M. Bakunin ese gran desconocido…
Mijail Aleksandrovich Bakunín (1815 – 1876) es
uno de esos pensadores arrinconados en el baúl de los recuerdos de la historia
de la filosofía universal. Su
pensamiento ha de contextualizarse en su época. Una época convulsa en la que la
sociedad, la política y la economía sufrían un gran tsunami que puso patas
arriba toda la arquitectura del antiguo régimen. Era una época inestable donde
las certidumbres habían desaparecido y las novedades aun no había arraigado en
el paisanaje de la época.
Nació justo un año después de la derrota de
Napoleón I de Francia en Waterloo y cuando las potencias vencedoras se reunieron
en el Congreso de Viena para castigar a Francia y al liberalismo emergente como
causa general. La contrarreforma política
de Viena provocó numerosos desajustes sociales y una crisis económica en toda Europa.
La protesta social no se hizo esperar, en los
años 1820, 1830 y 1848 Europa se vio envuelta en un ciclo revolucionario, que
permitió finalmente elevar al liberalismo como doctrina política dominante y a
la burguesía urbana como dirigente principal. La nobleza y el clero quedó
arrinconada en sus feudos, la corona decapitada o limitada y el pueblo llano
siguió sufriendo la desgracia de haber nacido en una sociedad que seguía siendo,
en esencia, hostil para ellos.
Pronto surgieron los pensadores llamados popularmente
“sociales o socialistas” encargados de buscar remedio a las
injusticias sociales del pueblo llano y también para denunciar los abusos de la
clase dirigente. Karl Marx, F. Engels, M. Bakunin y otros muchos
pensadores comenzaron a teorizar sobre
esta cuestión tomando como base los ideales de libertad, legalidad y fraternidad
proclamados durante la Revolución francesa de 1789. Históricamente a Bakunin se
le ha asignado la etiqueta ideológica de “Anarquista
libertario”; sin embargo el prefería la
etiqueta de “colectivista”
puesto que se acercaba más a su pensamiento.
Para Bakunin los cambios necesarios no
siempre han de ser acelerados o violentos, las revoluciones han de servir para
cambiar las cosas; no para infringir un castigo o para tomar venganza por
ofensas anteriores. Si el movimiento revolucionario está tutelado, los
integrantes del mismo no son libres puesto que han de servir a la causa común
dictada por los órganos dirigentes del movimiento. Si la revolución procede de un partido político
o cualquier otra organización ocurre exactamente lo mismo, sus participantes no
son libres para decidir en base a sus concepciones y/o criterios
personales. El individuo acaba así diluyéndose
en el movimiento y perdiendo su singularidad. La revolución podría llevarse por delante a
personas con talentos excepcionales.
Bakunin afirmaba: “Soy partidario de organizar la sociedad y la propiedad colectiva o social
de abajo arriba, mediante la asociación libre, y no de arriba abajo a través de
una autoridad, cualquiera que ella sea”. La libertad era para él la clave de todo. Para Bakunin la colectividad humana es la base
de cualquier organización social. En cierta forma estaba ya poniendo las bases
de la democracia etimológicamente considerada.
En los últimos años de su vida se estaba
produciendo un cambio sustancial en el devenir de las ideas políticas. El liberalismo
clásico estaba transformándose en el aburguesado
reformismo liberal y a su vez comenzaba a fragmentarse en multitud de
corrientes. El socialismo de base obrera (Marx, Engels) comenzaba a caminar hacia
una futura revolución social a escala internacional (internacionalismo obrero)
coincidiendo con la última fase de la I revolución industrial.
En la Conferencia de Londres de 1864 (cuando
se creó la AIT, Asociación Internacional de Trabajadores) Marx y Bakunin
protagonizaron un enfrentamiento dialectico y filosófico sobre cuestiones
doctrinales y metodológica sobre si la revolución social había de ser “comunista” (el partido o estado debe
tutelar el movimiento) o bien “colectivista”
(la suma del colectivo tutela la revolución).
A partir de esta conferencia el “marxismo” y el “bakunismo” fueron las dos caras del pensamiento “socialista” (entendido como “defensa de lo social” en la vida política
de esta época) de base obrera y del naciente movimiento obrero internacional. Sus caminos fueron diferentes desde entonces.
Bakunin era un gran intelectual que deseaba
cambios; pero no estaba dispuesto a depender de una autoridad superior que le
dijera que bandera había de enarbolar, como debía vestirse, que debía decir,
que debía pensar, que debía creer o como debía actuar. La libertad del individuo o del colectivo
debía ser preservada. En este sentido huía del etiquetado político creado para
generar audiencia en los medios de comunicación o como florituras dialécticas para
los grandes oradores parlamentarios (auténticos Showman de la época).
Más que una ideología, Bakunin consideraba
que su filosofía era una actitud vital ante la vida, una forma de vida. Con espíritu
constructivo y vitalista el libertario participaba libremente en cualquier acto
que de verdad tuviera consecuencias prácticas.
Antes que formular una gran teoría global, el bakunista obraba a nivel
de calle con las herramientas disponibles y en el ámbito en el que se encontrara
en cada momento. Si la acción recomendada
era para algo bueno, se apoyaba; si por el contrario no iba a generar cambios
sustanciales, el bakunista se inhibe. Depende de para qué se hacen las cosas,
cómo se hacen y con quien se hace.
