Bandera a media asta
La semana
que viene el PSOE y otros grupos políticos del Congreso de los Diputados van a
registrar una pregunta a la Ministra de Defensa acerca de la orden dada en el
ministerio para que las banderas de acuartelamientos y edificios ministeriales
ondeen a media asta desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección.
Personalmente la ampliaría a otros ministerios
y también pediría la comparecencia del Presidente de la Federación de
Municipios y Provincias dado que hemos podido
comprobar cómo las banderas en muchas ciudades ondearon a media asta.
La
argumentación esperada se fundamentará seguramente en la tradición arraigada en
la sociedad en señal de respeto por la muerte de Jesús de Nazaret en la
cruz. La argumentación contraria y
motivadora de esta pregunta será que España ya no es un estado confesional, lo
cual también es cierto.
En el primer
caso, el gobierno podría justificar esta bajada de bandera como un elemento estético
más en la peculiar escenografía cofrade y de Pasión, entendiendo la Semana
Santa como un evento cultural relevante y de interés turístico. En este sentido
es competencia de los poderes públicos
preservar y fomentar la cultura patrimonial de nuestros pueblos y ciudades.
Ahora bien,
si la justificación se fundamenta únicamente en la tradición religiosa de la
Iglesia Católica en España, las argumentaciones en contra estarían más
justificadas que las del gobierno. España ya no es un estado confesional y por
tanto la religión forma parte de la vida
privada de los ciudadanos, no es una competencia del Estado; por tanto, el Estado
debería inhibirse de estos actos religiosos mostrándose neutral en un marco
jurídico neutral de libertad religiosa, de culto y de conciencia.
La costumbre
de bajar a media asta la bandera se produce como consecuencia de un grave
incidente o cuando las disposiciones legales así lo determinen. La bajada de
una bandera es un acto oficial regulado por una ley que regula el uso de las
banderas oficiales (Ley 31/1981 de 28 de
octubre y RD 645/2003 de 27 de mayo).
Generalmente se dispone la bandera de esta forma en señal de luto o duelo por
alguien relevante que ha fallecido; o como en el caso de graves atentados
terroristas, en los funerales oficiales. En el caso de los ayuntamientos la medida
puede ser acordada en el Pleno del Ayuntamiento.
La
separación Iglesia-Estado, que tantos titulares dio en plena transición, parece
no haberse consolidado en el tiempo. Perviven en la memoria colectiva muchos
elementos del anterior régimen que, por desgracia, aun no han desaparecido. Esta realidad subyace en este debate vexilológico.
Hay una
nueva generación que pide paso y la generación que nació en los albores de la
transición ha llegado ya a la madurez. Los protagonistas de la transición
llegan ya a la edad dorada. Ambas generaciones (nueva y madura), por lo
general, no se muestran identificadas con los principios y valores de la
transición.
Los que
nacimos en la transición nos sentimos defraudados por el resultado obtenido
cuarenta años después. Estamos de
acuerdo en lo esencial: la democracia es hoy el mejor sistema político para
asegurar la convivencia social en paz. La paz es necesaria para el desarrollo
de los pueblos y el pacto o consenso es necesario para evitar los fanatismos y
extremismos destructores.
Pero no
estamos de acuerdo con muchas otras cosas que nos inculcaron o adoctrinaron
siendo menores.
No estamos
de acuerdo con la actual forma de capitalismo corporativo, agresivo y
destructivo. Muchos pensamos que el comunismo clásico (escuela estalinista) o
el populismo poscomunista (democracia social revolucionaria) sean la solución o
la alternativa al capitalismo.
No estamos de acuerdo con las ideologías
alienantes y dominadoras (ya sean conservadoras o progresistas). Declaramos la
guerra al corrupto y al corruptor (sean quienes sean). No estamos de acuerdo
con el autoritarismo, fanatismo ideológico y el guerracivilismo que muchos
partidos fomentan entre sus militantes. No estamos de acuerdo con la intolerancia, la
xenofobia, la LGTBfobia o el racismo. No estamos de acuerdo con las
desigualdades territoriales, económicas, sociales y de género. Creemos en la libertad religiosa; pero también
en la libertad de conciencia. Creemos en las personas conforme establecen los
derechos humanos y civiles. Creemos en el concepto amplio y pleno de la
libertad.
