¿Hay o no hay dinero en España? Más de 160.000 millones de Euros españoles se encuentran en “paraísos fiscales”.
Según un artículo de Javier Tahiri
en el suplemento “ABC Empresa” (Diario ABC de Madrid, ed. 15 de
marzo de 2015) existen 160.000 millones de Euros de origen español en entidades
ubicadas en países de baja tributación, o lo que es lo mismo en “Paraísos
fiscales”. De los cuales 80.000 millones de Euros están en cuentas
bancarias de Suiza.
Si tomamos como referencia los ingresos totales del estado previstos en
el presupuesto de 2014, estos suman grosso
modo 130.000 millones de Euros. De los
cuales el 97 % procede de impuestos y
tasas. Imagínense cuanto recaudaría el Estado si se tributara en España los
160.000 millones de Euros que se encuentran
fuera.
La “Lista Falciani” estima
en unos 705 las personas/sociedades españolas presuntamente defraudadoras con el fisco. Muchos de los cuales presuntamente se han
acogido a la “regularización” que emprendió el Gobierno de España (más
conocida como la “amnistía fiscal”
de C. Montoro). Muchas son personas vinculadas con el poder político y
económico de España; muchas otras tienen fuertes vínculos con el sector
financiero internacional.
Muchos de estos defraudadores han
utilizado presuntamente sus cargos públicos para lucrarse personalmente o para
acaparar riquezas a manos llenas. Al no poder
justificarlas tributariamente, depositaron presuntamente sus riquezas sustraídas
en bancos ubicados en los famosos “paraísos fiscales” a través de
entramados societarios, intermediarios, etc. Lo escandaloso es que parte de esa
riqueza es propiedad de los ciudadanos, es dinero público.
La sustracción de dinero público afecta
aun hoy a la capacidad del Estado para financiarse. Con menos dinero, los
servicios públicos se resienten, al igual que la gestión en las Administraciones
Públicas. La inversión pública se reduce
hasta casi desaparecer y los ciudadanos pierden en bienestar, derechos y
calidad de vida. Ante esta tesitura, el
Gobierno de España ha tenido que acudir al endeudamiento para cubrir el “agujero
negro” dejado en su mayor parte por estos presuntos defraudadores.
El artículo 31.1 de la Constitución Española de 1978 dice
textualmente “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de
acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo
inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso,
tendrá alcance confiscatorio”. Según este principio, los defraudadores son
ciudadanos que se han salido o movido en los límites constitucionales. Han
optado por no contribuir solidariamente al
mantenimiento del Estado, generando con ello un gran perjuicio al resto
de ciudadanos contribuyentes.
La igualdad y progresividad ha
ido degradándose a lo largo del tiempo,
no todos los contribuyentes tributan de la misma manera. Hecha la ley, hecha la
trampa como suele decirse. La picaresca tan española sigue estando activa en la
actualidad.
El que más tiene, generalmente no
tributa más como debería ser; si los impuestos han de ser progresivos como
manda la constitución. Sin embargo, el que menos tiene paga mucho más que el
que más tiene; lo cual entra en franca contradicción con el mandato
constitucional. Las sucesivas “reformas
fiscales” no se han hecho conforme al espíritu solidario
de la constitución; sino más bien responden a intereses de partido o ideología,
o bien a intereses de lobbies sectoriales.
Ante esta realidad de saqueo
continuo, con la que nos desayunamos cada día, convendría hacer un gran pacto
de estado sobre la financiación en España. Un pacto “sin adjetivos y sin
siglas”. Los españoles somos los titulares de la soberanía – los dueños
teóricos del país - y por tanto somos los que debemos construir nuestro sistema
financiero y económico común, es nuestro derecho; pero también nuestro deber.
No se debe imponer un modelo uniforme; sino ver en la pluralidad de los sistemas
existentes aquellos aspectos que mejor respondan al “interés general” y a los criterios de “igualdad” y “progresividad” que figura en el
espíritu de nuestra constitución.
Mi planteamiento es de rechazo
ético hacia una política económica y financiera que apuesta principalmente por
desmantelar o desarmar el estado del bienestar en base a una teoría mediante la
cual mantenerlo cuesta mucho dinero a los españoles.
Desde una perspectiva ideológica
este argumento me recuerda al lema tradicional propio de la gran familia “liberal” del
siglo XIX. El cual afirma que es posible obtener un mayor beneficio si los
costes de producción son mínimos. En el siglo XIX eran los dueños de las fábricas y grandes propietarios los que salían más beneficiados; los trabajadores los que padecían en sus condiciones laborales y de vida la reducción de los costes. La
cuestión que me asalta es determinar ¿Quiénes serán hoy los receptores de esos
beneficios obtenidos y quiénes padecerán la reducción de los costes de
producción?
La cuestión básica, para terminar,
es determinar que modelo económico y financiero queremos para nuestro país. Si
queremos avanzar en la democracia, en la solidaridad, en la igualdad, en el
progreso de nuestro país; si queremos que nadie se quede en el camino o que
muera en el intento, debemos apostar sin duda por soluciones diferentes hasta
las ahora propuestas por los diferentes gobiernos que han pasado por “La Moncloa”.
Nos corresponde a los españoles - según
nuestra constitución (Art. 1.2.) - decidir como soberanos y como teóricos propietarios
del país.
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