La Constitución Española de 1978. I: Economía y sociedad


En este eterno ínterin político ha resurgido de nuevo el debate sobre la reforma constitucional.   Un debate en el que se aprecia el escaso conocimiento que muchos españoles y algún que otro político tienen del la  norma fundamental del actual Estado Español. A lo largo de varias entradas intentaré poner luz sobre un texto jurídico a veces incomprensible para las masas poco o nada versadas en el lenguaje jurídico.

Hoy muchos políticos discuten sobre una iniciativa surgida en 1975, refrendada en 1977, materializada y refrendada de nuevo en diciembre de 1978. La Constitución entró en vigor el día 1 de enero de 1979 (día siguiente a la Publicación en el B.O.E.)

Entre 1975 y 1979 España vivió unos intensos años en el ámbito político y económico.  La descomposición del régimen autocrático del general Franco se observaba ya desde los años 60. Una nueva generación se sentía desvinculada con los acontecimientos de 1936.   La apertura económico-comercial del régimen hacia el exterior a partir de la década de 1950 había creado esperanzas de cambio en una joven generación que deseaba vivir como europeos o norteamericanos. Vivir en Libertad y con un régimen democrático. 

La muerte natural de Franco en 1975 facilitó la acción de los partidos políticos (asociaciones políticas en el argot del régimen) favorables a una apertura política del régimen franquista. Por otra parte las fuerzas políticas del exilio comenzaban a desarrollar plataformas para promover un cambio de régimen político en España. Un cambio que pasaba por superar la división y promover la convivencia entre españoles.  La confluencia transversal de estas iniciativas dio lugar a un tiempo de encuentro, de análisis y de actuaciones conjuntas entre antiguos enemigos.

S.M. El rey Juan Carlos I, la clase política favorable a la democracia, la sociedad civil encantada con la idea, se conjuraron para construir un proyecto común llamado España.  El diálogo y el consenso debían ser las herramientas. El acuerdo y el pacto el resultado de su actividad.  Los partidos políticos debían canalizar la voluntad manifestada y/o expresada por el pueblo español. La nación española como depositaria y titular de la soberanía  tenía el derecho y el deber de establecer el marco normativo que regulase el destino de España.

Los ideales constructivos y positivos implicaban un cambio de rumbo. En esos años aun no se veía el futuro; España salía de una dictadura y se encaminaba hacia  un modelo democrático.  No era fácil y muchos fueron los obstáculos para conseguirlo. Para evitar la ruptura en el debate constitucional se optó por alejar de la conversación a las fuerzas más extrema del abanico político de aquella época (a los franquistas y a los comunistas). Ambas fuerzas deseaban el fracaso de aquel debate.

Las fuerzas centristas (aperturistas del régimen y exiliados moderados) trataron de buscar un espacio común para poner los cimientos del régimen democrático. El Preámbulo y el Título I  de la Constitución de 1978 constituyen  los cimientos sobre  los que acabó construyéndose todo el articulado de la constitución.

Los “padres de la constitución”  entendieron que la “soberanía” debería recaer sobre el pueblo o nación española, su titular natural.  Por tanto la voluntad del pueblo soberano debía respetarse y debía ser la columna vertebral de todo el compendio jurídico constitucional. 

Extrayendo algunos elementos clave, se puede entender esta base teórica y jurídica constitucional:
Preámbulo:

-  “Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo”

La idea de “convivencia democrática” era parte del ideal de cambio de régimen al que aspiraron los redactores de la constitución. La idea de un “orden económico y social justo”  era casi una utopía en aquellos años, pero consideraron que hacia dicho orden habría de encaminarse.  

La “convivencia democrática” tenía que ver en este periodo histórico con la reunificación social de los españoles tras cuarenta años de división a causa de la Guerra Civil (1936-1939/45). Los españoles del “interior” y los del “exterior” debían volver a ser un único pueblo o nación.  Tras superar esta división los españoles debían evitar conflictos entre ellos en el futuro.  

La segunda cuestión, quizás la que mas debate generó fue en torno a la idea de crear un “orden económico y social justo”. ¿Qué entendían los españoles de aquel momento por dicho orden? 

Los que vivieron en el “interior”  estaban acostumbrados a una planificación estatal rígida que determinaba el orden en el que los recursos del país debían distribuirse y también a quien entregarse.  Es decir el sistema de clases sociales regía en el régimen anterior a modo de castas sociales.  En este sistema asimétrico, la economía era favorable a las clases dirigentes y acomodadas; perjudiciales para las clases trabajadoras y personas dependientes (las llamadas “clases pasivas”).  

Los que provenían del “exterior” habían conocido en sus países de acogida un capitalismo regido por ideologías democráticas (cristiano - demócrata y social – demócrata) que apostaban por un capitalismo empresarial controlado  en mayor o menor medida por el estado.  Una política económica que ponía el acento en el bienestar social y en la política social.  Por otra parte ya se habían creado la Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea) y había muchas esperanzas puestas en la  entrada de España en dicha comunidad.