Las nuevas
generaciones asisten al derrumbe de la cultura de la transición como ruidosos
espectadores, con más fachada que argumentos sólidos. Al igual que los regeneracionistas de principios
del siglo XX, se muestran vitalistas,
emprendedores, se sienten fuertes para proclamar la democracia directa, sin
intermediarios, activistas impulsados por un deseo colectivo de cambio. En eso también
se parecen a los forjadores de la transición. Pero se diferencian en el hecho
que desean pasar de un modelo democrático a otro. Los pioneros de la transición
abrían el debate entre dictadura o democracia.
Hoy el debate es entre el modelo representativo o el modelo de acción
directa.
Los partidos
políticos y los políticos están siendo cuestionados de manera negativa en el
sentido que se les hace responsable de la debacle, el chivo expiatorio de todos
los males de este país. Los sindicatos han pasado de nuevo a la clandestinidad
debido a su nula visión de los cambios y a su alta alienación ideológica de sus
proclamas.
El 15 - M
dijo no a la ideología alienante y no al bipartidismo clásico. Dijo no a la
manipulación progandista, ideológica y fanático religiosa. Muchos proclaman que la ideología ha muerto;
lo que ha muerto en realidad es la capacidad intelectual y cognitiva para crear
nuevas ideologías, debida en gran parte al deficiente sistema educativo español
y a la inexistente cultura democrática en España.
Debemos
empezar a acostumbrarnos en España a asumir cambios de forma periódica. Un país
se va construyendo de generación en generación. España desde los albores de su
fundación ha intentado construir formas
de estado y de gobiernos diversos. Unas veces los españoles han logrado avances,
otras han retrocedido. Ahora se quiere avanzar ahondando en la democracia. Pero
como ha ocurrido en el pasado, existen personas que no desean avances; sino que
prefieren “lo bueno conocido, que lo malo
por descubrir”. Esta siempre ha sido la tónica en España, un debate entre
la tradición y la modernidad. Un debate que no siempre se ha hecho en un clima
de paz y consenso (tendiendo puentes); muchas veces este debate ha concluido en
guerra y conflicto (levantando muros).
Tenemos que
buscar el equilibrio y rechazar las posiciones extremas. Los españoles somos apasionados como Don
Quijote; pero también podemos ser cuerdos como el bueno de Sancho Panza. En
este asunto yo optaría por cumplir y hacer cumplir las leyes del Reino de
España con normalidad y sin acritud. No
se trata de una campaña anticlerical o “laicista”
como algunos de forma intencionada tratarán de manifestar seguramente; sino que
se trata de algo tan democrático como exigir explicaciones a quienes nos
gobiernan.
La soberanía
reside en el pueblo español y por tanto entre los derechos civiles de los
ciudadanos, o de sus representantes, está el cuestionar las decisiones de los
gobernantes. Es un derecho que tienen
los españoles reconocidos. Los gobernantes han de acostumbrarse a ser
cuestionados, a ser criticados, a ser interpelados, incluso a ser denunciados
si así se determina conforme a la ley vigente. Los gobernantes
están al servicio del pueblo; no el pueblo al servicio del gobernante. Esta es
una idea que tiene que calar en la conciencia de todos los españoles, en
especial aquellos que ocupan cargos públicos.
La
democracia no admite costumbres arraigadas como la de impedir la crítica al
gobernante, la de exigir al gobernante que cumpla la ley, la de exigir al
gobernante ser decente y ejemplar, la de exigir al gobernante cumplir con sus
funciones de manera eficiente y correcta.
Las cuestiones, el ideario o las creencias personales de las autoridades
públicas deben quedar en el ámbito privado
de la autoridad. Públicamente deben someterse al dictado de las leyes y al respeto
debido a los ciudadanos (a todos sin excepción, no a una parte) Ni es positivo sacralizar la política; ni es
bueno politizar la religión.
Tenemos que
acostumbrarnos a separar el ámbito político de la religión si queremos
profundizar en la democracia. Evitaremos
también así el fanatismo político - religioso y la ideología extrema del guerracivilismo
que en muchos casos nos impide avanzar.
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