La transversalidad en el siglo XXI
Ante el cambio de época que
estamos viviendo se ha impuesto en el ágora política y social el concepto de “transversalidad”. Acabado el mundo bipolar del siglo XX y el
ascenso de una nueva generación en el cambio de siglo, el pensamiento social,
político, económico, cultural y religioso se ha visto afectado por dicho cambio
de siglo y de época.
Las viejas ideologías enfrentadas
de dos en dos (Tradicionalistas vs conservadores; conservadores vs liberales;
liberales vs socialistas; socialistas vs comunistas; comunistas vs anarquistas)
no han dado respuestas a la sociedad civil a sus reivindicaciones:
Alimentación, sanidad, vivienda, bienestar, paz, políticas medioambientales,
igualdad, libertad, justicia social…
esto es un hecho constatable y evidente.
Lo que hoy conocemos como “democracia”
es tan solo un trampantojo de un sistema político oligárquico, controlado por los
oligopolios globales que recuerda mucho al “despotismo ilustrado” del
siglo XVIII cuyo lema era “Todo para el pueblo, nada por el pueblo” o al
sistema burgués-liberal del siglo XIX, que dividía a la sociedad en función del
patrimonio o las rentas de cada uno. El pueblo se convierte en la marioneta del
poder político y éste, a su vez, del poder económico-financiero.
La frustración, sobre todo tras
el crac financiero de 2008, ha llegado a un extremo por el cual la sociedad
civil busca alternativas realistas y viables al sistema del siglo pasado. Busca
un nuevo sistema global que permita a la ciudadanía lograr sus
reivindicaciones. Cansados de tanta palabrería y politiqueo que no lleva a
ningún lado; cansados ya de tanta crispación, enfrentamiento y tanto odio entre
partidos políticos; cansados ya de tantas promesas incumplidas y de políticos corruptos
e ineptos; la ciudadanía ha dado en el siglo XXI un gran paso adelante.
Mayores, mujeres, jóvenes, niños y activistas sociales sin ideología concreta,
los más afectados por la vieja política, asumen hoy la tarea de exigir y la
tarea de reivindicar políticas realistas, eficientes y de calidad en todas las
áreas que más directamente les afectan a diario.
Los partidos políticos,
sindicatos, medios de comunicación convencionales y asociaciones profesionales se
están quedando fuera del sistema al no haber sido capaces de encauzar las
reivindicaciones de sus teóricos representados.
Quedan fuera por haber mentido, estafado, arruinado, maltratado y robado
a la ciudadanía. Su corrupción y su alejamiento progresivo de la sociedad
civil, les ha colocado en la puerta de salida del sistema. Ya no son
necesarios.
La sociedad civil ha pasado a la
autogestión, a la acción directa, participativa, cooperativa y colaborativa sin
necesidad de intermediarios. Asumir el derecho soberano a decidir su presente y
futuro, es la principal motivación. La ciudadanía es la propietaria del país y
en consecuencia le corresponde tomar la iniciativa de poner en su sitio a sus
teóricos representantes y servidores públicos. Las redes sociales son el medio
preferido para establecer la coordinación y la representación de los nuevos
colectivos sociales. Es el medio preferido de comunicación entre personas y
entre organizaciones sociales.
En las redes se convocan
actividades de todo tipo, se crean plataformas para la defensa de políticas
concretas, para solucionar problemas concretos, para aunar voluntades a favor
de una causa, para coordinar actividades presenciales en la calle o plazas.
Actividades que organizan directamente los ciudadanos y en las que no están
invitadas las tradicionales organizaciones políticas o sindicales. Actividades
que no tienen un sustento o intencionalidad ideológica o partidista detrás. Son
actividades directas y propias de ciudadanos, para la ciudadanía y contando en
esta ocasión con la ciudadanía. La ciudadanía es hoy la gran protagonista.
Gracias a las redes sociales
globales, la antigua división de los tres mundos: Primer Mundo: Países
industrializados; Segundo Mundo: Países en vías de industrialización y Tercer
Mundo: el resto de los países que no están industrializados, ni en vías de
industrializar; carece hoy de sentido.
La globalización ha posibilitado la intercomunicación global de personas
y organizaciones, independientemente desde el lugar donde estén y en tiempo
real.
La extensión de los equipos,
redes de telecomunicaciones, aplicaciones y redes sociales inteligentes es ya
hoy global. Una persona desde Manhattan puede dialogar en tiempo real con otra
persona de Níger, Calcuta o Santiago de Chile. Puede en tiempo real saber lo
que está ocurriendo en la otra parte del mundo fuera del sistema de medios de
comunicación convencionales y del “relato” oficial. Es cierto que aun hay
algunas limitaciones, como la censura en países dictatoriales o la faltad de
una red óptima para la comunicación en algunos países que por su economía no
pueden permitírselo. Pero la mayor parte del globo terráqueo está ya
intercomunicado.