Así la derecha aperturista apostó por un centrismo cristiano-demócrata acorde con el “franquismo sociológico” que algunos políticos conservadores  y Liberales (Manuel Fraga Iribarne) comenzaron a publicitar en estos años. La izquierda moderada apostó por un centrismo social-demócrata acorde con la línea marcada en estos años por el PSOE (En el Congreso de Suresnes de 1974 el PSOE se desvinculó del marxismo).

La convergencia de las dos posturas centristas y proto democráticas dio lugar a un experimento único y en este caso exitoso en relación al logro de sacar adelante la reforma política del régimen franquista que dio paso al régimen constitucional de 1978. Ese experimento se materializó en la Unión de Centro Democrático liderada por Adolfo Suarez, presidente designado por el rey para liderar un gobierno de transición (1976-1979) y primer presidente electo del régimen constitucional (1979-1981).

Para este centrismo el orden debía surgir de la voluntad del pueblo español y materializarse en una convivencia social, política, cultural y económica acordada y consensuada. 

Para asegurar esta convivencia los políticos de la época idearon un nuevo sistema de partidos políticos para canalizar el pluralismo político y garantizar las libertades de los ciudadanos.  Los partidos debían ser un “instrumento fundamental para la participación política” de los ciudadanos.

Las “Cortes Generales” deberían representar al pueblo español y a sus territorios. El sistema de composición de dichas cortes había de ajustarse a la voluntad de la nación expresada y manifestada en las urnas. Al contrario que las cortes franquistas, en esta ocasión decidieron restablecer un régimen parlamentario democrático. El sufragio universal directo y secreto se impuso como forma de elegir a los diputados y senadores.

La provincia quedó como circunscripción electoral, dotando a cada una de ellas de un número determinado de diputados y senadores en función de la población residente.  Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla fueron la excepción a la regla debido a cuestiones particulares de su insularidad y/o a causa de su carácter fronterizo y estatus jurídico especial.

Se planteaba con este sistema parlamentario pluripartidista la convivencia entre españoles. Las rivalidades se manifestarían de forma pacífica y política en el ámbito del parlamento y los debates políticos. Se excluía de esta previsión constitucional el uso de la violencia en la política.  Esta previsión llevaba aparejada la idea de eliminar cualquier intento de crear milicias armadas en el seno de los partidos políticos (esta fue una norma no escrita, pero aceptada por todos). Se quería evitar una situación similar a la de los años 30.

- “Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida”.

La segunda parte tenía que ver con la primera. Si se quería conjurar la conflictividad y la división había que ponerse las pilas y promover el progreso tanto de la cultura (con la educación aparejada) como de  la economía (con la cuestión social de fondo).  

El nivel educativo y cultural de aquella época era alarmante. El analfabetismo endémico aun continuaba estableciendo índices impropios de una sociedad avanzada. España tenía uno de los porcentajes de analfabetismo más altos de Europa. Nuestro nivel cultural era similar al de una sociedad subdesarrollada.  La investigación científica estaba aun en un estado larvario. España estaba necesitada de moderna infraestructura científica y tecnológica. España era aun un país subdesarrollado.

En cuanto a la economía, España atravesaba desde el principio de los años 70 una brutal crisis a consecuencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria de 1971, de los numerosos escándalos empresariales y políticos de aquella década y de la crisis energética global de 1973. La economía española había dejado de generar riqueza y una política económica errática había provocado que España tuviera más gastos que ingresos.  La deuda pública creciente y la inflación desbocada provocaron una situación próxima a la bancarrota.  

España necesitaba dos cosas fundamentales: Cambiar el modelo económico y financiero por una parte y por otra ingresar cuanto antes en la Comunidad Económica Europea para obtener fondos estructurales adicionales que permitiesen el saneamiento de la economía y permitiese la recuperación económica.

 En el primer caso se optó por llegar a un pacto entre las fuerzas política para acometer estos dos objetivos. Los “pactos de la Moncloa” supusieron a posteriori la clave para entender la recuperación económica y el crecimiento posterior de la década de 1980 en la economía española.  En 1985 España entro a formar parte de la Comunidad Económica Europea, obteniendo con ello fondos estructurales que dieron forma y ayudaron a construir el nuevo modelo económico y financiero español.

Volvamos a la constitución para resaltar el concepto de “una digna calidad de vida”. ¿Qué se entendía por tal?

En esa época el consumismo había arraigado en España. Los españoles querían las mismas cosas que tenían los norteamericanos y los europeos.  Querían una mejor casa, un mejor coche, modernos electrodomésticos como: la lavadora, el frigorífico, el lavaplatos o la televisión “en color”.  Cosas que en aquel tiempo valían mucho dinero y que muy pocos podían permitirse tener.