Bakunin criticaba a la burguesía de su época porque
veía como en sus proclamas se decía una cosa; pero en la práctica se hacía la
contraria a conveniencia. Como muchos
otros “socialistas” consideraba que la burguesía liberal de su época tenía
como único objeto ganar dinero y tener propiedades, fama, prestigio e
influencias, sin importarle los medios para conseguirlo, ni las consecuencias
derivadas de sus medios.
Pero también recelaba de la solución
comunista o marxista: “Detesto el comunismo
porque es una negación de la libertad, y no puedo concebir nada humano sin la
libertad. No soy comunista porque el comunismo concentra su atención y aspira a la absorción de todos
los poderes de la sociedad en el Estado, porque lleva necesariamente a la
centralización de la propiedad en manos del Estado”.
Bakunin desconfiaba de los futuros líderes de
una futura revolución comunista. Porque consideraba que en realidad cuando
alcanzaran el poder igualmente se corromperían, como ocurrió con los burgueses.
La burguesía decía estar con el pueblo y utilizó al pueblo para conquistar el
poder. Una vez en el poder rompió sus lazos con el pueblo y con los principios
sobre los que se alzó su bandera revolucionaria. Tener concentrados en sus manos todo el poder
era por tanto una tentación inasumible, una tentación que podía tener
consecuencias negativas para la sociedad.
Ese nuevo poder comunista - para Bakunin - debía ejercer la violencia;
porque sin duda muchos camaradas revolucionarios reclamarán derechos y
libertades individuales. Derechos que los lideres no podrán dárselos, porque
perderían su apoyo y el poder que ostentaban. Bakunin era escéptico con la revolución
comunista en base a la experiencia histórica del movimiento obrero desde sus inicios
durante la Revolución Francesa hasta su época.
Las divisiones con Marx le llevaron a poner
en práctica sus ideas en una sociedad secreta creada por él en Roma para la
divulgación de sus ideas: La “Alianza Internacional
de la Democracia Socialista” (Roma, 1868).
Resulta curioso que él denomina a su movimiento como “Democracia socialista” y esta primera
denominación resulta etimológicamente exacta a su idea principal. Era una idea revolucionaria en su época. El
pueblo (entendido como cuerpo social) recupera su soberanía y decide
colectivamente, como organizarse libremente (de abajo arriba).
Este concepto de “democracia socialista” tuvo mucho éxito en el mundo obrero. El libertarismo individual y el pensamiento colectivista –fraternal marcaron el rumbo a
seguir en la conformación de los diferentes anarquismos europeos. El sindicalismo anarquista o libertario se convirtió
en un elemento a tener en cuenta en muchos países como en España (CNT, 1910).
En el caso de España el anarquismo arraigó
sobre todo en el campo, donde la lucha de jornaleros con los dueños de las
fincas favorecía la presencia de organizaciones colectivistas y fraternidades
libertarias. En las ciudades industriales tenían poco peso, dado que en este
ambiente las tesis marxistas eran más proclives a aunar esfuerzos en torno a
una bandera (la roja), un partido (El PSOE) y un sindicato (la UGT) representativo
de toda la clase obrera.
En Cataluña el anarquismo se asoció con el
nacionalismo independentista logrando con ello su visibilidad y su
posicionamiento como líderes de la lucha obrera regional (Solidaritat Catalana). La violencia
ejercida por los grupúsculos libertarios y por los sindicatos anarquistas fue en
aumento a medida que adquirían mayor protagonismo político y mediático. Pero también los separaba de los bakunista
originales que eran más intelectuales que activistas.
Hoy el “anarquismo,
libertarismo, demócratas sociales o bakunismo”
como queramos denominarlo, sigue existiendo y más vivo que nunca ante la
incertidumbre a la que nos vemos abocados en Europa. La inacción y
desarticulación de la izquierda europea, la instauración hegemónica de un
modelo oligárquico liberal y la amenaza de la nueva extrema derecha, han creado
un marco propicio para recuperar los ideales originales de M. Bakunin.
El mundo necesita cambios sustanciales en la
forma como se desarrolla lo que Jean-Jacques Rousseau denominaba “Contrato Social”. Necesitamos un proceso revolucionario que no
esté tutelado por las viejas guardias del
liberalismo, de la socialdemocracia, del socialismo clásico, del comunismo
estalinista, del comunismo alternativo, del poscomunismo europeo o del
populismo de cualquier especie. Todas ellas llevan en su ser el germen de la
decadencia y la corrupción de la civilización humana. El poder corrompe y esa corrupción no puede
ser combatida desde el poder, sea este cual sea. Por desgracia en España lo estamos viendo
todos los días.
El 15 M nos dio a España y al mundo una nueva
herramienta: La transversalidad. No importa el origen, lo que importa son las
ideas y como llevarlas a cabo. No necesitamos viejas ideologías, ni partidos políticos,
ni clases sociales, ni líderes políticos; necesitamos tan solo gente buena y gente con buenas ideas e ideas que sean realizables.
La revolución transversal exige respeto a la
diferencia y consenso en la unidad (que no uniformidad o unicidad como
pretenden los partidos clásicos). En definitiva, no hay que sacralizar la política
(convertir la política en una religión) hay que usar la razón, el sentido común
y el sentido práctico de la vida para hacer política. La transversalidad busca abrir la mente,
acceder al conocimiento, el bienestar para todos (y no solo para unos pocos), una economía
socializada (que no incautada o intervenida) y
la justicia social.
Si uno relee
las obras de Bakunin ve en estos deseos transversales,
la síntesis del ideario de este arrinconado y olvidado filósofo ruso que hizo
de la democracia (etimológicamente considerada) su mejor bandera.
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