Orígenes del “Ideal Andaluz” de Blas Infante. Germen del andalucismo.





En tiempos de nacionalismos excluyentes, periféricos y centralistas, existe otra modalidad en el “estado de las autonomías”  que es el regionalismo inclusivo, solidario y universalista. El Andalucismo tuvo su origen  a finales del siglo XIX (como en muchas otras regiones españolas)  de la mano de intelectuales progresistas y reformistas.

La influencia del catolicismo dominante por un lado y el hecho evidente de las consecuencias sociales negativas observadas tras la primera industrialización; hizo cristalizar  un movimiento intelectual “moderno o modernista”.  Su afán era romper  la naturaleza del poder heredado, estableciendo una nueva forma de poder. 

Los viejos estamentos tradicionales: la iglesia, el ejército y el poder político se caracterizaban en aquella época, de absentismo en lo tocante a sus obligaciones; en cambio ostentaban sus privilegios, prebendas, honores, distinciones y riqueza de forma impúdica y altanera, contra aquellos considerados “inferiores” socialmente hablando.

Una nueva forma de poder que implicaba por un lado la participación de la sociedad civil (“los productores”) y por otro el “estado” como garante de derechos y libertades. Durante todo el siglo XIX el ejército se manifestó como el único garante de la seguridad, integridad y unidad de España. El estado era un mero accesorio al servicio de la nobleza (poder político), el ejército y la iglesia.  La iglesia, al igual que el ejército, se mostró como garante de la seguridad, integridad y unidad de las almas cristianas bajo la batuta del episcopado católico y de las doctrinas tradicionales heredadas de un pasado remoto.  

Finalmente la nobleza se garantizaba a sí misma que sus privilegios, prebendas, honores, distinciones y riqueza nunca serían tocados por ningún otro estamento. Los monarcas y la corte palatina eran símbolos añejos sin poder alguno; salvo el necesario para garantizar derechos al ejército, a la nobleza y al clero.

En este orden de cosas  los “productores” (Sociedad civil)  consideraron que aquel orden establecido en el antiguo régimen (que aun pervivía, de manera incomprensible, en la España del siglo XIX) no se ajustaba bien a la realidad de la nueva sociedad industrial del siglo XIX. Fruto de la labor intelectual surgió el denominado movimiento obrero.  Un movimiento en origen social cuyo afán era cambiar el orden de cosas en el seno de los centros fabriles y en los denominados “barrios obreros”. Las condiciones laborales, sociales y familiares de los obreros  eran lamentables. Se imponía hacer ver a la “buena sociedad” (La de los “no productores”) la situación del mundo obrero.

Los intelectuales obreros buscaron en las doctrinas cristianas argumentos válidos para hacer reaccionar a los propietarios de “los medios de producción”, es decir a los dueños de las fábricas y de las haciendas de labor, ante sus faltas en lo tocante a sus deberes religiosos, entre ellos la caridad con el necesitado. Querían en esta época dejar en evidencia la contradicción de aparentar ser un buen cristiano “de misa diaria”; pero a la hora de la verdad abstenerse de practicarlo sobre el terreno o incluso “mirar para otro lado”.

Los intelectuales obreros del cambio del siglo XIX al XX  consideraban que había que establecer un “nuevo cristianismo” y una “nueva sociedad”, para la “nueva sociedad industrial”.  En base a esta idea renovadora muchos intelectuales se unieron a la causa; pero desde percepciones diferentes, según su estatus social. Las clases altas abominaban a estos  intelectuales obreros por considerarlos contrarios a su forma de vida; los proletarios más castigados por la industrialización, consideraban que era una esperanza inalcanzable, pero como utopía era  algo admirable. Tenían una razón para iniciar la “lucha obrera”. 

Entremedios apareció la llamada clase media, que por un lado estaban animados por esta nueva utopía; pero por otro su estatus y el decoro, le impedía actuar contra los de “su clase”. Buscaron un término medio  y así surgió el ilusionante movimiento moderno “regeneracionista”, que tuvo muchas facetas y que marcó la “Belle Epóque” en España (1902-1920)

  Es en esta época y contexto posindustrial cuando surgieron las primeras ideas que pusieron los cimientos originales del andalucismo.  Uno de los primeros pensadores que se adentraron en la idea de hacer visible a la sociedad civil como actor principal de la sociedad “moderna”  fue el norteamericano Henry George (1839-1897), cuyas ideas se expusieron, estudiaron y debatieron durante el “I Congreso georgista hispano-americano”, celebrado en el pueblo de Ronda (Málaga) entre los días 26, 27 y 28 de mayo de 1916.