Pero además de cosas, también querían servicios: Querían mejores colegios e institutos para sus hijos; querían buenos hospitales y un servicio de salud universal y gratuita; querían atención preferente a los dependientes, mayores y niños; querían mayor protección y ayudas a las familias; querían parques y jardines donde disfrutar del medio ambiente; querían programas culturales de alto nivel accesibles a todos.

Pero fundamentalmente las mayores reivindicaciones provenían del mercado de trabajo.  Junto a la protección social antes descrita en términos populares, buscaban  cuestiones básicas como la protección en el trabajo ante los accidentes laborarles; querían una Seguridad Social justa y acorde con las necesidades de los trabajadores; mejor seguro de desempleo y de cobertura social en casos especiales. Querían también mayor protección y garantía de derechos para los trabajadores expatriados. Mejores salarios acordes con el coste de la vida y con tener una vida digna. Mejor fiscalidad y mejores pensiones.

La vida digna era considerada como el culmen del proceso democrático. En realidad era alcanzar lo que por entonces no se tenía, el mismo nivel de vida que disfrutaban los europeos.  Querían un sistema político que pusiera el acento en las necesidades de la gente, en el interés general del país.  La constitución está llena de referencias a este bienestar social al que aspiraban los ciudadanos. 

Véase simplemente el capitulo III (Título I) de la constitución para hacerse una idea de lo que aspiraban en 1978 los ciudadanos españoles. Al igual que recomiendo la lectura del título VII dedicada al modelo económico previsto para el nuevo régimen democrático.

Destaco el art. 128.1 del Título VII de la Constitución: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual sea su titularidad, está subordinada al interés general”.

Sea cual sea la titularidad”, es decir sea pública o privada.  La riqueza del país es teóricamente propiedad de los españoles en su conjunto. El usufructo de dicha riqueza corresponde tanto a las instituciones públicas; como a las entidades o personas físicas en el ámbito privado.  Esta idea no es nueva ya viene de antiguo.

En el régimen medieval el “Soberano” que era el monarca absoluto, era el titular o propietario de todo el territorio  y de toda la riqueza que poseía en su patrimonio personal (= país).  En el régimen contemporáneo el “Soberano” es el pueblo o nación, en este caso el pueblo español. Por tanto el pueblo español es el dueño o propietario de toda la riqueza que genere el país.

El usufructo de los bienes patrimoniales que constituye la riqueza del país  está definido en la constitución de 1978. Se reconoce en la misma tanto la iniciativa pública como la privada. En el sistema mixto englobado dentro del modelo capitalista europeo-occidental, la riqueza del país es aprovechada por todos los ciudadanos de forma asimétrica, bien directamente; bien indirectamente.

Al ser un usufructo, el titular de los derechos sobre la riqueza total del país, el pueblo soberano, debe  marcar la pauta a seguir, expresando nuevamente su voluntad, manifestándola directamente  o  a través de los representantes políticos, de los agentes sociales o a través del asociacionismo. Las instituciones públicas, los partidos políticos, sindicatos y asociaciones se encargan de canalizar dicha voluntad popular.

Los gobiernos a la hora de presupuestar o de establecer normas jurídicas en este ámbito  deberán ajustarse: 1º) a la voluntad general del pueblo español; 2º) al interés general del país y de sus ciudadanos.    En ningún caso deben atentar contra el bienestar social o contra la dignidad de los españoles. La política económica está siempre y en todo caso subordinada al interés general de los españoles. Ningún gobierno debería atentar contra estos principios rectores de la economía española.

En un sistema capitalista actual es frecuente que el mundo empresarial trate de dirigir u orientar la política económica estatal o regional en función de sus intereses particulares.  Muchas organizaciones internacionales del mundo empresarial, bancario o financiero tratan en ocasiones de cambiar las regulaciones estatales para dar mas poder a la empresa o a grupos de presión internacionales.

Los gobiernos españoles deberían poner limitaciones a estas malas intenciones procedentes de estas organizaciones de dudosa legitimidad democrática.  Atender a sus requerimientos incondicionalmente, podría entenderse como un atentado contra el estado de bienestar requerido por el pueblo español y expresado en nuestra constitución.

Al dar mas poder  a la empresa, la economía española puede desequilibrarse y poner en peligro el bienestar social, es decir atentar contra el interés general.  El Estado tiene la obligación constitucional de limitarlo (atender al interés general) para garantizar los derechos constitucionales, sociales, políticos y laborales de los españoles.  

