Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. Tres rosas para recordar el 25 N.
El 25 de noviembre se celebra en
todo el mundo, a instancias de la ONU (Resolución 54/134 de la Asamblea
General), el día Internacional por la eliminación de las violencias hacia las
mujeres. Esta festividad tuvo su origen en 1981 en la República Dominicana.
Tres hermanas fueron torturadas, violadas durante su estancia en la cárcel,
donde cumplían condena por delitos políticos contra la dictadura de Rafael
Leónidas Trujillo.
Tras ser puestas en
libertad, el régimen de Trujillo siguió hostigándolas y humillándolas a través
del SMI (Servicio de Inteligencia Militar) quienes finalmente fueron asesinadas
un 25 de noviembre de 1981 por orden del dictador. El dictador trató de ocultar
su crimen haciendo parecer que murieron en un simple accidente de tráfico. Las
tres hermanas ya estaban muertas antes del supuesto accidente.
La ONU insta a gobiernos,
organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales a participar
en los múltiples actos que se celebran por todo el mundo en recuerdo de estas
tres rosas victimas de la violencia.
A raíz de la resolución de la
ONU, los gobiernos democráticos de todo el mundo han profundizado en esta lacra
social a través de la legislación, el aumento de penas contra los violentos y
la concienciación social. Pero además se ha hecho un grandísimo esfuerzo por
acabar contra la violencia de género, aquella que discrimina, maltrata y ataca
a la mujer por el simple hecho de ser mujer. La principal violencia de genero
es la persistencia en las mentalidades que hacen del machismo y de la misoginia
una bandera ideológica o política. La irresponsabilidad de muchos partidos
políticos e ideólogos provocan que la conciencia machista y misógina siga
existiendo, por desgracia, en la sociedad democrática.
La lucha es multifacética, pero
la inmensa mayoría de los actores en la lucha contra la violencia de género
afirman que la principal receta es la educación para alcanzar la equidad de
género desde edades tempranas. Si un niño ve en su entorno como se maltrata a
la mujer, como se la somete, se la humilla, o se la violenta; es muy probable
que ese niño de adulto reproduzca lo que ha aprendido en su infancia: las
mujeres son inferiores al hombre y el hombre tiene derecho a hacer lo que
quiera con la mujer. Por ello es importante que la educación se adecue al
principio por el cual las mujeres son seres humanos, que no están ni por
encima, ni por debajo del hombre, que son libres y tienen derechos.
Junto a la educación están las
medidas legales y la justicia conforme a la ley. Las penas para los
maltratadores y agresores han de ser acordes con el daño causado; pero también
se debe proteger a la mujer de un hombre maltratador incluso una vez que este
hombre ha cumplido su pena. Igualmente han de protegerse los derechos de los
menores a su cargo. El estado debe garantizar, amparar y defender los derechos
de la mujer.
Los partidos políticos deben
hacer una labor de concienciación social y al mismo tiempo de freno a otros
partidos que justifican el maltrato y se muestran negacionistas ante la
violencia de género. La ley también debería establecer límites a los partidos
políticos que no se comportan de manera democrática y justa con las mujeres. La
ética democrática en contra de la violencia contra las mujeres debería estar
por encima de cualquier debate religioso, social, político o ideológico.
La ONU define la violencia contra
la mujer como: “Todo acto de violencia basado en el GENERO que tiene como
resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las
amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la Libertad, ya sea que
ocurra en la vida pública o en la vida privada” (Declaración sobre la
eliminación de la violencia contra la mujer. Asamblea General de Naciones
Unidas, 1993)
En España el principal problema
que tenemos es la pervivencia de una mentalidad machista en determinados
sectores de la población. Cuarenta años después del franquismo aun se mantiene
latente en determinados grupos minoritarios de la sociedad la idea del “Macho
ibérico o Landismo” por la cual el español estándar tiene que ser machista,
dominador y ejercer un sometimiento absoluto hacia la mujer, violento si ésta
osa contradecirle, hablar sin autorización o hacer cosas sin su consentimiento.
Promueven el estatus de mujer
propio de los años cincuenta del siglo pasado. Una mujer, siempre considerada
como menor de edad, sometida a la autoridad superior del marido, padre, hermano
o hijos. Una idea tradicionalista, con una moral falsamente católica, que ha
pervivido y arraigado en nuestra sociedad pese a los cuarenta años de
democracia.
Hoy tanto el gobierno; como la
mayoría de los partidos políticos democráticos rechazan la violencia de género
con mayor o menor contundencia. Hoy no se pone en cuestión la realidad de los
asesinatos, violaciones, humillaciones, vejaciones, agresiones, maltrato hacia
las mujeres. La realidad está ahí y no tiene color político o ideológico. Son víctimas, sin adjetivos, de hombres
violentos y machistas.