La idea de la red social global permite
experimentar nuevas formas de intercomunicación, de acceder a la información y
al conocimiento, de acceso a proyectos concretos sobre el terreno o a
participar en plataformas sociales globales. También permite que cualquier
ciudadano/a pueda participar activa y directamente en política. Experiencias
como el voto telemático o los parlamentos inteligentes integrados en el tejido
social, están poniendo “patas arriba” las viejas concepciones de la
política bipolar del siglo XX e incluso el propio concepto de “democracia”.
Frente al binomio “izquierda
vs derecha”, la nueva “democracia digital” por llamarla de algún
modo, plantea la existencia de una política “transversal” que no encaja
con las antiguas ideologías, ni posicionamientos políticos propios del siglo
XX. La ciudadanía se autogestiona de
esta manera, a través de colectivos, de plataformas digitales, de participación
en los debates globales, sigue la tradicional presión en las calles; pero sobre
todo es mucho más eficaz en las redes sociales.
La “transversalidad”
supera cualquier etiquetaje que se le quiera adherir a los múltiples
movimientos sociales y políticos que hoy están en boga. En estos movimientos
hay personas de distinto origen, condición social, adscripción
político-ideológica, creencias, etnias, lenguas, etc. Tienen objetivos comunes y cuentan con
herramientas de última generación a su disposición. Todo lo demás sobra.
Algunos politólogos y sociólogos hablan ya de una “ideología transversal”,
pero si algo tiene la “transversalidad” es que no es estrictamente
ideológica.
¿Ha muerto la ideología? La
respuesta es no, sigue existiendo, solo que ahora la ideología se asimila a la
creencia religiosa (Sacralización de la política). Cuando una persona
actúa sobre el terreno lo hace conforme a sus propias convicciones personales,
por asociación libre y voluntaria con otras personas que tienen sus mismos
objetivos o ideas. Por tanto, la
ideología política es propia de cada persona, surge del pensamiento propio de
cada individuo y no tiene por qué adscribirse a las ideologías prefabricadas
por organizaciones políticas convencionales que propagan estas ideologías a
menudo de manera dogmática.
El nuevo siglo ha traído el
secularismo, el laicismo y el relativismo político-ideológico, que hasta hace
poco solo se apreciaba en el seno de las organizaciones religiosas. Frente a
esta secularización del ideario político han surgido, como había ocurrido
anteriormente en las organizaciones religiosas, en su contra los “tradicionalistas”
políticos, aquellos que desean continuar imponiendo el dogma ideológico
prefabricado a sus seguidores con una visión bipolar antagónica de la política.
¿Es la transversalidad una
ideología? La respuesta es, a mi
parecer, no, porque precisamente lo transversal implica la unión, agrupación o
confluencia de distintos elementos a favor de unos mismos objetivos o intereses
comunes. No tiene carácter impositivo o
dogmático. Las normas de convivencia entre diferentes se rigen por las reglas
del debate y las establecidas por consenso entre sus participantes. Quien no
esté conforme, tiene libertad para aceptarlas o no aceptarlas. No se exige lealtad o compromiso.
No existe una “disciplina de
partido” estricta en estas formas transversales de organizarse. Todos participan
de manera voluntaria. A veces no existe ningún tipo de estructura organizativa,
son simples uniones de ciudadanos sin ningún tipo de organización y en muchas
ocasiones lo son de temporalidad efímera. La volatilidad de las organizaciones
o de estas agrupaciones ciudadanas es habitual. Cada uno aporta su granito de
arena a la causa. Cada uno según sus posibilidades y capacidades cognitivas,
laborales o profesionales.
El eje, izquierda vs derecha (o
viceversa) está quedando ya como una reliquia del pasado. Tampoco el centro político, que en realidad es
una entelequia intelectual, porque siempre se etiqueta al centro de:
centroderecha o centroizquierda, por lo que en realidad el centro estricto
realmente es inexistente. En
realidad, lo que muchos plantean es que estas posiciones políticas que datan
del siglo XVIII son obsoletas, porque responden a un modelo económico y social
que ya no existe. Corresponden a una época pasada. Fueron útiles en su momento;
pero hoy son inservibles estos modelos. La sociedad, la política, la economía,
como todo en la vida evoluciona y cambia.
¿Muerto el mundo bipolar, ahora
qué? Bueno, si hacemos balance de la primera década del siglo XXI, han surgido
numerosas iniciativas en esta primera década del siglo XXI. Iniciativas que han
hecho de la transversalidad su bandera en distintas corrientes nuevas de
pensamiento político o ideologías para el siglo XXI.
El populismo mediático unido al
activismo de base y a un renovado anarquismo intelectual ha sido constante en
muchos ámbitos culturales, sociales y políticos. En todos ellos la constante es
que cada cual haga lo que quiera, pero eso sí, que cumpla siempre con la ley.
El respeto a la diferencia marca sus líneas rojas. Lo que ocurre es que, como
suele ser habitual, los exaltados se radicalizan confundiendo libertad con
libertinaje. Revolución, con desordenes públicos. Librepensadores, con ideólogos
dogmáticos; personajes mediáticos o influencers con líderes políticos.
