Reflexiones sobre la validez del sistema clásico de partidos en la Europa del siglo XXI
En la actualidad existe un debate en la
sociedad acerca de la validez del sistema de partidos clásicos en los modelos políticos
de las sociedades democráticas tanto de Europa como de América.
La sociedad democrática contemporánea surgió
originariamente en el siglo XVIII por evolución del humanismo europeo anterior.
El racionalismo y el empirismo se impusieron en la búsqueda del conocimiento
científico, tecnológico y del comportamiento humano o social, dando lugar al
pensamiento ilustrado.
Se establecieron principios y métodos, se
elaboraron teoremas y doctrinas, surgieron escuelas de pensamiento y ello
confluyó en el siglo XIX en el liberalismo.
Se necesitaba liberarse del peso de las oscuridades del Medievo para dar
paso a un modelo moderno, más libre, donde no hubiera cortapisas al desarrollo
económico, político y social de los distintos países.
En el siglo XX el liberalismo, en su línea
más extrema, confluyó en regímenes totalitarios y en su línea más moderada, en
regímenes más sociales y democráticos. De esta forma surgieron los ultraconservadores,
los conservadores, los liberales, los laboristas, los nacionalistas, los socialistas,
los comunistas, los anarquistas y los regionalismos periféricos que hemos conocido
todos; así como todas sus combinaciones posibles.
La existencia de distintos grupos con idéntica
preferencia ideológica o de intereses en la sociedad dio lugar a la formación
de partidos políticos, sindicatos y organizaciones de todo tipo. Estos partidos comenzaron en el siglo XX a
desarrollar sus principios, sus métodos, sus doctrinas, a asociarse con
determinadas escuelas de pensamiento y a desarrollar una estructura coherente
para organizarse mejor, aclarar ideas, diseñar estrategias conjuntas y aunar
esfuerzos.
En principio no estaban pensados para
conquistar el poder en los estados; sino como espacios de debate político o
económico. Eran meras sociedades o ateneos de intelectuales. El cambio provino
después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el ascenso del régimen
soviético en Rusia. El Partido Bolchevique
Ruso daba mayor importancia a la acción que
al ejercicio intelectual. Pasaba del dicho al hecho. La organización
(Partido o Sindicato), era la base de operaciones para el diseño de acciones
contundentes contra todo aquello que se quería cambiar o eliminar.
La sociedad, no formada en conceptos
políticos y desconocedores de los mecanismos económicos de sus países, se
dejaba orientar por la propaganda política de los diferentes partidos políticos
y/o sindicatos.
En una época en la que existía una alta tasa
de analfabetismo y donde los sistemas educativos públicos eran aun
embrionarios, el poder de convicción de una fuerza política podía influir en el
resultado de las elecciones y por tanto cambiar la naturaleza del poder en los
diferentes estados. El partido comenzó a
dirigir de forma interesada a sus afiliados, votantes y simpatizantes, pero sin
dejarle espacio de participación a éstos en los órganos de decisión. La lucha
por el poder de los partidos y/o sindicatos era lo más importante.
Después de la II Guerra Mundial (1939-1945)
se estableció el modelo actual de democracias parlamentarias controladas por las
organizaciones políticas, empresariales, sindicales y sociales. El ciudadano se
diluía en la masa y la masa era controlada de forma interesada por las
organizaciones mayoritarias. El poder político
era subsidiario del económico y el económico manejaba globalmente a su antojo a
los diferentes países y regiones económicas. Al ciudadano se le contentaba con “pan
y circo” como en la Roma antigua.
Cualquier salida de tono, rebelión o
inconformismo era sutilmente reprimido. En ese sentido, la ley y la justicia se
ponían al servicio del poder político y sobre todo del poder económico. Dejaba
progresivamente de garantizar derechos y libertades ciudadanas a lo largo de los
sesenta y setenta del siglo XX.
Esto motivó el “Mayo del 68” y la
revuelta estudiantil/social consecuente. La ciudadanía recuperaba el
protagonismo y contestaba al poder político de forma imaginativa. Deseaba
recuperar la soberanía y su propio destino como protagonista de la historia.
Una juventud que estaba mejor educada y
formada que sus padres y abuelos. Una juventud que había podido estudiar en la
universidad y viajar. Una juventud
activista y una juventud que reclamaba un futuro en paz, armonía y progreso.
Una juventud que apelaba al sentir democrático original, a sus derechos y
libertades como ciudadanos y como seres humanos. El inconformismo dio lugar al desarrollo de
los movimientos sociales de final de siglo XX.
Unos movimientos que basaban su fuerza no en
la constitución de organizaciones estructuradas clásicas; sino en múltiples sistemas
organizativos transversales y cooperativos. La comuna, la cooperativa, el
movimiento sectorial, los clubs sociales y juveniles, las peñas recreativas,
las asociaciones sociales y vecinales, las
sociedades deportivas, los grupos de música, los grupos literarios, etc…
conocieron sobre todo entre los 60 y 90 un gran desarrollo en toda Europa. El
voluntarismo, el libre albedrío, la inhibición, el activismo fueron actitudes
propias de estos movimientos inconformistas con el sistema de posguerra.
En el plano de los partidos políticos - que
siguieron dominando el sistema pese a la contestación juvenil - el modelo evolucionó hacia el bipartidismo.
Dos partidos representativos del pensamiento de “Derechas” y de “Izquierdas” se alternan en el poder siguiendo una regla
no escrita que excluía a otras formaciones.
La derecha política fundamenta sus principios en el “orden”
de la “Ley natural”, de la moral religiosa y del ambiente político y
social dominante en cada sociedad. Este
determinismo surgió inicialmente de la resistencia a eliminar el sistema
estamental medieval y después su resistencia a aceptar el concepto de “igualdad
social”. En la Europa “protestante”
este modelo fue ampliamente difundido por el calvinismo; llegando incluso, posteriormente,
a la Europa “católica”.
