratar los asuntos por objetivos y en equipo.

Se proponían crear grupos de acción para lograr objetivos concretos.  Por tanto, sus miembros eran personas que tenían distintos orígenes y pertenecían a distintas clases sociales. El pragmatismo y el posibilismo los hacía sumamente flexibles a la hora de llegar a acuerdos con otras fuerzas ideológicas o políticas. Si el fin es bueno, merece la pena apoyarlo, independientemente de la procedencia de la idea original.

Para determinar qué valores o principios habían de regir tanto la nueva “Alemania europea” como el propio proyecto de construcción europeo, los demócratas cristianos consideraron que el materialismo “liberal” capitalista era de naturaleza destructiva, por lo que era preciso controlarlo; pero tampoco creyeron en las supuestas bondades del materialismo “socialista” de la URSS, al que consideraban alienante.

El proyecto democrático alemán y europeo, a juicio de los demócratas cristianos, había de desarrollarse al modo tradicional teniendo en cuenta “las raíces cristianas de Europa” o en extensión, teniendo en cuenta la salvaguarda “de la conciencia plena de su ideario” para los no creyentes. La naturaleza espiritual – que no era en ningún caso confesional – de la democracia cristiana, debía vocacionalmente impulsar a sus miembros a trabajar por el bien común y en la tarea de crear un verdadero “estado del bienestar”, en el marco de una “sociedad civil” proactiva.
  
Al igual que otras ideologías, los usos y costumbres de cada país determinan su aplicación de manera diferente, surgiendo así exegetas que en ocasiones amplían el ideario original y en otras ocasiones transforman el ideario original en otro totalmente distinto por convenir más en ese momento.  La democracia cristiana alemana era distinta de la italiana o de la española.  En cada caso la democracia cristiana adoptó formas diferentes. En algunos sitios tuvieron mucho éxito o en otros sitios escaso recorrido.

En el caso de los países católicos, la Iglesia Católica a través de sus instituciones y organizaciones  adoptó el ideario demócrata cristiano como fórmula para movilizar a sus fieles y de esta forma conservar su papel director en las sociedades donde era considerada globalmente como una institución básica de la organización social y política. La iglesia emprendía así un lento proceso de “modernización”. 

Su ideario social estaba basado en la Encíclica “De Rerum Novarum” de León XIII (publicada en 1892). Sobre la reflexión papal se desarrolló la conocida como “Doctrina Social de la Iglesia”, que fue el fundamento para desarrollar en estos países la democracia cristiana. El tutelaje de la Iglesia provocó que la democracia cristiana fuera depurada en algunos aspectos considerados demasiado “liberales o revolucionarios”  y alejados de “La Tradición” a preservar,  a juicio de los obispos y cardenales.

La Iglesia consideraba que el “ansia de novedades y las ganas de cambiarlo todo” podía generar un “conflicto”  y echar  por tierra el objetivo básico que se proponían al apoyar a los grupos y movimientos políticos comprometidos con la democracia cristiana.  La Iglesia debía en consecuencia, tutelar el proceso bajo su atenta autoridad y magisterio, como por otra parte había sido siempre.

El principio de “autoridad” no debía eliminarse, sino al contrario, reforzarlo. La vocación por el bien común era considerada una suerte de “nueva evangelización”  de la cual – a su juicio -  la vieja Europa estaba muy necesitada. Este  era el “nuevo desafío” para la Iglesia Católica y la democracia cristiana sería un nuevo instrumento para la evangelización de las masas. Los grupos y movimientos eclesiales (en especial los juveniles y los obreros) debían trabajar al modo de los apóstoles (“Apostolado, Misiones, Doctrinas”). La iglesia en su conjunto debía ponerse en movimiento bajo la autoridad del Papa y de los obispos.  

Todos estos ideales cristalizaron en la magna obra del Concilio Vaticano II (1962-1965) que no solo influyó en la iglesia católica; sino que también influyó en países no católicos. Convocado por el Papa Juan XXIII (1958-1963) recogía los frutos positivos de “la tradición católica”; pero también se hacía eco de “las cosas nuevas” del mundo en el que vivió (mundo bipolar, Guerra Fría).  Desde Francia y Alemania, comprometidas sus iglesias en el desarrollo del proyecto europeo y de afianzamiento de regímenes democráticos,  las ideas “aperturistas” y de modernización (“Aggiornamento”) de Juan XXIII fueron aplaudidas con fervor.

La democracia cristiana europea, en especial la alemana,  habían pactado separar la esfera pública política, de la esfera privada religiosa. Cada cual era libre de creer y de formar parte de una institución religiosa determinada. Por lo que las ideas de tutelaje de la Iglesia Católica y el riguroso “Principio de Autoridad” que esgrimían los partidarios de “La tradición” católica  estaban fuera de lugar.  Estas cuestiones dividieron a teólogos y a políticos  dentro del movimiento democrático cristiano europeo.

Dentro del movimiento hubo “confesionalistas” (“tradicionalistas”) y “vaticanistas” (“progresistas”) en lo referente a las identidades de cada partido demócrata cristiano dependiendo del país en el que se desarrollaron.  En algunos casos hubo rupturas insalvables debido al fundamentalismo tradicionalista o a la deriva revolucionaria de los progresistas más radicales.  Hubo bastante confusión en lo tocante a la identidad de la democracia cristiana.

La mayoría de las iglesias cristianas, incluida la católica del Vaticano II,  afirmaban la necesidad de respetar los derechos de los seres humanos, tanto a nivel colectivo, como individual.  Dentro de estos principios y valores “nuevos” estaba el derecho de cada cual a profesar libremente su religión y a vivirla como mejor le parezca.