Planificar la economía (reparto de la riqueza) en un estado democrático y moderno es bastante complicado porque muchos son los elementos que intervienen en la ecuación.  La cuestión básica se centra en qué queremos hacer con la riqueza del país, a qué lo vamos a dedicar.  Para unos lo importante es reducir gastos de conceptos deficitarios como la educación, sanidad, o dependencia por ejemplo y dar más dinero a los conceptos más rentables. Para otros lo importante es recaudar más (subir impuestos) para tener solvencia financiera y liquidez en las cuentas públicas. De esta manera se podría financiar el bienestar  social sin problemas añadidos. 

La cuestión económica y social fue la que mas debates generó en la redacción de la constitución de 1978. Hoy treinta y ocho años después de su aprobación este debate sigue siendo noticia de portada en la mayor parte de los medios de comunicación.  Es en este punto constitucional donde menos acuerdos ha habido y donde menos se han fijado los políticos en el momento de desarrollar su política económica y social.

La década de los 80 dominada por la política económica del PSOE en el gobierno, fue muy fructífera debido a varios factores: por una parte el ciclo económico general en la zona europea era de crecimiento económico, lo cual fue hábilmente aprovechado positivamente para mejorar las infraestructuras pendientes y sanear la economía a nivel general; por otra al haberse pactado la salida de la crisis y al existir un cierto eticismo en el momento de definir y desarrollar la nueva política económica española conforme a las previsiones constitucionales, la actividad económica inicial fue equilibrada entre la iniciativa pública y la privada.

España logró a finales de los 80, sobre todo a partir de 1985 (entrada en la CEE), superar los niveles de desarrollo aupándose como cuarta potencia en el conjunto de la CEE. España era ahora un país rico y desarrollado.

Sin embargo cierto relajamiento en los controles y la tendencia gubernamental a favorecer al sector privado facilitó la aparición nuevamente de la corrupción política asociada fundamentalmente al sector inmobiliario y de la construcción.

La burbuja inmobiliaria comenzó a crecer generando algunas consecuencias negativas: Los empresarios y banqueros se enriquecieron; los políticos a nivel local  mejoraron su imagen pública y su prestigio personal (también su bolsillo); pero también provocó efectos negativos endeudando a familias enteras  que se hipotecaron de por vida y empobreciendo a las empresas proveedoras auxiliares de este sector que no recibieron su remuneración por trabajos realizados.  Otro efecto tuvo que ver con el alza de precios de viviendas de forma artificial, proyectos de obra  registrados pero nunca realizados, etc…
  
En los años 90 comenzaron a saltar a la luz pública los primeros casos de corrupción política y fraudes empresariales de gran cuantía. Aquella corrupción hizo caer al último gobierno de Felipe González (PSOE). A partir de su caída y hasta el momento presente aquella corrupción fue en aumento  y sin control. El paso de los gobiernos del PP  no creó el clima propicio para acabar o poner freno a la corrupción.  Muchos de los implicados en las tramas corruptas eran miembros destacados tanto del PSOE como del PP. El “clientelismo, el favoritismo, el enchufismo” endémico en estos partidos, impedía adoptar medidas contundentes contra los corruptos. Eran demasiados los intereses en juego.

Recientemente y a la luz de los casos investigados se pudo comprobar el alcance y el modus operandi de estas mafias políticas y empresariales.  Ante esta situación, nuevas fuerzas políticas tratan hoy de poner fin a estas prácticas, las cuales son de entrada antidemocráticas y anticonstitucionales. Además de injustas y dañinas para los ciudadanos españoles honrados.

Las prácticas oligárquicas deberían ser erradicadas en España. Los lobbies empresariales y políticos deberán ser controlados por una autoridad independiente. La reforma del poder judicial se impone para  mantener la idea de la separación de poderes y que estas prácticas oligárquicas y corruptas desaparezcan de una vez.

Profundizar en la Constitución, desarrollar artículos que no han sido tocados desde que se escribió, modificar o incluir otros para hacerlos coincidir con la realidad actual o eliminar los que claramente son impracticables o tóxicos para el sistema, serían algunas de las ideas que muchos proponemos para la reforma constitucional.  

La Constitución da en muchos casos la clave para avanzar en la democracia. Es aún un texto útil para el desarrollo del país. Eliminarla del todo o sustituirla no sería a mi parecer aconsejable. Pero si reformarla para actualizarla. Han pasado casi cuarenta años desde su promulgación. Es hora ya de actualizarla pero dentro de las previsiones constitucionales y dentro de la normalidad democrática. Acuerdo, dialogo y consenso como el mostrado por la clase política y la sociedad civil en los setenta.


Finalmente recomiendo la lectura de la constitución a todos los españoles que nos consideramos demócratas.  Es nuestra ley fundamental, de la que emana todo el ordenamiento jurídico español.  España es hoy una democracia porque en 1978 así lo decidieron los españoles.  Corresponde a los españoles decidir su presente y su futuro. Es su derecho y también su deber constitucional. Defendamos la democracia en España por el bien de todos. 

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