La mayoría de los partidos
políticos democráticos no hacen propaganda con la violencia de género, sino que
se suman a los actos de concienciación y transmisión de valores democráticos,
junto a otros partidos que se encuentran en sus antípodas ideológicas. Ante
esta lacra, la unidad de los partidos es fundamental y determinante.
Aquellos que si quieren hacer
propaganda, que tienen afán de protagonismo y que se muestran negacionistas por
llevar la contraria al consenso general; o que proponen alternativas, en
esencia machistas, a la lucha contra la violencia contra las mujeres, se
retratan así mismos como antidemócratas, cobardes, inmorales y malas
personas. Allá ellos y su conciencia. Pero
su vil propaganda no va a parar a la mayoría democrática, somos más los que
apostamos por erradicar esta lacra, que aquellos que la justifican, blanquean o
defienden las violencias contra las mujeres o la pervivencia del machismo.
Desde sectores ultramontanos o de
extrema derecha, se suele hablar con frecuencia de la existencia de una
supuesta y conspiratoria “ideología de género”. Usan este supuesto
habitualmente como base intelectual para formar sus argumentarios
negacionistas.
La idea surgió en 1990, a raíz de
la declaración antes mencionada de la ONU, en el ámbito de los sectores
conservadores y/o tradicionalistas de la Iglesia Católica Romana. Basándose en
ideas teológicas y filosóficas tradicionalistas, sus promotores consideran que,
tras este movimiento contrario a la violencia contra las mujeres, hay un
proyecto obscuro o secreto (teoría de la conspiración) que pretende anular la
idea destruir el concepto de familia (tradicional, única verdadera) y de la
sociedad (la familia tradicional como base en la construcción de una sociedad)
en base a un supuesto “orden natural” (Es decir, laico, sin interferencias
divinas).
En los sectores conservadores,
desde mediados del largo pontificado de san Juan Pablo II (1978-2005), se vino
gestando una “contrarreforma” doctrinal para hacer frente a lo que denominan
“errores del concilio”. Su “cruzada” es contra la modernidad y el laicismo (al
que erróneamente asocian con el ateísmo).
Ven en estos movimientos una amenaza a su particular forma de entender
el cristianismo y la iglesia católica.
Cualquier cosa que altere el
modelo estandarizado de familia o de sociedad que no pase por la antigua
doctrina social de la Iglesia (previa al concilio Vaticano II) es objeto de
ataque por parte de sus modernos “cruzados”. El papel de la mujer en la iglesia
y en la sociedad, la diversa sexualidad humana, el concepto de familia, las
nuevas relaciones familiares, los cambios sociales en ámbitos democráticos, son
para estos ideólogos una ruptura del “orden moral” de la iglesia, la “destrucción
de la sociedad” y una “degradación” de la especie humana.
La influencia de estos grupos “ultracatólicos”,
o de católicos excesivamente moralistas o rigoristas, sobre los partidos
políticos e ideologías de extrema derecha es muy grande en países de mayoría
católica, incluida España. Suelen actuar en la orbita de estos partidos
mediante las técnicas de adoctrinamiento masivo tradicionales. Asocian las
doctrinas religiosas a los idearios políticos o ideológicos (Sacralización de
la política). En la mayor parte de los
casos estos grupos ya han sido desautorizados e incluso condenados por la Santa
Sede por ser contrarios a la actual doctrina social.
Hoy la iglesia está comprometida
con la justicia social, los derechos civiles y los derechos humanos. Por
supuesto está comprometida con los derechos de la mujer, incluso se ha abierto
el debate sobre el papel de la mujer en la iglesia, que había sido bloqueado
por estos sectores conservadores en los pontificados anteriores al actual. Oficialmente la iglesia se muestra a favor de
la lucha contra la violencia de género (con ese nombre) y en contra del
machismo o la misoginia (que se consideran ya inmorales).
La mujer en la sociedad, en la
educación, en la cultura, en la religión, en la política o en cualquier ámbito
profesional es una ciudadana libre y con derechos. Nadie tiene derecho a
violentar a una mujer por el simple hecho de ser mujer o porque no haga lo que
quiera el hombre. Son libres para creer, para pensar, para opinar, para
expresarse, para actuar y para vivir sin necesidad de pedir permiso a un
hombre. Vivimos en el siglo XXI en una democracia social, comportémonos
democrática y civilizadamente. No permitamos que, por unos pocos energúmenos
inadaptados, desfasados y con ideas arcaicas; mueran de forma violenta mujeres
a manos de hombres, ya sean sus maridos, sus familiares, amigos o cualquier
otro agresor.
Desde aquí todo mi apoyo a las victimas de la
violencia de género (con ese nombre), todo mi amor hacia aquellas “rosas” que
dieron su vida por defender su dignidad como mujer
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