También la transversalidad ha
hecho aflorar un nacionalismo autoritario y radicalizado que permanecía dormido
y que ha encontrado un nuevo nicho de descontentos en esta crisis de la
democracia representativa y de desorden mundial.
Viejas ideologías como el
fascismo o el nacismo, franquismo (o falangismo) en España, han renacido de sus
cenizas con inesperada fuerza, uniendo sus causas tradicionales (ideales
identitarios, previamente reinterpretados e idealizados) con el populismo
mediático. El sincretismo ha creado el neologismo: “nacional-populista”;
otros aun usan la terminología del siglo XX, denominándolos: “neofascista”. Una
ideología que, en todo caso, está en ascenso con notable éxito de público y de
virulencia de su propaganda populista en las redes sociales.
Frente a los populismos, en toda
su diversidad, existen los que proponen la “democracia real” o “democracia
directa”, es decir, profundizar en el modelo democrático haciendo partícipe
al ciudadano de manera directa (gracias a las nuevas formas de participación y
comunicación digital) con el objetivo de marcar la agenda de los partidos
políticos (fiscalizados por la ciudadanía) y frenar los intereses de los
lobbies económicos-financieros en la actividad política (que no usurpen la
soberanía de los ciudadanos, ni presionen a sus representantes políticos, que
adopten la ética y la responsabilidad corporativa en sus actividades
transaccionales).
Este nuevo movimiento democrático
es “neutral” ideológicamente y no se adscribe a los roles y requisitos
de la bipolaridad del siglo XX; sino que sus acciones son multifacéticas en un
marco de relaciones global. La cuestión no es si tu ideología es mejor que la
mía, o tu partido hace mejor las cosas que el mío; la cuestión es que temas hay
en la mesa y yo te doy mi opinión en relación con cada uno de ellos. Lo
debatimos y juntos o de forma consensuada, acordamos lo que mejor sea para
todos de manera inclusiva. Es una nueva
metodología de trabajo que es mas eficaz, que tratar los temas a debate desde
el sesgo ideológico o el sectarismo político. Trabajar en red y por objetivos
es una metodología ya existente en muchos sectores sociales y profesionales con
mucho éxito; es hora de aplicarlo a la política y a la economía.
En este pensamiento subyacen
ideas del pasado (pero con un lenguaje y formatos actuales) que son positivas
como la defensa de los derechos civiles y humanos, la defensa del orden
constitucional y legalidad vigente, la defensa de la idea de formar parte de
una comunidad ya sea a escala local, regional, nacional o global. Una comunidad
positiva en busca del bienestar, la felicidad, justicia social y prosperidad
para todos de manera inclusiva.
En el siglo XXI, la “transversalidad”
se amolda a un periodo transitorio entre el antiguo régimen y el nuevo aun por
construir. Cada persona a nivel
individual o formando parte de un colectivo o comunidad, adopta el rol que
desea sin importar requisitos formales del pasado. Cada uno actúa conforme a
sus creencias, conciencia y convicciones personales. La suma o resta de los colectivos determina
el camino a seguir por las nuevas sociedades en este arranque del siglo XXI.
En todo cambio de época histórica
siempre ha habido “apocalípticos e integrados” (Umberto Eco), es decir,
personas que se niegan a cambiar porque ello les da miedo y les saca de su zona
de confort (apocalípticos) y personas que tienen capacidad de asimilar los
cambios e inician un proceso de adaptación al nuevo modelo hasta su total
integración en el nuevo modelo (integrados).
Los primeros (apocalípticos) suelen
presentar batalla a distintos niveles contra sus supuestos “enemigos”,
aquellos que les incomodan, que les quieren sacar de su zona de confort, que
les obligan al cambio, que les obligan a pensar y a razonar. El miedo al cambio
les hace ser agresivos y a justificar la violencia en legitima defensa. Los
populismos en general son un claro ejemplo de esta actitud negativa.
Los segundos (integrados) pueden
subdividirse entre aquellos que necesitan un periodo transitorio de adaptación
al medio para el cambio (respetan la democracia representativa, pero son
partidarios de reformas profundas en el sistema); y aquellos otros que
directamente cambian sin periodo transitorio porque lo tienen muy claro o
porque son los que fomentan el cambio. Los partidarios de la “democracia
directa” suelen ser sus protagonistas.
En el imaginario del lector,
seguramente estarán poniendo siglas o ideologías del siglo XX a estas actitudes
porque seguramente aun estamos en una fase temprana para el proceso de cambio. Usamos
un lenguaje antiguo para etiquetar conceptos nuevos (a los cuales habrá que
buscar una nueva denominación), para entendernos y no perder el norte.
El nuevo mundo nos es aun
desconocido. Especulamos con que será muy positivo, al menos así lo deseamos.
Pero aún no ha sucedido nada que nos permita interpretar el momento presente
con cierta lógica.
A mi modesto entender, nos hace
falta aún explorar el terreno, por ello la transversalidad del siglo XXI es muy
necesaria para ir ajustando los modelos y que la gente se vaya acostumbrando y
habituando a los cambios, si de verdad queremos que los cambios sean para bien
y que realmente lo sean “para todos y por todos”.
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