El respeto a los derechos humanos emanados de la ONU fue puesto en valor como parte de los idearios identitarios de la democracia cristiana europea.  De esta forma en la esfera política los representantes demócratas cristianos tenían las manos libres de ataduras morales o tutelajes eclesiales; pero a la vez la plasmación de estas nuevas ideas en documentos del Vaticano II, así como en la tradición humanista  y reformista cristiana de los países no católicos  les situaba dentro de los valores y principios cristianos originales.

La disputa sobre el principio de autoridad y el tutelaje episcopal en los países católicos  provocó que una buena parte de los partidos demócratas cristianos se hicieran “liberales o conservadores” afirmando su compromiso con “La tradición”  y otros simplemente desaparecieron al no llegar a un acuerdo entre sus miembros.  La Iglesia Católica fue poco a poco desvinculándose de los partidos representativos de la democracia cristiana, a medida que las reformas del Vaticano II fueron desarrollándose  y el proyecto europeo “laico”  fue cobrando fuerza frente a los partidarios de recuperar, con tono en ocasiones fundamentalista,  las “raíces cristianas de Europa”.

Cuando Kohl llegó a Canciller de Alemania (RFA, 1982-1998), la democracia cristiana alemana (CDU) era ya de ideología liberal.  El objetivo del partido era lograr la reunificación de las dos Alemania (RFA y RDA). Un proyecto ambicioso y complejo en el ajedrez geopolítico de la guerra fría; así como en el difícil y lento proceso de construcción e integración europea.

Kohl supo entender que para construir es necesario formar un equipo y tener claro lo que se quiere construir.  La unificación exige tender puentes, hacer cesiones, promover dialogo a varias bandas, mover fichas en la diplomacia, buscar el encuentro de sociedades diferentes.  A nivel geopolítico supo entenderse con los laboristas británicos, los republicanos estadounidenses, los socialistas franceses e incluso con los socialistas españoles.  En todos ellos, con visiones diferentes de Europa e ideologías contrapuestas,  encontró complicidad, amistad y cooperación en el doble proyecto de la unificación Alemana y de la naciente Unión Europea (Tratado de Maastricht, 1992).

Las cumbres a alto nivel, las conferencias sectoriales, los encuentros empresariales, los eventos sociales, el intercambio cultural y la movilidad de las personas fueron claves  para entenderse.  El tándem Kohl –Mitterand – Gonzalez - Delors fue clave para el desarrollo de la integración europea a todos los niveles, económico, social y cultural.  Nunca antes y después la unión Europea fue tan fuerte que hasta Estados Unidos como la URSS tuvieron que frenar sus ansias expansionistas. La Unión Europea era una potencia regional a tener muy en cuenta. Por tanto se podría decir que el fin de la guerra fría tuvo mucho que ver con el desarrollo de la UE y particularmente por estos estadistas sin los cuales hubiera sido muy complicado  llegar a la UE que hoy podemos disfrutar.

Hoy el Brexit y la situación general de la UE amenazan con romper y destruir el “sueño europeo”  que estos señores y los fundadores de  Europa hicieron posible. Hoy más que nunca debemos recuperar la fuerza que nos da la unión, para poder tender puentes y derribar muros.  Debemos afianzar los principios y valores democráticos que siempre nos han caracterizado.
  
La religión puede ser inspiradora y e impulsar el espíritu vocacional constructivo, en ese sentido la religión es positiva;  pero los rigorismos y puritanismos, los fundamentalismos, los extremismos y los radicalismos religiosos no pueden, ni deben, ser causa de parálisis o involución. El fanatismo o extremismo religioso es siempre negativo para el desarrollo del proyecto europeo (pluralismo religioso)  e incluso para la propia identidad de la democracia cristiana europea, que recordemos no era en origen confesional.

Europa hoy sigue en deuda con los judíos víctimas de la Shoah; pero también ha incurrido recientemente en deuda con los europeos musulmanes a los cuales hoy azota y muchos son víctimas del terrorismo internacional que práctica el ISIS/DAESH, que son tan crueles como los nazis. Los europeos musulmanes, son también víctimas de la barbarie yihadista y a los cuales hay que atender de igual forma que  a cualquier victima de terrorismo o de regímenes totalitarios.  Europa no solo tiene raíces cristianas, también las tiene judías y musulmanas.  Esto no hay que olvidarlo nunca. Eso  no quiere decir que se olvide a los cristianos víctimas de atentados en otras partes del mundo ¡Por supuesto que también hay que atenderlos!

A veces los políticos les cuestan entender esta realidad. Europa es un crisol de religiones y culturas diferentes. Hay que buscar la convivencia y la amistad entre personas humanas que creen en cosas distintas, pero que apuestan por los mismos objetivos que el resto de europeos y también por la democracia, las libertades, la justicia y la paz. Son también europeos (de nacimiento, de acogida o de adopción, da igual la etiqueta que queramos ponerle).

Siguiendo el espíritu de H.J.Kolh y su generación, no cerremos las puertas de Europa, no levantemos muros vergonzantes y vergonzosos, no practiquemos el apartheid con los que vienen de fuera, no rechacemos al refugiado que viene huyendo de una guerra o del hambre (¡Dónde está la caridad cristiana aquí!,  ¡Dónde está la hospitalidad europea!).


Si creemos en la democracia, debemos creer en estas personas aunque piensen, vivan o crean en cosas distintas a nosotros. Son ante todo seres humanos y Europa está comprometida con la defensa de los derechos humanos (a veces se olvida). Si Europa los “descarta”, entonces Europa habrá claudicado. Los euroescépticos y eurófobos sin duda habrán ganado la partida.  

Comentarios

Entradas populares