Manuel Azaña Díaz, literatura, mito y realidad: 1936-1939





Manuel Azaña Díaz (1880-1940), alma mater del “Frente Popular” y uno de los “padres fundadores” más destacados de la segunda república, nació en Alcalá de Henares, se distinguió durante su juventud y antes de su incursión en la política, como escritor y periodista (colaboró como columnista en “El Imparcial” y “El Sol” y fue director de las revistas “Pluma” y “España”).


Como escritor literario recibió el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su obra “Vida de Juan Valera”. Escribió novelas como “El jardín de los frailes” (1927, considerada su obra cumbre) y “Fresdeval” (inacabada), e incluso obras de teatro como “La Corona” (1930). Fue también ensayista (“Plumas y Palabras”, 1930; “La invención del Quijote y otros ensayos”, 1934). Estuvo considerado en la época como un intelectual influyente de fama reconocida tanto a nivel académico como en la opinión pública. Fue además un gran orador parlamentario. 

Hace algunos años, se descubrieron paginas inconexas de su diario personal durante el tiempo de ejercicio en el Gobierno de España como Ministro y también durante su etapa como Presidente del Consejo de Ministros. Un diario muy interesante y de lectura obligada para todos aquellos que quieran acercarse al conocimiento de los estudios históricos de la II república española.


Una vez que se decide entrar en política lo hace en el convencimiento personal que para que las cosas cambien en España es necesario moverse en una causa justa. Su causa fue la de la “libertad y la democracia”. Azaña como otros “novecentistas” pensaba que la pérdida del “glorioso imperio español” tras el “desastre del 98”, obligaba a las mentes mas formadas y a los políticos mas experimentados a trazar el nuevo rumbo de España bajo nuevos principios fundacionales.  Como muchos otros creía que una “Nueva España” era posible si se abría la mente y la mirada hacia el exterior, hacia Europa, símbolo de la modernidad y el progreso. 


La “democracia” era un concepto reciente en España. Muy pocos habían pensado en el contenido de dicho concepto. Popular y mediáticamente se asociaba la “democracia” a la república y la republica era sinónimo de izquierda política.  


Los introductores del concepto en España provenían de estudiar en el extranjero, fundamentalmente de los que habían residido en Alemania, donde la democracia ya estaba presente políticamente en el gobierno federal desde 1871 (el II Imperio Alemán se organizó territorial y administrativamente como una federación de estados). Los que estudiaron en Francia pudieron conocer y empaparse con la doctrina socialista en versión francesa (que era una evolución natural del socialismo burgués clásico).  Los que estudiaron en Inglaterra, se empaparon del laborismo como “tercera vía” centrista.


En Europa las cosas estaban cambiando, del liberalismo reformista dominante de finales del siglo XIX (corriente en la que Azaña comenzó su carrera política), se pasó una pluralidad de corrientes liberales que buscaban el encuentro con el socialismo burgués o de clase media, opuesto a la corriente socialista obrera marxista. La opción de centro, inexistente con anterioridad, comenzaba a surgir con fuerza en toda Europa. 


Laborismo, socialismo reformista o socialismo democrático, liberalismo social, liberalismo republicano, liberales constitucionales, liberales radicales”, etc… surgieron de manera espontánea sin dar tiempo a los intelectuales a buscar una definición de tales conceptos. La vaporosidad de las opciones políticas reflejaba un régimen político en descomposición y uno nuevo que estaba en proyecto; pero que aún no había nacido.  


Azaña comenzó siendo Liberal reformista al comienzo de su carrera, procedente de la clase media, entraba dentro de lo “políticamente correcto” para los estándares sociales y políticos de la época. Muchos reformistas españoles tuvieron dificultades para encontrar sucesión cuando el concepto de “democracia” irrumpió con fuera en el panorama político “regeneracionista y modernista” de principios de siglo. 


En 1925 Azaña y otros liberales reformistas fundan “Acción Republicana” (1925-1934), aunque no inició su andadura hasta 1930, cuando celebró su primer Comité Nacional y en 1931 cuando tras celebrar su primer Congreso, fue legalizado.  Como otros partidos “progresistas” (etiqueta que se le asignaba a todo aquel partido situado en posiciones centristas, bien desde la óptica liberal; bien desde la óptica socialista) se apuntaron a las ideas democráticas y republicanas que estaban ya causando furor en la clase política “regeneracionista”. Inicialmente se le consideraba un partido de centroizquierda. 


