Los guardianes del templo





En la antigua Roma a la persona que vigilaba un templo por la noche provisto de un farol se le llamaba  “fanaticus”.  La luz de los faroles era provocada por el fuego surgido de la combustión de aceite.  El objetivo era avisar que dicho templo estaba siendo custodiado por un vigilante, armado generalmente. El objetivo era evitar la profanación del santuario sagrado.

Cuando el cristianismo comenzó a tomar forma como religión organizada, con cultos propios, con textos considerados sagrados  y lugares sagrados donde celebrar sus ceremonias, comenzaron también a crear un sistema de vigilancia similar, con los mismos objetivos que los templos “paganos”.

Durante la Edad Media, con el desarrollo del culto, de la teología dogmática y de la devoción cristiana a los santos, la vigilancia se extendió al terreno espiritual trascendiendo la mera vigilancia física del templo o iglesia cristiana.  

Si el cuerpo humano era el templo del alma, entonces, correspondía al fiel y a sus directores espirituales (el clero) la vigilancia espiritual, para evitar que actos humanos indeseables pudieran profanar el templo del alma.  Para ello dictaron los dirigentes de las comunidades (primero los presbíteros y después los obispos) normas de comportamiento y normas eclesiales basados en una vida virtuosa y pura. El objetivo era santificar la vida del cristiano (Poner luz, surgida del fuego espiritual que surge del óleo sacramentado), preservando de esta forma el alma divina que cada fiel llevaba dentro de sí.

Era frecuente que el celo del vigilante o “fanaticus” era muy estricto en la aplicación de las normas eclesiales, hasta tal punto que coartaba la libertad vital del fiel. La idea de “pecar” o de ser rehén de un “pecado”  llegó a obsesionar a muchos fieles llevándoles en ocasión a tener inestabilidad emocional,  o traumas psicológicos.  Como para los vigilantes o guardianes lo más importante era preservar el alma, el cuerpo era una mera carcasa sin importancia. Si esta se deterioraba era preciso liberar al alma de ese cuerpo corrupto.

Durante la edad media las “liberaciones” de almas por parte de los guardianes o vigilantes, se hizo mucho más estricta. Si el cuerpo o la mente se corrompían, los vigilantes tenían la obligación de liberar al alma por cualquier medio. La muerte del cuerpo era la mejor manera de hacerlo. La Santa Inquisición fue sin duda la más eficaz en esta tarea, con las terribles consecuencias que ya conocemos.

La obsesión por los pecados de la mente, hizo que durante la edad media los “fanaticus” o guardianes espirituales secuestrasen el conocimiento humano y los custodiase bajo muchas llaves. Era una forma de evitar que los “simples” pudieran acceder a conocimientos inadecuados (principalmente los científicos) que les llevarían a la corrupción de la mente y en consecuencia a profanar ese don divino que es el saber. Los “fanaticus” se convirtieron en guardianes del saber.
                                                                  
 Durante el Renacimiento y el humanismo ese saber, custodiado por los “fanaticus”, fue liberado por los intelectuales y profesores de universidad.  Su actividad se enfocaba a la liberación del ser humano en toda su integridad, cuerpo, mente y alma, tal y como Dios había creado al ser Humano.  Siendo aún “fanaticus”, se mostraron partidarios de buscar el bienestar social, cultural y la felicidad del ser humano por medio del entrenamiento de la mente y del fomento de una vida saludable. Si se cuidaba y mantenía el templo (cuerpo y mente), se protegería mejor al alma. El paradigma de “fanaticus” cambió. Los guardianes fueron flexibles en su vigilancia.

A partir del siglo XVIII el racionalismo rompe con la idea del cuerpo, mente y alma, haciendo desaparecer esta última. Si no hay alma, entonces el templo no tiene razón de ser.  Con el racionalismo surge el ateísmo y el laicismo (llamado antes “agnosticismo”) como nuevas formas de entender la existencia humana al margen de la religión o de la superstición.

La reacción frente a esta nueva expresión del ser humano  y del mundo que rodea al ser humano, fue volver a los orígenes. Los guardianes (o “fanaticus”) escolásticos  y no humanistas, se centraron en lo que para ellos era fundamental: el Alma, adoptando un modelo de teología dogmática y de devoción práctica anclada en la tradición de los “Padres de la Iglesia”. Para los humanistas cristianos, la defensa del alma había de ir acompañada de la defensa del cuerpo y de la mente. Adaptaron un modelo más cercano a la sociedad en la que vivían, siguieron una teología más cercana a la original de los apóstoles, denominada “pastoral” o “apostolar”.  

Hoy se denomina “fanático” (derivado de “fanáticus”) a aquella persona que defiende con exagerado apasionamiento creencias u opiniones religiosas o políticas. Un fanático actual se considera un guardián de la sabiduría ancestral, de los fundamentos de una fe, de la integridad del discurso religioso o político tal y como ellos lo entienden. A veces su vigilancia es parecida a la de la Edad Media. No reconocen otra verdad que la que ellos defienden. A veces estos modernos “fanaticus” suelen mostrar una violencia y crueldad sin parangón. A veces sus discursos, sus textos, sus teorías, muestran una realidad alternativa en la que ellos por lo general son los carismáticos protagonistas y siempre actúan  en el papel del “héroe” romántico y mesiánico.

Sinónimos de “fanático” son en castellano: “fundamentalista, integrista, rigorista, puritano, extremista, sectario, intransigente, intolerante, inmovilista, obcecado, idólatra, celoso…”

El fanatismo ideológico, político, social o religioso es contrario a cualquier forma de pensamiento humanista. Se da en muchos lugares, en muchas culturas y religiones. A menudo suele ir asociado a regímenes autoritarios, totalitarios o dictaduras. Pero también suelen camuflarse en regímenes oligárquicos y democráticos generalmente para desestabilizarlos e imponer sus ideas y sobre todo su “verdad” a través del adoctrinamiento.

El fanatismo religioso no sólo es propio del cristianismo, también hay fanatismo religioso en el Islam y en el judaísmo.  Generalmente suelen ser minoritarias estas actitudes, pero muy violentas y muy ruidosas.

Lo vivido recientemente en Barcelona, nos muestra como los guardianes del templo aun siguen en activo, tanto los que cometen atentados (los terroristas); como los que jalean desde los extremos ideológicos en las pasarelas mediáticas para ganar en audiencia y rédito político.  Los guardianes ya no se ocupan de proteger o liberar el alma, ahora sirven a otros dioses virtuales e imaginarios.

En una Europa aun en crisis  es preciso redoblar los esfuerzos por contener el fanatismo tanto religioso como ideológico. Una democracia (si es lo que realmente queremos) se construye en base a la razón política y el humanismo.

El fanatismo se nutre de las crisis sistémicas (cíclicas en el capitalismo) y de la corrupción política (por desgracia más habitual de lo deseado). En manos de todos está construir una verdadera democracia, donde todos puedan convivir en paz y armonía,  tanto para España como para Europa.

Los fanáticos levantan muros y defensas artilladas.

Los humanistas construimos puentes y derribamos las murallas medievales.


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