Un congreso al que acudieron muchos intelectuales españoles y extranjeros. Henry George era una eminencia internacional; aunque un gran desconocido en España.  La intelectualidad española estaba estancada en el pasado;  aun mostraba rasgos de arcaísmos de otras épocas, imbuida de historicismo y de  literatura novelada o historicista ambientada generalmente en el romanticismo gótico de la edad media.

Pero entre esa intelectualidad brillaban los que osaban dar un paso adelante y buscar en la literatura internacional autores “modernos” coetáneos, que les dieran pistas  de cuáles eran las nuevas corrientes literarias y filosóficas.  Su objetivo era introducirlas en España, para sacar provecho de ellas  acabando con la vieja intelectualidad historicista y literaria decimonónica. Se imponía en el cambio de siglo, la literatura y el pensamiento político o económico “moderno”.

Andalucía en 1916 era una región atrasada con un gran índice de analfabetismo rural que se acercaba al 90%. El sistema estamental aun pervivía en la mayor parte de las poblaciones rurales y urbanas de Andalucía. El sector agropecuario dominaba la economía. La asimétrica industrialización andaluza había acabado a final de siglo XIX y los estragos de la filoxera habían acabado  y hundido la industria del vino, un sector pujante durante el siglo XIX que permitió financiar la industrialización. El proteccionismo hizo trizas el sector bancario y financiero. El comercio internacional se paró en seco. La crisis trajo miseria a muchas poblaciones andaluzas. Especialmente duro fue en el ámbito rural.

El liberalismo georgiano  traía esperanza a la “clase trabajadora”, la cual comenzó a entender que si no se levantaban y visibilizaban sus reivindicaciones sociales y laborales; nada iba a cambiar. El georgismo mostraba un liberalismo socializador que tendía a democratizar las estructuras de poder político y económico desde posiciones centristas, basadas en el liderazgo de la clase media (burguesía mercantil en España).

Este liberalismo de Henry George  se basaba en una nueva forma de ver el cristianismo.  Frente al dogmatismo imperante del catolicismo español; el georgismo establecía una doctrina evangelizadora muy pragmática, libre y universalista.

Frente a la acumulación de capital por parte de la propiedad; el georgismo proponía un reparto cualificado de la riqueza, de tal manera que el obrero pudiera tener un medio de vida suficiente para subsistir. 

El reparto debía ser acordado de común acuerdo entre propietarios y obreros, lo cual implicaba por una parte, una nueva política de salarios (el salario era para el georgismo una remuneración justa por el trabajo realizado; no como una gracia especial donada por el contratista a su libre albedrío); por otra, una nueva política impositiva (“impuesto único”, frente a múltiples impuestos sin regulación) que permitiera reforzar al  Estado como garante último de la supervivencia de los obreros más pobres (subsidios, ayudas a fondo perdido…) a través de las llamadas “instituciones de la beneficencia”.

El progreso se justifica por la fe en el bien común y en las leyes naturales otorgadas por Dios.  George no era partidario de la propiedad privada (Incluso abogaba por suprimirla), la cual beneficiaba a una sola clase: la propietaria; más bien era partidario de la colectividad de la propiedad, que beneficiaba al común de propietarios.  Frente al individuo, se imponía el colectivo, naciendo así el ideal de una sociedad civil movilizada en defensa del interés común.

En una Andalucía agraria, donde predomina la gran propiedad, las ideas liberales de George supusieron un terremoto en las conciencias más conservadoras; al tiempo que animaron a las mentes más progresistas a tratar de hacer viable dicho pensamiento. El georgismo influyó poderosamente en el “regeneracionismo” andaluz y en el “espíritu moderno” de la “Belle Epóque”.

 La crisis de 1917 provocada por la cerrazón posbélica de los mercados europeos y la vuelta a la crisis finisecular estructural; las ideas revolucionarias libertarias  comenzaron a transformarse en una fuerza que animaba a iniciar un nuevo ciclo revolucionario. La ruina económica y la miseria se mostraron en aquellos años con fuerza en el campo andaluz y en los barrios obreros de las grandes ciudades.

En este unto aparece la voz y la figura del notario, natural de Casares (Málaga), llamado Blas Infante Pérez de Vargas (1885 -1936). Imbuido por el georgismo y por el espíritu “moderno” que trajo la “regeneración”, sacó adelante una publicación que se convirtió en todo un manifiesto: “Ideal Andaluz”.  En ella visibiliza la realidad descarnada de un jornalero andaluz en la campiña sevillana.  Considera Infante que Andalucía como región debería encabezar la revolución que permita la modernización del paisaje agrario andaluz. Por tanto apuntaba a la “necesidad de la existencia político-regional de Andalucía”. 