Entre las señas de identidad del nuevo partido estaban: Autonomismo regional, Laicismo (“agnosticismo” en la época) frente al confesionalismo, reforma agraria y reforma del ejército. Entre sus destacados miembros estaban: Ramón Pérez de Ayala, José Giral, Luis Jiménez de Asúa, Luis Araquistaín, Honorato de Castro y Martin Jara. Una vez en el gobierno se incorporaron otros grandes intelectuales de la época como Claudio Sánchez Albornoz.


“Acción Republicana” se presentó en alianza con otras fuerzas republicanas, tan novedosas como la de este partido, “Partido Republicano Radical” (A. Lerroux); “Partido Republicano Democrático Federal” (Francisco Pi y Margal) y “Partit Republicà Català” (Marcelino Domingo y Lluis Companys”).


Durante la republica trató de buscar el punto intermedio entre las exigencias de los extremos políticos: a su Izquierda, tuvo problemas con los socialistas (ala más izquierdista y revolucionaria), con los sindicalistas y con los comunistas aliados a los anarcosindicalistas. A su derecha tuvo problemas con los liberales republicanos (Alcalá-Zamora), los conservadores monárquicos (Gil Robles) y sobre todo con los populistas radicales de Alejandro Lerroux.   


Todo ello en un contexto de grave crisis económica y financiera provocada por la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929 que afectó sobre todo a las exportaciones españolas por el cierre de mercados internacionales (debido a las políticas proteccionistas) y a la debilidad que aun presentaba la economía española tras la crisis de 1917, no superada en 1931. En este contexto le resultó muy complicado afrontar las reformas necesarias que venían postergándose desde hacia una década por la inestabilidad política. 


Actualmente la imagen que tiene Azaña difiere dependiendo del “ojo con el que se mira”.  En general hay buenas biografías y buenos trabajos de investigación académicos que reflejan la persona y el ambiente social, político y cultural en el que se desarrolló su vida pública.  Pero en los últimos años algunas obras que cuestionan las anteriores.  Consideran que se rigen por una determinada ideología o posicionamiento político favorable a su figura y que en ocasiones ocultan los “trapos sucios” de Azaña.  En esta línea surge la visión “revisionista” de la historia como corriente historiográfica crítica. 


El “revisionismo” en general “peca” en lo mismo que “pecaron” las otras corrientes (siguiendo su propia argumentación revisionista), en ser parciales y posicionarse en el sentido de afinidad ideológica con su autor.   Algunas obras han dado una imagen distinta de la guerra civil, sus causas, desarrollo y sus consecuencias.  Lo cual deja al ciudadano receptor de las investigaciones históricas sin una visión coherente, consensuada y completa de este periodo concreto de la historia de España. 


Los “revisionistas” (C. Vidal, P. Moa, R. de la Cierva, A. Martín Rubio, R. Casas de la Vega entre otros ilustres revisionistas españoles) en su afán por refutar las tesis consideradas aceptadas por la comunidad académica y científica, comenten errores básicos y en ocasiones anacronismos flagrantes.  Al no usar una metodología científica rigurosa en sus investigaciones, al no saber tratar las fuentes documentales de manera científica y al dejarse llevar por el apasionamiento ideológico o político del autor de tales investigaciones, muchas de sus conclusiones adolecen del sentido de la realidad histórica. Se podría decir que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.


Para evitar esta distorsión de la realidad histórica lo primero que se debe hacer es contextualizar el acontecimiento histórico y lo segundo tomar distancia del acontecimiento histórico. Una recomendación básica para cualquier historiador se basa en el lema “no hay que ver, ni juzgar, el pasado con los ojos del presente; sino con los de la época que se está investigando”.


A veces muchos tratan de incorporar en acontecimientos de carácter histórico, ideas que son actuales, pensamientos políticos actuales, visiones de la cultura o la religión actuales. Ideas, pensamientos y visiones que no existían en el pasado, que no se tenían, por tanto, en cuenta por sus protagonistas. 


M. Azaña ha sido victima recurrente de la “caza de brujas” de los revisionistas españoles debido a los cargos públicos que ostentó en los años de la segunda república.  Sus relaciones partidarias, sus alianzas, sus filias y fobias, fueron magnificadas y a menudo sacadas de contexto de manera intencionada por la prensa de la época y azuzada por la propaganda política rival. 