En el ámbito político son partidarios de
crear estructuras piramidales rígidas en sus organizaciones y mostrar cierto
autoritarismo en la toma de decisiones. En el ámbito económico son proclives al
libre mercado, al desarrollo expansivo de la empresa capitalista y a la no
intervención del estado en los aspectos económicos.
La izquierda política fundamenta su
pensamiento en la capacidad innata del ser humano para crear bienes que le son
útiles para su vida cotidiana. Así lo ha sido desde la prehistoria.
El progreso material que surge de la evolución de la tecnología y de la investigación científica, liberada de ataduras morales, filosóficas o ideológicas, constituye el motor de las sociedades contemporáneas. El racionalismo y el empirismo animan al ser humano a buscar el progreso. A emprender un camino, a buscar una nueva frontera, nuevas metas vitales.
El progreso material que surge de la evolución de la tecnología y de la investigación científica, liberada de ataduras morales, filosóficas o ideológicas, constituye el motor de las sociedades contemporáneas. El racionalismo y el empirismo animan al ser humano a buscar el progreso. A emprender un camino, a buscar una nueva frontera, nuevas metas vitales.
Los principios rectores de las ideologías “de
izquierda” se plasman en el concepto
de la ley como garante de las libertades y derechos ciudadanos; así como de los
derechos humanos. Creen en la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la
igualdad social (superación de la lucha de clases) y la igualdad “de género”
(superación de las diferencias sociales entre hombres y mujeres). La soberanía
reside en el pueblo y por tanto el pueblo ha de decidir libre y voluntariamente
su destino.
En el plano económico busca ante todo la
superación del estigma que las “revoluciones industriales” imprimieron
sobre los trabajadores. Para la izquierda, el trabajador es la fuerza necesaria
que hace posible la producción; sin ella, no habría producción, no habría negocio,
ni tampoco riqueza. Apoyar a los
trabajadores y por extensión a las personas cercanas al umbral de la pobreza
material o a la exclusión social es la principal meta a conquistar.
Para los ideólogos y pensadores de la
Izquierda esta meta sólo se puede alcanzar con estados organizados bajo una
dirección gubernamental fuerte que distribuya de forma equitativa la riqueza de
la nación; evitando que esta riqueza se acumule en pocas manos. El
intervencionismo del estado en los mecanismos del mercado se plantea como la
mejor forma de evitar abusos del poder económico y las distorsiones políticas en
el reparto de la riqueza. Para la izquierda, el servicio público debería contar
con un buen sistema fiscal y de seguridad social para facilitar el cumplimiento
de sus objetivos. La búsqueda del “bien-estar” social era la clave.
Las combinaciones ideológicas pueden ser
diferentes y dar lugar a diferentes organizaciones políticas. El liberalismo
puede considerarse tanto de “derechas” (personas “de orden” con
sólidos principios) como de “izquierdas” (progreso, emprendimiento, igualdad
social); el “socialismo” puede tener tanto una base “burguesa” (clase
media, pequeño empresario, profesional = Derecha) u obrera (= izquierda). Las
derechas extremas suelen radicalizar sus posturas llegando incluso al fanatismo
ideológico; lo mismo ocurre con las izquierdas radicales o extremas.
En los últimos años las tendencias políticas
tienden a buscar un centro neutro entre la “Derecha” (liderada hoy por
la “democracia cristiana”) y la “Izquierda”
(por la “social democracia”), la llamada “tercera vía”. Este centro neutro democrático, alejado de extremismos y de
planteamientos rígidos, no ha acabado de fraguar.
En su lugar han surgido toda una gama de ideólogos
“independientes”, “desideologizados” y “transversales” que
no acaban de teorizar sobre lo que significa el “centro político” y su
utilidad para el cambio en el actual sistema político. La resistencia de las
ideologías clásicas impide su normal desarrollo.
En muchos casos se dan incluso ejemplos de absorción del ideal centrista por
parte de la “derecha” o la izquierda” moderada, desnaturalizando la
idea inicial del centro político.
La desclasificación de la sociedad ha abierto
un debate social acerca de la utilidad del sistema actual de partidos; cuyo
origen nos lleva a una sociedad clasificada, encorsetada en roles
preestablecidos, estratificada y organizada para servir a intereses generalmente
alejados de la sociedad. Las propias doctrinas y escuelas políticas van
perdiendo su sentido por la irrupción de nuevas formas de pensar, analizar y
actuar en el ámbito político y social.
Estas ideologías clásicas están, desde un
punto de vista histórico, llamadas a desaparecer en una natural evolución. De
la ilustración aristocrática se pasó al liberalismo burgués; de este a la
democracia representativa en los partidos. Quizás ahora toque dar un paso más
en la evolución hacia una democracia participativa o a un sistema similar aun
en construcción.
Estamos sin duda en un apasionante proceso de
cambio histórico y de transformación del orden establecido. El inconformismo
juvenil, el recambio generacional, la regeneración política, la persecución de
la corrupción, la apelación a la democracia, la rebelión social, las primaveras
emergentes, los conflictos reactivados, no son, sino síntomas históricos del
proceso de cambio que sin duda hoy estamos ya viviendo y experimentando.
La inestabilidad y la crisis forman parte
natural del cambio histórico. Antes se producía el cambio tras una revolución o
guerra global. El nuevo orden posbélico se establecía haciendo tabla rasa con
el anterior y se ponía el contador a cero.
Hoy esto no se está produciendo. Por eso la incertidumbre es aun mayor.
Es un fenómeno completamente nuevo y ello genera inquietud en la sociedad
acerca de su futuro y destino.
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