El gobierno por aquellas fechas estaba poniendo en marca las llamadas “mancomunidades”  (cuyo origen datan de la época de Antonio Maura)  que pretendían ensayar un proyecto descentralizador de la administración pública española. Existían tanto las posibilidades de mancomunar diputaciones, como municipios. Cataluña ya había logrado crear su mancomunidad (como paso previo a su independencia, ya por entonces el nacionalismo catalán había traspasado el umbral de la política. ¡Nada nuevo bajo el sol!). Andalucía necesitaba incorporarse al tren de la modernidad creando la mancomunidad andaluza.

La descentralización  de la administración pública se planteaba como la opción de poder llevar la administración hacia los ciudadanos.  Antes,  todos los asuntos locales habían de pasar por Madrid de manera preceptiva. Ya se sabe que “las cosas de Palacio van despacio” y la farragosa y lenta burocracia impedía desarrollar la actividad política, económica y social a nivel local en tiempo y forma. La idea de las mancomunidades casaba perfectamente con los ideales liberales del georgismo andaluz.

Blas Infante  trabajó por toda Andalucía en pos de dos proyectos: el tema de las mancomunidades y el tema del impuesto único. En el  primero se dedicó intelectualmente a definir la región andaluza en su singularidad dentro de España y que se entendía por región andaluza en su dimensión universal.

En la definición de Andalucía buceó en la historia propia de la región, abstrayéndola de la historia de España. Se fijó sobre todo en la etapa “mora” de Al –Ándalus como base para fijar el nacimiento de Andalucía como región socio-política unido. El refinamiento y modernidad de la Andalucía “andalusí” le llevó a ver en esta etapa el germen de la personalidad andaluza y su singularidad. De hecho la bandera verde y blanca, está tomada de la que ondeaba en el Palacio de la Alhambra de Granada durante la dinastía nazarí. 

Los intelectuales andalucistas de aquella época se saltaron la etapa romana y visigoda de la historia, por considerar que en esa época Andalucía no era libre. Retomando la historia en la época clásica griega y fenicia (Las columnas de Hércules de su escudo); así como en los pueblos íberos de la región. Se tenían pocos datos de estas épocas anteriores a Al –Ándalus, por lo que tomó como principio de su relato histórico, la etapa “mora”, la cual era más conocida por los historiadores andaluces, dado que se disponían de excelentes muestras artísticas y monumentales para demostrarlo.
En el terreno político, del georgismo se pasó al ideal andaluz de Blas Infante, germen del andalucismo político regionalista. En base a los ideales de Henry George y de Blas Infante se creó el andalucismo. Blas infante puso la primera piedra del autonomismo andaluz; por ello es considerado el “padre de Andalucía”.  La figura icónica del andalucismo.

Como vemos el andalucismo surgió de una situación crítica en el campo andaluz y de unas ideas importadas que casaron con las existentes en Andalucía. El ideal de una Andalucía como “germen de España” y con una dimensión universal,  basada en el espíritu de solidaridad y democracia se puso en marcha.  El Andalucismo surgió de un grupo de intelectuales que se levantaron para animar a las masas a rebelarse. En esta misma idea de revolución constructiva; aunque liderada por la clase media e intelectuales, se basó la obra del gran filósofo y catedrático  José Ortega y Gasset, referente intelectual de la primera mitad del siglo XX en España.

No quiero terminar, sin recordar al joven  Manuel José García Caparros (1958-1977), hijo Predilecto de Andalucía desde 2013,  que murió manifestando su deseo de una autonomía para Andalucía, aquel día aciago del 4 de diciembre de 1977.  Su muerte, a cargo de las fuerzas de orden público (los “grises”) durante aquella manifestación histórica, facilitó la entrada de Andalucía por la puerta grande del 151.

Para todos los andalucistas y progresistas el 4 de diciembre marcó un antes y después en el proceso autonómico. (Reivindico desde estas páginas que el día de Andalucía sea el 4 de diciembre y no el 28 de febrero)   Finalmente en 1981 se constituyó la actual Comunidad Autónoma de Andalucía por la vía del 151.  

El regionalismo andaluz es incluyente, solidario, progresista y universal. España se conoce en el mundo  a través de los ojos andaluces. Como diría Blas Infante, “Andalucía es la esencia de España”. A todos y todas las andaluzas:

¡Feliz día de Andalucía!

La bandera blanca y verde
vuelve, tras siglos de guerra,
a decir paz y esperanza,
bajo el sol de nuestra tierra.

¡Andaluces, levantaos!
¡Pedid tierra y libertad!
¡Sea por Andalucía libre,
España y la humanidad!

Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos
hombres de luz, que a los hombres,
alma de hombres les dimos.

¡Andaluces, levantaos!
¡Pedid tierra y libertad!
¡Sea por Andalucía libre,
España y la humanidad!

(Himno original de Andalucía)

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