Los actuales revisionistas, más apasionados, más pendientes de emociones y sentimientos, mas cercanos a la literatura que a la historia, se hicieron eco de aquellas proclamas incendiarias de los antiguos propagandistas.  Hoy muchos de sus seguidores toman prestadas sus teorías para argumentar una nueva propaganda política.  Algo que ocurrió en la república o en la guerra civil se presenta como algo actual a efectos de lucha partidista. Se descontextualiza todo y se le da una nueva forma. La historia se convierte en literatura política.


M. Azaña fue un político surgido de la intelectualidad académica (Ateneo de Madrid, Universidad Complutense), que, a través de sus columnas periodísticas, fue desgranando todo un ideario regeneracionista, modernista y denunciando lo que para él eran las grandes injusticias que habían llevado a España a tal situación de crisis. No solo se lamentaba; sino que trataba de buscar un nuevo rumbo por la vía de la democracia, las libertades y la justicia social. 


Cuando estalló la guerra, como Presidente del Gobierno intentó en vano parlamentar con los sublevados sin éxito. Al ver que la guerra seguía su curso se aprestó, en el marco de la Sociedad de las Naciones (antecedente de la ONU) a solicitar a Francia y Gran Bretaña la intervención de fuerzas extranjeras en defensa de la legalidad constitucional de 1931. 


M. Azaña incluso prometió en caso de pacificarse la situación, promulgar una ley de “reconciliación nacional”, bajo los parámetros democráticos europeos.  Francia envió tropas a las fronteras y facilitó la salida de refugiados españoles, a los cuales acogió de buen grado en campamentos de refugiados improvisados. Gran Bretaña era más reacia al intervencionismo debido a sus vínculos con la casa real española en el exilio y su desconfianza hacia los socialistas y comunistas que formaban parte del “Frente Popular”, donde el partido de Azaña era parte integrante. Más adelante enviaría tropas en el contexto de las Brigadas Internacionales (enviadas por la Sociedad de Naciones).  


Para entonces el Frente Popular comenzaba a descomponer su unidad. Los comunistas aliados a los sindicalistas y anarcosindicalistas comenzaron a hacer la revolución por su cuenta y riesgo, en contra de la dirección de la coalición.  La unidad del “Frente Popular” se rompió en poco tiempo al comenzar la guerra. Los comunistas (entre ellos Dolores Ibárruri “la pasionaria”) acusaron a Azaña de ser débil y traidor a la causa.  


En 1939 tras su dimisión, abandonó España rumbo a Francia, refugiándose en la Embajada de España en París (leal a la república). Murió al año siguiente. La sociedad de Naciones mantuvo su reconocimiento como Presidente de la república en funciones (Se habían disuelto las cortes) y reconociendo al gobierno de la república, también en funciones, el estatus de “refugiado” bajo la protección del gobierno francés. 


Al desaparecer el gobierno republicano en la península ibérica, se creó un vacío de poder que fue cubierto por cientos, miles de comités de todo tipo que asumieron el gobierno local de manera espontánea.  Cada comité se autogestionaba, creaba sus milicias y actuaba a su libre entender. Unos bajo la tutela de sindicatos y partidos políticos; otros sin tutela alguna, de manera independiente.


El caos se adueñó de la república y facilitó que los sublevados pudieran hacerse con las riendas del país. El escaso margen de maniobra de la Diputación Permanente de las Cortes Generales, el débil gobierno de iure que quedó en Madrid, Valencia y Barcelona no pudo hacer absolutamente nada para evitar el caos. Nadie hacia caso a las instituciones surgidas de las elecciones de 1936. No había coordinación efectiva en la dirección de la guerra, ni nadie que gestionase la vida en la retaguardia. 


La Segunda República en 1936 era ya un cadáver político, estaba ya en descomposición ante del “alzamiento” militar. En nombre de la república se cometieron crímenes atroces, sangrientos y violentos. Aunque en realidad los autores materiales actuaban a su libre entender, los comités no respondían ante nadie en la mayor parte de los casos. Los extremismos ideológicos y políticos azuzaban a las masas contras su enemigo mortal, fuera cual fuese. 


La Razón no tenía cabida en este contexto bélico. Se actuaba de manera contundente y muy violenta. No importaba la razón, era una cuestión de fuerza y de lucha por la hegemonía. Los muertos y heridos eran victimas colaterales prescindibles. La política quedaba anulada por decreto de las armas y de los combates. 


En el exilio Azaña siguió escribiendo con sentimiento de amargura por todo lo sucedido. No era el escenario que él quería ver o vivir. Afirmaba en su libro de 1937 “La velada de Benicarló”: “Ninguna política puede basarse en la decisión de exterminar al adversario” (…) “es un despropósito inmoral y un dislate político separar la intervención de una causa de los medios empleados para su triunfo” (…) “la corriente inspiradora de la República ha quedado desviada o enturbiada. Ahora me doy cuenta de que muy pocos bebían en ella, si no era por frivolidad o por conveniencia de adaptarse”.


Para los intelectuales que inspiraron la segunda república, el desastre de la guerra de 1936, fue fruto de las carencias formativas en materia política y a causa del aislamiento y atraso cultural de España con respecto a otros países de su entorno. Los intelectuales republicanos, como Azaña, viajaron al extranjero y en esos viajes se empaparon de la cultura europea, pudieron conocer otros regímenes y vivencias, trajeron a su vuelta muchas cosas interesantes que bien pudieron haberse plasmado en proyectos concretos en beneficio del país y de sus habitantes. 


Sin embargo, el espíritu cainita, el peso y pervivencia de la tradición o la falta de determinación política o valentía, impidieron que se pudieran plasmar en España. El miedo al cambio, a las reformas, el rechazo obsesivo a todo lo que venga del exterior, la desconfianza en lo nuevo, la pérdida de valores tradicionales pesó más que las novedades que provenían allende los Pirineos. El analfabetismo endémico y la incultura hicieron el resto. 


Hoy se está rescatando de la historia la “tercera España” aquella que se declaró neutral ante la guerra civil.  Aquella que huía del odio y el fanatismo (destilada por la propaganda de las otras dos Españas). Aquella que amaba la paz, la justicia y la concordia entre españoles. Aquella que respetaba al que pensaba de manera distinta, que podía convivir con personas con otras creencias o increencias, aquella que apostaba por los valores democráticos reales. Aquella que aspiraba a modernizar España. Aquella que apelaba al bienestar de los españoles y a su felicidad. 


Una tercera España que se vio atrapada entre las dos España en el transcurso de la guerra civil. Una tercera España que luchaba por ponerse a salvo, por intentar poner fin a la barbarie de la guerra. Por apostar por la paz y la reconciliación entre españoles. 


Esta “tercera España” fue silenciada durante muchos años porque a ninguna de las otras dos Españas les interesaba dar a conocer su existencia. Incluso hoy se la suele boicotear, silenciar y amedrentar, aunque hayan pasado mas de 80 años desde el comienzo de la guerra. Muchas heridas de la guerra parece que aun no han cicatrizado del todo. 


Azaña, aunque estuvo políticamente comprometido con la república y con el “Frente Popular” su actividad y su pensamiento quedó marcado por los acontecimientos vividos. Él era de clase media, liberal, trataba de buscar un lugar común con la clase obrera y con la clase alta. En el Madrid de los años 20 y 30 era muy normal que no hubiera diferencias entre los que apostaban por soluciones liberales y los que por el contrario buscaban soluciones socialistas. Buscaban un espacio, un ágora neutral centrista, donde pudieran hablar sin tirarse los trastos a la cabeza. 


La amistad de personas con ideales diferentes en aquella época era más habitual de lo que muchos puedan pensar hoy en día. Ejemplo de ello fue la profunda amistad que mantuvieron Federico García Lorca (símbolo hoy de la izquierda) y José Antonio Primo de Rivera (símbolo hoy de la derecha), ambos con vínculos afectivos, personales e incluso familiares con personajes relevantes de la Generación del 27 (a la que se le ha etiquetado de “izquierdas” por sus ideales; aunque en los términos de la época, habría que considerarlos de “derechas”, dado que muchos de sus miembros procedían de familias acomodadas de clase media).


Conviene hoy desmitificar a estos personajes, que personalmente considero que se les ha tratado injustamente, se les ha disfrazado de lo que no eran y se ha distorsionado su pensamiento, imagen pública, talento personal y determinación en sus actos. A menudo se ha revestido de un ropaje que oculta su verdadera personalidad y obra. Es hora de recordar a estos personajes de la “tercera España” tan injustamente tratados por la historia. 


Ya son varios los que se ha rescatado, pero hacen falta mas conocimiento sobre ellos y sobre todo un método claro para quitar los ropajes artificiales, maquillaje y fisonomía artificial que a lo largo de la historia se le ha revestido. Supongo que las otras dos Españas se negarán y boicotearán. Desmitificando a los “santos políticos” podemos conocer mejor sus grandezas y también sus debilidades. Su humanidad en merecidas cuentas.


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